jueves. 28.03.2024

Medio refugiado en el talud de arena de la playa, el hombre miraba el trasiego de chicos y chicas en torno a la desvencijada furgoneta. Entre risas, bromas y carreras por aprovechar el tiempo y la marea, Sabrina y sus amigos se enfundaban en los gastados trajes de neopreno sin cuidado del gélido ventarrón que llegaba del norte. Ellos, ajenos a todo lo que no fuera su universo de agua y espumas, sólo miraban las olas como los náufragos buscan la línea de tierra en el horizonte. Las olas fijaban su atención y la anticipada satisfacción de su ansiada cabalgada sin importar nada que no fuera ese momento de fugaz plenitud sobre las tablas.

Sentado en la arena y protegido por su más que convencional ropaje, se dejaba llevar por pensamientos e ideas que giraban en torno a la posibilidad de establecer una relación más estable con Sabrina, la joven que lo había adoptado como se adopta a una mascota en un refugio. Se habían conocido en un entorno profesional y entre charlas de la máquina de café de la oficina, habían iniciado algo que él no sabía muy bien qué era en realidad o qué naturaleza tenía para cada miembro de no constituida la pareja. 

Viudo desde hacía 7 años por un desgraciado accidente de tráfico, Andrés se había entregado a acabar su vida laboral con dignidad y a complacerse con los éxitos de sus hijos, que iniciaban sus carreras de forma satisfactoria. Vivían todos separados, pero se veían y hablaban con frecuencia, sin agobios y en plena libertad de acción. Desde que su mujer le había dejado, Andrés vivía tranquilo, refugiado en la rutina, la normalidad y en el disfrute de pequeños placeres que le hacían más o menos llevadera la existencia.

Por el contrario, Sabrina era una explosión de energía y fuerza vital que rebasaba todos los límites: apasionada del surf y los deportes al aire libre, llenaba la oficina con sus idas y venidas atropellando el silencio y la calma de los silenciosos escritorios.

Sin saber muy bien cómo, se habían ido viendo en salidas casuales, acompañándose a la salida de la oficina a una compra, una cerveza, un destino cercano o con cualquier otra excusa no demasiado trabajada o buscada. Poco a poco, Sabrina abría puertas y alternativas que Andrés no sabía muy bien cómo gestionar. Nunca se había planteado la posibilidad de una relación tan desequilibrada en términos de edad, experiencia y afinidades reales.

Dejándose llevar, sin forzar las cosas, Andrés se vio envuelto en una especie de red afectiva que le arrastraba allí donde Sabrina vivía en plenitud y él mismo no era más que un visitante ocasional: no había más, pero todo lo que Sabrina le desvelaba, hablaba de universos perdidos. Envidiaba la inmensa libertad de ella, la posibilidad de tomar decisiones equivocadas y sin consecuencia, intentaba conectarse a la inmensa energía de su espíritu para llenar su vida de sol, aire libre y un futuro lleno de opciones, pero tras cada cita su vida volvía a su normalidad, a la ausencia de de todo lo ido.

Un día, sin darle importancia, Sabrina le invitó a una de las habituales salidas a la costa en busca de las soñadas olas,esas que ella se empeñaba en cabalgar sobre el asfalto de la ciudad hasta que la llamada de la verdad se hacía irresistible y entonces sabía que era hora de llamar al hostal de siempre, a los amigos de siempre y de disfrutar con la espuma en la cara, el viento y las mareas con las que se sincronizaba su vida.

Y allí estaba ahora Andrés sintiendo el mismo viento que ella sentía en la cara llena de espuma y el alma triste al comprobar que ya no era tiempo de participar, que su tiempo había pasado, que demasiadas mareas habían subido y bajado dejando muchos restos en su playa, restos que le hacían mucho daño al saberse abandonados y que él no podía limpiar ni restaurar.

Se montó en el coche y lo último que vio en el retrovisor fue el cuerpo de Sabrina encima de una ola con la cara llena de una felicidad absoluta y el pelo mojado azotado por el viento y supo que debía protegerse de ella, que su cercanía siempre le haría daño al recordarle todo lo que ya no formaba parte de su vida.

Sabrina y las olas