viernes. 29.03.2024
cult
Rodrigo Fresán por Nacho Goberna © 2014

lecturassumergidas.com | @lecturass | Emma Rodríguez | “La parte inventada”, la última novela de Rodrigo Fresán, es la historia de un escritor que decide desaparecer después de haber logrado el éxito. Un escritor que de niño, sin saberlo, ya estaba destinado a convertirse en contador de ficciones. “La parte inventada” es también la historia de un joven que filma un documental para reconstruir la trayectoria de ese escritor y que, en el fondo, desea ser como él, dedicarse a poner palabras a los incomprensibles huecos de la vida. Ese joven hurta de la casa del escritor una especie de talismán, un juguete querido, mágico, que tiene mucho que ver con los orígenes, con el comienzo y el desarrollo de todo lo que ha de acontecer. Y hay un “sitio donde termina el mar para que pueda empezar el bosque” y un extraño museo “bajo un cielo inmenso”. “La parte inventada” es eso y mucho más y, por tanto, resulta absurdo ponerle límites argumentales, acotarla en un resumen.

Fresán (Buenos Aires, 1963, afincado en Barcelona desde 1999) ha levantado una novela a su medida.Una novela en la que se permite hablar de sí mismo, de sus manías, de sus obsesiones, y al mismo tiempo de todos esos escritores que forman parte de su vida y que le acompañan con sus obras maestras, pero también con sus rarezas y misterios. “La parte inventada” es la historia de un escritor, de muchos escritores, de la parte de escritor que todos llevamos dentro, y en ese sentido puede resultar mitificadora, pero es, asimismo, una crítica ácida de un presente “banal”, un presente de lectores demasiado sumisos y de jóvenes autores que al protagonista le parecen “fascinados con su propia voracidad, famélicos por captar followers y like con un apetito insaciable”.

- ¿No es “La parte inventada” una novela para escritores, para aprendices de escritor y, sobre todo, para lectores adictos?

- Sí, seguramente. Sé que hay mucha gente a la que no le va a gustar y también sé que hay otra mucha a la que le resultará complicada por la gran cantidad de referencias que tiene, referencias que si no conoce le van a llevar a sentirse excluida.

- Bueno, eso no es necesariamente negativo, también puede ser un incentivo, una puerta para llegar a otras lecturas.

- Yo siempre he entendido así la lectura y he llegado a unos libros a través de otros. Pero no sé si ahora la gente está dispuesta a eso. Cada vez se tiende más a lo fácil, a ser llevados de la mano, a acceder a la información a través de links, cuanto más cortitos mejor. Y, aunque eso puede producir la sensación de que se está eligiendo, de que se puede tener el universo al alcance de la mano sin dificultad alguna, en realidad es engañoso. Pero, bueno, llegados a este punto, puedo decir que cuando yo intenté leer “Cincuenta sombras de Grey”, fracasé. Y mira que me interesaba, casi por una actitud perversa. Así como hice con los tres primeros libros de “Harry Potter”, o con Dan Brown, quise probar con éste, pero no pude y no creo que a la autora le preocupe en absoluto. Por eso me parece bien que alguien fracase con “La parte inventada”. Me parece lícito, justo.

-  Leemos para comprender, para comprender lo incomprensible, aquello a lo que no se puede llegar de otra manera. Se dice en cierto momento de la novela.

- Sí. Siempre es así. Lo vemos también en el siglo XIX, que fue el gran momento de la novela. Yo estoy seguro de que entonces se leía muchísimo a Jane Austen, de la que no había conciencia de que era un clásico, porque las jovencitas de la época querían entender qué estaba pasando con el Darsy de turno y los Darsy de entonces querían saber cómo tenía que comportarse con esas jovencitas. Todo eso lo aprendían en obras como “Orgullo y prejuicio”. Los grandes libros son siempre manuales de instrucciones y muchas veces nos conducen a situaciones y experiencias que nunca vamos a poder conocer de otro modo. Yo, a mis 50 años, sé que es muy difícil que llegue a embarcarme en un ballenero para cazar una ballena blanca, pero puedo vivir esa aventura a través de un libro. Imposible una manera más placentera, y económica incluso, de hacerlo.

- En la novela se plantea la pregunta de si existe el genoma de la ficción. ¿Crees que existe?

- Sí. Yo creo que existe el genoma de la ficción y que lo tenemos todos. Creo que todos somos escritores; que todos alguna vez quisimos serlo, al menos durante cinco minutos. Cuando tú eras niña y te contaban una historia y se acababa, seguro que inmediatamente te ponías a pensar en cómo seguiría, en qué le podría acabar pasando al malo. La práctica de la literatura, a diferencia de otras disciplinas artísticas, si hemos tenido más o menos suerte en la vida, nos permite, a los cinco o seis años, tener a nuestra disposición todas las herramientas para escribir un libro, mientras que el arquitecto, el pintor, el músico, necesitan unos conocimientos añadidos, sofisticados y muchas veces caros. Yo siempre digo que debe ser tremendo tener vocación de director de cine porque necesitas a tu alrededor una cantidad de ayudas y de apoyos que en la literatura no se requieren. Bueno, has de tener un editor finalmente, pero se puede escribir una obra maestra y mantenerla guardada; tarde o temprano las obras maestras siempre se encuentran, a no ser que se destruyan. Lo que pasa es que muchísima gente, en un momento dado, se da cuenta de que, aunque se sepa leer y escribir, el ejercicio de la ficción no es tan fácil, como tampoco lo es leer. Yo siempre que me encuentro con un neurólogo, con alguien que estudia el cerebro, le pido que, por favor, intente explicarme cuál es el proceso químico o fisiológico por el cual treinta manchitas negras sobre un papel se te meten por los ojos, llegan al cerebro y ya ahí te producen todas esas experiencias y sensaciones. Siempre se anda buscando las zonas del cerebro donde se instala la culpa, la sexualidad, el sentimiento religioso, pero nunca se encuentra la parte de la ficción. ¿Dónde está eso, cómo es eso? Incluso los que no son escritores o nunca quisieron hacerlo, en algún momento perciben destellos de esa parte; por ejemplo, a la hora de excusarse para no ir a algún lado, cuando le mienten a alguien o en casos puntuales. Hace unos días, sin ir más lejos, cuando venía en el tren, por los altavoces se oyó una voz que decía: “se recuerda a todos los pasajeros que está terminantemente prohibido fumar en este tren, especialmente en el baño del coche ocho”. Yo saqué la libreta y lo anoté. Me pareció perfecto...

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Rodrigo Fresán: “El genoma de la ficción existe”