miércoles. 24.04.2024

Poesía | LAURA GÓMEZ RECAS

Manuela Temporelli ha publicado a finales de 2022 Sabor de moras en agosto, un libro de poemas inmerso en el desasosiego de las circunstancias bajo las que fue escrito. La autora relata que había optado por no escribir más después de publicar su anterior poemario, Cuaderno de Budapest (por lo menos, no con la intención de publicar). Esta es una afirmación que, lejos de ser baladí, implica una actitud muy concreta frente al entorno social literario. Ella carece de ambiciones extraordinarias en cuanto al reconocimiento público o social o, al menos, no escribe bajo esa presión absurda que muchos otros en este oficio de la versificación poseen, lo que nos indica que la concepción de sus poemas es limpia, pura, personal, un tinte que suelen tener los grandes, no todos, pero sí la mayoría de ellos. Quien haya leído la poesía de Manuela Temporelli sabe que en sus libros se escribe con mayúsculas y es portadora de un hacer literario de intachable condición, reconocible por todo aquel que sea consumidor del género y esté acostumbrado a leer más allá de lo que el texto plantea. Según la autora, la persona que consigue prender de nuevo en ella la llama del deseo por elaborar un discurso poético es Guadalupe Grande. Así, como si de una telaraña del destino se tratara, este libro germina y sigue un camino no previsto por su creadora. La vida puso en estos versos, finalmente, el rigor del frío cuando Guadalupe fallece mucho antes de lo que todos hubiéramos esperado. Manuela le dedica este tomo de su obra con una frase cubierta por el hielo que cubre la pérdida de tres poetas, Grande, Aguirre y GuadalupeIgnoraba que se pudiera morir tres veces. Con ese peso se abre el libro y con ese peso se cierra porque el epílogo, que da el título al libro, es la elegía, el llanto, la increpación a la vida. 

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El título del libro es una evocación de momentos de paz y lo es de forma universal porque, aunque se entre en él virgen, el sabor a moras en agosto es el sabor del final de los veranos de la infancia, cuando se recorren los caminos y los prados al atardecer flanqueados por viejas zarzas cuajadas de negras y jugosas moras. Y, dando un paso más en esa imagen, diría que ese sabor también invoca la impaciencia en la recolección, el dulzor de la independencia, la acidez del desdén por los límites, los rasguños por disfrutar de la libertad y la sonrisa o eso que llaman felicidad.

El libro contiene cuatro capítulos y la lectura del primero, Un poco de locura en primaveralejos de entrar en los campos de lo conocido, a los que se creía nos aproximaba el título, sobresalta y desconcierta. Un desconcierto que se va tornando curiosidad, interés y necesidad, según avanza la lectura; necesidad de conocimiento, de despejar las incógnitas y de construir sobre la experiencia lectora ese otro mundo que se manifiesta entre los versos. Una experiencia absoluta que desarma al que se aproxima a la poesía con indiferencia, desinterés, o afectado consumismo.  De nuevo, Temporelli penetra en el mundo a través del lenguaje, lo disecciona y lo devora a su antojo.

El confinamiento, el virus, el año 20, la muerte, la vida pasada, el asombro por seguir con vida son los temas que perfuman el corazón de este libro

Un poco de locura en primavera es un manifiesto frente al mundo. Consta de un único poema dividido en quince partes y está escrito desde el sentimiento y la visceralidad más que desde la expresión. Es un poema largo, con vasos comunicantes, que versa sobre el entorno hostil y el desgarro que recorre la sociedad que hemos heredado o que nosotros mismos nos hemos dado. Como no podría ser mejor, lo desarrolla con el campo semántico de la locura porque quizás la pérdida de la razón es lo único que nos salva. El poema se titula Por las galerías, galerías que recorren las palabras de esta construcción unitaria, palabras que ejercen de cebo para la lectura desprevenida en su rango más perceptual: locura, abnegación, Borges, sanatorio, espiral, matrioskas, rayuela, laberinto, túnel, virus, pronóstico, síndrome, hecatombe, pararrayos, peste, cal, desnudez. Nos enfrentamos a un hábitat nada hermoso, a las paredes frías de los sanatorios mentales, a la Sanidad desvalida y devaluada en la que los locos somos errantes y mayoría; de repente el lenguaje se evapora, elimina su cualidad tangible y transmuta en un vértigo de ideas, imágenes, percepciones no racionales y Manuela Temporelli consigue lo más difícil: la transformación del lenguaje, del vehículo, en materia pura y contenido para explicarse a sí misma frente a la desolación que acontece. 

