viernes. 19.04.2024
NUEVATRIBUNA.ES / ANTONIO SANTO. FOTOS: CRISTINA DE LA SERNA

Los festivales de música son algo más que un montón de conciertos amontonados en muy poco tiempo. La gracia de los festivales es el espíritu propio, el ambiente que cada uno ofrece a sus asistentes, que se basa tanto en la tradición (por eso es difícil que un festival nuevo se establezca) como en otros factores, como la oferta de ocio alternativo a la música y hasta el sitio de celebración. No es lo mismo el FIB,con sus modernos, sus tiendas de chapitas y hasta stands para comprobar el grado de pureza de algunas drogas químicas, que el Viñarock / Villarockbledo, con sus post-adolescentes con rastas fumando porros y los heavys de toda la vida vaciando barriles de cerveza. Pero en cualquier caso, el gran protagonista de cualquier festival es siempre el cartel, que es el que configura el tipo de público que uno se va a encontrar. Un cartel coherente da confianza: uno asume que estará a gusto entre aficionados a la misma música que a ti te gusta.

Esto no es un festival

Ése es el principal fallo de Rock in Río Madrid. No es un festival de música, sino más bien una especie de centro comercial temporal, en mitad de la nada, ambientado cada noche en un estilo musical diferente. No sólo es que la configuración del cartel, obviamente realizada a golpe de billetera y sin ningún tipo de criterio musical, no tenga ni pies ni cabeza (¿en qué mentalidad cabe poner en el mismo festival a Miley Cyrus y Metallica?). Tampoco es sólo que haya poca música: si han puesto tres escenarios debe de ser como exhibición de poder, porque el escenario Sunset se cerraba antes de los conciertos importantes del Mundo (lo cual denota muy poca confianza en el cartel y en la asistencia de público: cierras el escenario B, no vaya a ser que el A - el de los grupos caros - se te quede vacío). Lo que más desazón produce es, nada más entrar, ver un inmenso recinto lleno de Burguer Kings, Telepizzas, stands de Movistar y otras muchas marcas... Y en dos extremos del recinto, desangelados y tristes, los dos escenarios (y digo dos, porque el lamentable montaje, gogós del escenario de Electrónica, con gogós que no saben bailar incluidas en el pack, no merece siquiera mención). Incluso en los momentos de mayor asistencia, los conciertos parecían estar dándose para un solar vacío. Y entre espectáculo y espectáculo, anuncios en las pantallas gigantes y una azafata explicando las normas de seguridad... Además, resulta imposible crear ambiente de festival con los conciertos repartidos entre un fin de semana y el viernes y lunes de la semana siguiente. ¿A quién se le ha ocurrido el disparate de poner una jornada de conciertos el viernes y a Metallica el lunes siguiente? Además, ¿qué ambiente de festival quieres conseguir sin prever una zona de acampada? ¿Cómo pretendes atraer gente de fuera? La música, que debería ser la protagonista, es sólo una excusa. Y ni siquiera se han molestado en disimularlo.

El escenario Sunset a las 11 de la noche, justo antes del concierto de Rage Against The Machine.

Siguiendo con la organización, no nos extraña que la asistencia de público al festival haya estado muy por debajo de las expectativas de la organización (unas 250.000 personas, frente a las 300.000 que esperaban). Solamente llegar hasta el recinto es una odisea: por mucho que diga el nombre del festival, Arganda no es Madrid. Y la organización ha tenido el inmenso detalle de buen gusto y generosidad de cara a su bienamado público de no permitir el aparcamiento libre y gratuito junto al recinto (18 € por aparcar en un barrizal sin vigilancia. Juzguen ustedes), con lo cual, una vez que has llegado a Arganda, no te queda más remedio que coger alguno de los autobuses que ofrece el festival. Que sí, son gratuitos, pero el rato de cola (lloviendo y helado por el viento en una rotonda de ninguna parte) no te lo quita nadie. Y la vuelta, cuando se acaban los conciertos y todo el mundo echa a correr para coger sitio en el autobús... Ya se pueden imaginar. Con todos estos inconvenientes, sumados al mal tiempo, no es de extrañar que el festival no haya sido precisamente un gran éxito de público. La organización debería replantearse muy seriamente lo que está haciendo con este festival, o estará condenado a la desaparición y la ruina económica.

Un evento salvado por los músicos

Pero, una vez más, fue la música la que salvó este despropósito de convertirse en un fracaso total: y es que los grupos que tocaban eran buenos, muy buenos. El cartel del primer fin de semana era como encender Los 40 Principales, sí, pero de entre toda la oferta de pop comercial que existe lo que sonó era de lo más digno (quitando a Miley Cyrus haciendo sentirse culpables a los padres por mirarle el trasero a una todavía menor de edad): Rihanna, Shakira y Macaco, y metidos con calzador los míticos Bon Jovi y Mago de Öz, que debían de estar mirando alrededor preguntándose qué pintaban ahí. En medio de todo aquello alguna que otra joyita: José González y Albertucho en conciertos casi íntimos.

