viernes. 26.04.2024

Domingueó, ese día, el almanaque.
Nos lo enseño el poeta Mario Benedetti:
a veces, el calendario se deshace de la mecánica,
el tedio, de contar nomás las jornadas.

Domingueó, ese día, el almanaque.
Era Sábado Santo transmutado, en adelantado, Domingo,
Un día antes de la Festividad de Resurrección y Gloria.
Había que pintar franjas rojas en viejas bandera;
afortunadamente, no tuvimos que aprender la letra de ningún himno.

El “Abrazo” de Genovés, reproducido, sin conciencia alguna,
miles de veces, en medio de una borrachera de emoción y esperanza.
Muchos de nosotros, con escuadra y cartabón diseñábamos
el diagrama elemental de la correlación de debilidades.
Sacábamos, con reglas de cálculo, el balance definitivo:
el precio era alto, pero merecía la pena.

Acababa la transición del desierto, casi cuarenta años de arena.
Ávidamente, bebíamos después de una pertinaz sequía.
Sí, con ansiedad mirábamos a nuestro alrededor, era primavera,
pero todo se transfiguraba y era diferente por dentro y por fuera.

Ante la algarabía, en algún remoto lugar de nuestros cerebros,
entre redes neuronales, núcleos y circunvalaciones vislumbrábamos,
rememorándolos a todos los que se hicieron doler:
asesinados, torturados, vejados, presos, apaleados, sometidos, silenciados. 

Dábamos gracias inmensas a los héroes anónimos y conocidos,
que lo hicieron posible y nos traspasaron su legado, su ejemplo vital.

Pero se imponía alegría, arrollando a las desdichas pretéritas.
Era el momento, por fin vivir al día sin descoyuntar cuellos y soledades.
Gritar bien alto, bien fuerte, sin fatiga el verso de Gabriel Celaya:
“Nosotros somos quien somos/ ¡Basta de Historia y de cuentos” /.
Día de radio y transistores, con la voz entrecortada y emocionada
de Alejo García, en Radio Nacional, anunciando el prodigio.

Lágrimas cálidas que arrasaron nuestros ojos, que quebraron nuestra voz,
hasta dejarla muda, como locos bajitos abstraídos por sus juguetes de Reyes.
El evento exigía pasearnos a cuerpo, salir a la plaza pública, felices, contenidos.

Nos devolvían, en pequeñas fracciones, el pan y la sal; exultantes,
persuadidos de desalambrar consciencias, liberar pasiones, alimentar esperanzas.
Laicamente celebrando, de antemano la Pascua, festejando el futuro florido,
tenuemente, dibujado.

Entonces, ¿qué hacemos mañana? Muy fácil, recuperarnos de esta melopea,
de esta ebriedad serena, además de celebrar la Vida.
Lo que no sabíamos, todavía, es que iniciábamos otro itinerario doloroso:
de la hegemonía a la insignificancia. La resaca nos borraría el ensueño:
contrastar errores de bulto, viejas ignominias, armarios sin ventilar.

(Sábado Santo Rojo, 9 de abril de 1977)

Domingueó el almanaque