Con la misma honestidad, la autora vuelve hacia sí en el segundo capítulo, se recupera en la cordura, renace y recoge las redes del pasado con no poca melancolía, Ayer nacieron cenizos donde antes brotaban margaritas. Esta recuperación personal con arraigo en el entorno, la consigue con dosis de poesía surreal, Tras la ventanilla del Registro Civil la princesa de las abejas llama a la mística guillotina y comienza a cortar el pelo azul de los atardeceres, y una estructura en prosa del lenguaje poético. Los temas abordados son oscilantes, serios, dramáticos, a veces.

El confinamiento, el virus, el año 20, la muerte, la vida pasada, el asombro por seguir con vida son los temas que perfuman el corazón de este libro gracias a este capítulo incensario que nos ayuda tanto a comprender por lo que supone de indagación. Volver a mí, como vuelve el gusano al capullo, dice el primer verso del poema Renacer.

Manuela Temporelli Montiel
Manuela Temporelli Montiel

Mayo y Darío es la tercera parte, un capítulo de luz, de aire fresco, donde se recupera el objeto lírico que puede que buscara la autora en la oscura niebla que invade las páginas anteriores. Bienaventurados los que tengan cerca el corazón de los niños porque su alegría es contagiosa. Manuela Temporelli juega con la infancia, con los niños y sus palabras, con sus anécdotas inspiradoras y con la poética. Es un capítulo inesperado que podríamos definir como una isla, a priori extraña al entorno. Pero nada más lejos de la realidad. Encontramos aquí, como en un sembrado se encuentran las coles, palabras del ideario infantil y su reino sin fronteras, sin mácula, sin tiempo: novia, unicornio, libélula, luna, bruja, lobo, feria, abeja, dinosaurio rosa, diente de león, caramelo, caracola... En contraposición, el reino de las fronteras, de las sombras, de la muerte: Artrosis, dolor, letanía, miseria, exilio, espera, ausencia, tiempo, devoción, hambre, años, demora... El capítulo comienza con una nana, a modo de introducción, continúa con poemas de rimas ligeras, arromanzadas, con predominio del arte menor, con juegos ópticos que no llegan a ser ideográficos y tiene un cierre desconcertante con un poema titulado Testamento. Este Testamento es desconcertante por su disposición ambigua; aunque no se trata de un capítulo, en el índice del libro, su título se escribe con intencionalidad usando letras capitales. Es un poema con heptasílabos, rima de romancillo y está impreso a la caja. Con él, de nuevo, la lectura escudriña la naturaleza sistémica del texto, no de este poema, sino de todos los poemas del libro a través de este poema.

Y, por último, Manuela Temporelli cierra el libro con un epílogo, llave y cerradura, entidad ambidextra, salvación y recuperación de la intelectualidad que, si no naufragada, sí estaba eclipsada y dolida. El epílogo es el poema que da título al libro. Está escrito a la caja y, con él, la muerte de Guadalupe Grande se lamenta y se intenta aceptar. La muerte no es la enemiga, la enemiga es la Vida a la que la autora personifica: ¡Oh, Vida, ¡mala madre!, difícilmente incorporo a mi rutina la cruz de tu moneda. 

En la contracubierta del libro, Juan Carlos Mestre escribe que el libro le ha emocionado hasta más allá de la emoción física, es decir, hasta donde la poesía se hace conciencia de algo de lo que no podemos tener conciencia de ninguna otra manera, un entender sin razonamiento, un conocimiento sin saber, una sabiduría suspendida en el aire de la revelación. Y es a todo eso a lo que se enfrenta el lector, ignorante de lo que tiene en sus manos bajo un título tan refrescante, evocador y festivo. La poesía sirve para esto, elabora un mensaje complejo para poder expresar lo inenarrable, la destartalada deriva de los sentimientos. Manuela Temporelli toca todos los campos semánticos que flotan en la riada de la desgracia, del lamento, de la oscuridad; pero los toca con cuidado, aportando las dosis de luz necesarias para admitir que aún es posible luchar para resistir a la dureza de la Vida, la moneda de dos caras indivisibles. El resultado es un diorama, integral y universal, que nos reconcilia con la poesía. 

SABOR DE MORAS EN AGOSTO | Manuela Temporelli Montiel |Bartleby Editores, 2022 | Cubierta: Marina Díez | Contraportada: Juan Carlos Mestre. 


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LAURA GÓMEZ RECAS. Poeta y crítica literaria

'Sabor a moras en agosto', de Manuela Temporelli Montiel