Los seis capítulos de la portentosa serie de televisión Antidisturbios son cine del bueno. Grandioso. Cine para la televisión hecho este año lamentable. Más mérito aún. Trescientos minutos magistrales, un entretenimiento mayúsculo. Arte español creado por Isabel Peña y Rodrigo Sorogoyen, dirigido y escrito por ellos junto al director Borja Soler y el guionista Eduardo Villanueva.
Del trabajo en comandita de Peña y Sorogoyen ya había disfrutado en dos buenos largometrajes, la inquietante Madre y la abracadabrante El Reino. Ayuda al disfrute de la serie la música de Olivier Arson. Como ayuda la cabal fotografía de Álex de Pablo y Diego Cabezas. Pero si al prodigioso guion y al pulso narrativo de todo el equipo encabezado por el grandioso Sorogoyen hay que agradecerle haber contemplado la magia del verismo ficticio cinematográfico, al elenco interpretativo de Antidisturbios habrá que considerarlos ya como el mejor reparto del cine más reciente. Vicky Luengo, Raúl Arévalo, Hovik Keuchkerian, Álex García, Roberto Álamo, Raúl Prieto, Patrick Criado, Tomás del Estal, David Lorente, Mónica López, Paco Revilla… Majestuosos todos.
Me da un poco de miedo destacar a alguien, además de mi descubrimiento del arte actoral conmovedor e intranquilizador de Luengo, pero creo que Álamo ha vuelto a dar una clase magistral de ese oficio que todos ellos dignifican espectacularmente componiendo unos personajes tan reconocibles y comprensibles y admirables y detestables, humanos… Insustituibles.
Al final, lo que menos me interesa de lo que veo es esa explicación de que España es un país cogido de las pelotas y por los ovarios por el ex comisario Villarejo, un tipo que es incomprensible que siga vivo, si uno le hace mucho caso a las premisas espeluznantes en que se fundamenta todo lo que de arte para la denuncia tiene Antidisturbios. En España, ser moralmente de una pieza es casi imposible. Lección una.