El viernes 11 fue un auténtico viaje al pasado, más concretamente al Festimad del 96, que ya tuvo en cartel a Cypress Hill y Rage Against the Machine. Los chicos de Cypress dieron un buen concierto, divertido y bailón, con un sonido correcto (potente, aunque a veces saturaba un poco, quizá por la potencia que hacía falta para que el sonido no se perdiera en aquella explanada), algo deslucido por la lluvia que iba y venía. B-Real salió el primero para poner a la gente a saltar con Get´em up, tema de su último disco Rise up; su compañero Sen Dog se sumó a la mitad de la canción. A partir de ahí, en medio de la incesante lluvia, repasaron los temas más míticos de su discografía, incluyendo un I wanna get high convertido en Yo quiero fumar con el dubitativo español de B-Real, que acompañó su apología de la marihuana fumándose una antorcha olímpica sin importarle las cámaras de televisión y prensa. con Rise up el público reclamó por unos momentos la presencia en el escenario de Tom Morello de Rage Against the Machine, para cantar con B-Real el estribillo; no hubo dueto, pero la gente se dejó la garganta igual. El concierto se cerró con Rock Superstar y un montón de fans que pedían más.

Pero tenían que abrir paso para el que fue, para mí, el mejor concierto de la noche. El público, muy probablemente, no había ido a ver a los Jane´s Addiction. Es más, la mayor parte de la gente apenas los conocía, o recordaba sólo un par de estribillos. Una verdadera lástima, porque, pese a que se nota que los años no han pasado en balde por el cantante Perry Farrell, la banda angelina ofreció un concierto musicalmente intachable. El escenario, adornado con un fondo que asemejaba un barroco enrejado con dos mujeres a izquierda y derecha, vibró desde el primer acorde con los potentísimos ritmos de Stephen Perkins y Duff McKagan (batería y bajo, respectivamente; este último, ex Gun´s and Roses). El sonido de Jane´s Addiction, rock alternativo con un poco del metal más potente, otro poco de psicodelia y hasta algo de punk-rock, se desarrolló por completo durante el concierto, en el que recorrieron los grandes éxitos de la banda de sus mejores discos, desde el primigenio Jane´s Addiction del 87 pasando por su obra maestra, Nothing´s Shocking y el cañerísimo Ritual de lo habitual. Perry Farrell (que se trincó una botella de vino a morro durante el concierto) ya no está para muchos trotes y tuvo que recurrir a trucos vocales para evitar los agudos a los que nos tenía acostumbrados por sus discos, pero aún así fue capaz de salvar la papeleta con dignidad e incluso de crear interesantes sonidos con una mesa de efectos. Dave Navarro (al que Farrell presentó como "su hermano", pese a las conocidas peleas de otros tiempos entre ambos) se explayó y demostró su talento a la guitarra eléctrica y su capacidad para sostener él solo cualquier espectáculo musical. Ain´t no right, Three days, el divertido Been caught stealing y Stop fueron los mejores temas de la parte eléctrica del concierto (en la que, por cierto, para animar más el concierto aparecieron dos bailarinas escasamente vestidas que contribuyeron a calentar más aún el espectáculo. Para los bises se guardaron lo mejor: la mítica Jane says en acústico, bonita y emocionante, aunque ligeramente deslucida por una mala ecualización. La guitarra acústica que se calzó Dave Navarro sonó demasiado aguda, estridente y metálica; el mismo Navarro se cogió un cabreo enorme y, aunque pasó desapercibido para casi todo el mundo, se dirigió a donde esperaban los técnicos de sonido y tuvo un breve rifirrafe verbal con uno de ellos, tras el cual destrozó la guitarra contra el suelo. Cerraron con el espectacular número de tambores y percusiones de Chip away, con toda la banda golpeando enormes bombos y timbales como un ejército en pie de guerra.

Perry Farrell y Dave Navarro durante el concierto..

Los cabezas de cartel, los también angelinos Rage Against the Machine, también superaron las expectactivas del público. El sonido del concierto fue absolutamente impecable: crudo, potente como un mazazo en la sien, sin concesiones. El rap metal de Tom Morello anunció su llegada con el largo llanto de una sirena, como si estuvieran a punto de bombardear el escenario Mundo del Rock in Rio. Realmente las canciones de RATM sonaron como auténticas bombas cayendo sobre un público entregado al habitual estilo rotundo de los angelinos. No hubo un solo estribillo sin corear, y el pogo que empezaba en primera fila y llegaba casi hasta la mitad del público fue casi constante. La estrella roja del grupo bajó hasta el escenario y empezó Testify, con todos los miembros de la banda saltando y bailando a lo largo y ancho del escenario sin dar un segundo de respiro a nadie. Tras 10 años sin sacar un disco, a estas alturas todas las canciones de RATM suenan a clásico, así que el público no tuvo ninguna queja en cuanto a la selección de canciones. Bombtrack, People of the sun, Bulls on parade fueron algunas de las canciones más destacadas del total de 14 (a los más fans se les hizo algo corto) que entregaron a su público. Hay que destacar la extraordinaria versión del White Riot de The Clash que se marcaron, además del dueto con Eric Bobo para cantar Sleep now in the fire. El concierto parecía terminarse con Freedom, decimotercera canción, que dejó casi sin aliento al público... Pero no. No podían irse sin tocar su canción, la canción de Rage Against The Machine. Se la habían guardado como bis, pero no iban a regalarla así como así sin que la gente se la luchara un poco. Así que el público cumplió: gritó, aplaudió, rugió y silbó hasta que al fin volvieron a escena y terminaron la faena con la enorme Killing in the name. Después de eso ya se podía uno ir a dormir tranquilo.

