viernes. 29.03.2024
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Samanta Schweblin por Karina Beltrán ©

lecturassumergidas.com | @lecturass | Por Emma Rodríguez | En los relatos que componen Siete casas vacías Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) consigue alterar los puntos de vista para acceder a zonas de una perturbadora extrañeza. Las piezas que componen el libro con el que la autora argentina se alzó con el IV Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero, tienen en común la exploración de los límites entre la normalidad y la locura.

¿Hasta qué punto estamos dominados por los prejuicios? ¿Hasta qué punto las convenciones sociales nos han vuelto seres rígidos, incapaces de ejercer la desobediencia, el desacuerdo, de permitirnos una pequeña pizca de excentricidad? son cuestiones que no podemos eludir al pasar las páginas de un libro cargado de sugerencias, revoltoso por su capacidad para alterar esas zonas de seguridad de la existencia en las que tanto nos gusta refugiarnos

– Empecemos a recorrer tus “casas vacías”. El primer relato, Nada de todo eso, donde una mujer obsesionada por entrar en casas ajenas, se pregunta por la necesidad de acumular objetos, nos lleva a indagar en la desigualdad y en la falsa felicidad que procura la opulencia puede interpretarse como una crítica muy sutil a las sociedades capitalistas, al bienestar material como prioridad. ¿Hasta qué punto el afán por tener hace que perdamos lo esencial?

–   Sí. Las posesiones nos tapan lo verdadero, lo importante en la vida. Los objetos se convierten en extensiones de nosotros que nos condicionan, no de manera consciente. Este cuento de hecho, partió,  de una experiencia personal. Cuando dejé Argentina para irme a vivir a Berlín (la escritora vive actualmente en la capital alemana, donde imparte talleres literarios) la mudanza se convirtió en una pesadilla. Me costó mucho dejar atrás objetos muy queridos, que me resultaban imprescindibles, pero no me quedó otro remedio. Y una vez abandonados sentí que experimentaba una exquisita liberación.

– Las normas sociales, esos pudores y prejuicios aceptados, con los que tanto nos cuesta romper, están en el sustrato del segundo relato, Mis padres, mis hijos y también en El hombre sin suerte. Son dos piezas muy potentes, capaces de sacarnos de nuestras zonas de confort.

– Sí. La verdad es que todos tenemos un anhelo por respetar y ser parte de los códigos sociales, de lo que se entiende por normalidad. Pero la normalidad no existe, es una convención, un espacio al que nos aferramos y que en realidad lo que hace es recortarnos, limitarnos, obligarnos a aceptar normas, mandatos colectivos, familiares. Si algo me apetece recalcar en mis relatos es que cada uno de nosotros somos seres especiales, únicos, y, al mismo tiempo, sacudir los prejuicios de los lectores. En el primer cuento que citas, los abuelos, considerados los locos de la historia, son los portadores de la inocencia, al igual que los niños. En un momento el narrador los observa y capta toda la alegría, toda la pureza que hay en ellos, en sus acciones. En el segundo, El hombre sin suerte, los miedos están en la mente de los lectores. No podemos saber las intenciones reales del extraño que se va a pasear con la niña. Yo simplemente me limito a dibujar los actos, las escenas, sin emitir ningún tipo de juicio. Parto de situaciones que demuestran hasta qué punto los adultos estamos entrenados para ser malpensantes, para cumplir en todo momento el pacto de la normalidad. Distancia de rescate, mi primera novela, aunque en realidad es un relato largo, también afronta estos asuntos. Nos dedicamos a cuidar, a educar, a proteger, a formar, pero esto también implica deformar, transmitir reglas que no son cuestionadas. Es algo inevitable.

– Da la impresión de que partes de emociones y de que constantemente te planteas lo extraños que somos los unos para los otros.

– Las emociones son el motor, el germen primero de todos mis relatos, sí. Se trata de emociones muy particulares que por alguna razón se me graban en el cuerpo. Es algo muy intuitivo. Me resulta difícil pensar en qué puede disparar algo así, pero cuando empieza a ocupar un espacio dentro de mí siento que tengo que escribir sobre ello y entonces surgen las ideas, los argumentos. Lo que hago es sacar esa emoción de mi cuerpo y ponerla en el cuerpo de los lectores. Y en cuanto a la extrañeza, lo extraño está en lo cotidiano, en lo más cercano. Mis primeros libros eran más fantásticos, pero con éste he abierto la puerta a un registro más realista. Precisamente por eso los relatos resultan tan fuertes, porque nos llevan a pensar que las situaciones que se plantean están próximas, podrían sucedernos…

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“Los adultos estamos entrenados para ser malpensantes”