martes. 16.04.2024
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Estuario de Suances | Cantabria

Quema la arena de la playa más de lo que recuerdo que quemaba, sí. Ay, se resiente la planta del pie izquierdo que aún no he protegido con la alpargata de suela de esparto. Y la sal ya pica, en el cuello, sobre todo en el cuello.

Pero lo que está ocurriendo no ocurre ahora mismo sino aquí, en esta página que lees, porque de todo aquello ya hace mucho tiempo.

Podría ser una ardiente playa castellonense en un septiembre muy caluroso, pero el calzado no me cuadra. Ni lo de la sal tan molesta. Me inclino porque sea, claro, Suances, en agosto mejor que en julio, y de regreso a casa con el hambre, el apetito feroz, más bien, cayéndoseme por los bolsillos empapados del bañador.

Subo unas escaleras, apenas unos diez peldaños repletos de arena y ya estoy fuera de la paya. Es Suances.

He estado a punto de ahogarme junto a mi primo Jesus y ahora me voy tan campante con él a subir andando la muy pindia cuesta que nos separa de casa, aunque seguramente volvamos a hacer dedo para ahorrarnos la caminata y la sudada. No sabemos que antes de llegar al camping, junto al árbol donde nos solemos poner a esperar a los conductores salerosos, nos va a parar un señor con muy malas pulgas y que cuando nos haga correr hasta donde detenga su coche nos dirá que en realidad no nos va a subir porque lo que quiere es decirnos que si no nos da vergüenza hacer auto-stop en lugar de aprovechar las piernas perfectas que nosotros tenemos y él ya no.

Sal de la playa