Primeros momentos del concierto de Rage Against The Machine.

Lunes: un día tan bueno como cualquiera para el heavy metal

Tras este viernes dominado por el rock angelino de los 90, dos días de parón, por si quedaba alguna esperanza de que se creara ambientillo en el festival. Y el lunes llegaba un día esperadísimo: los cuatro jinetes, los californianos Metallica, subirían de los infiernos al escenario Mundo para deleitar al público más fanático de todo el Rock in Rio. Pero ese momento estaba por llegar: primero fueron los madrileños Sôber, que tras cinco años de silencio han publicado el recopilatorio De aquí a la eternidad. Aunque incluyan alguna canción nueva, personalmente me parece que, con sólo seis discos en el mercado, cuando tu último disco (sí, ése de hace cinco años) ya era un recopilatorio, sacar otro más es en el mejor de los casos signo de agotamiento creativo (en el peor, signo de tener una cara dura a prueba de balas). El concierto, ni fú ni fá. Viejos éxitos para un público que tenía más ganas de que llegara Mötorhead que otra cosa.

Y entonces se fueron, y subió Lemmy a escena, y empezó el heavy metal. Todos los barbudos con chupas de cuero levantaron sus manos llenas de cuernos al aire y gritaron a pleno pulmón para recibir al cantante de Mötorhead, el legendario Lemmy Kilmister, un tío más heavy que una lluvia de hachas. Un gigante de la escena (metafórica y literalmente) que, junto a sus músicos (entre los que destacaron un Phil Campbell en estado de gracia a la guitarra y la potencia sin límites de Mikkey Dee a la batería) se bebieron los 48 litros de sidra y nosecuántos más de cerveza que habían pedido mientras mantenían a todo el público saltando, gritando y golpeándose amigablemente. Lemmy desgranó sus temas con su voz rajada por el humo y el alcohol de tantos años de ser el tío más heavy del mundo: abrieron con Iron fist y se fueron calentando poco a poco con temas como Be my baby, Rock out y Cradle to the grave. No faltaron los solos inacabables de guitarra de Cambpell y debatería de Dee; este último fue una auténtica exhibición de talento. El concierto se cerró con las apoteósicas y brutales Ace of spades y Overkill. Mötorhead se fueron del escenario por todo lo alto, como los auténticos héroes del heavy metal que son: no han perdido ni un ápice de su esencia.

Metallica abrió su concierto, curiosamente, con una canción que no es suya: una versión maravillosa de Ecstasy of gold de Ennio Morricone. A partir de ahí todo fue una escalada de metal que enloqueció cada vez más al público, ya por completo en las manos de Lars Ulrich y compañía. La banda angelina aprovechó el escenario muy bien, incluyendo fuegos artificiales y llamaradas de fuego... Pero ese despropósito que se hace llamar organización del festival, que hasta ese momento había pasado más o menos desapercibida una vez empezada la música, tenía que dejarse ver en el sonido de algún concierto. El bajo se escuchaba regular nada más, los solos de guitarra de Kirk no se entendían y el doble pedal de Lars directamente no se oyó. James Hetfield soltó algún que otro gallo intentando llegar a los agudos (aunque eso en el heavy nunca ha sido un problema, las cosas como son). De todas formas, Metallica tiene kilómetros en la espalda como para dar un conciertazo tocando con sartenes y ukeleles, y eso fue justo lo que hicieron: pese a los fallos de sonido, lo cierto es que esta banda demostró por qué son un mito viviente con un concierto que empezó con un terremoto y a partir de ahí fue subiendo de intensidad. Throught the never, Sad but true, el himno heavy Master of puppets... No podían faltar tampoco los otros dos pilares de Metallica, Nothing else matters (quizá la mejor balada heavy de la historia de la música) y Enter Sandman. El concierto se cerró con Seek and destroy. 19 canciones de heavy metal para cerrar este parque de atracciones con música de fondo que ha sido el Rock in Río Madrid de 2010. Buena música, sí, pero mal festival. El fracaso de público, pese a contar con artistas de enorme talla, debería hacer reflexionar a los organizadores.

No faltaron los efectos pirotécnicos para calentar el concierto de Metallica.

Rock in Río: buena música, mal festival