jueves. 28.03.2024
lecturas sumergidas
Viñeta perteneciente al libro-Cómic “La vida sublime” publicado por Impedimenta.

lecturassumergidas.com | @lecturass | Emma Rodríguez | De nuevo quise volver a Thoreau y hacerlo como la primera vez, totalmente libre de ideas preconcebidas. De nuevo quise recobrar el asombro de antaño ante una obra pródiga en deslumbramientos. Si me dieran la oportunidad de viajar en el tiempo, de visitar una época, un lugar, no lo dudaría: Concord (Massachusetts) en los tiempos que allí vivió el autor de “Walden”, a mediados del siglo XIX. Si un geniecillo salido de una lámpara mágica me diese la oportunidad de pedir un deseo, ese deseo sería poder realizar un paseo por el río en su compañía, charlando sobre los peces y los pájaros, sobre las inconsistencias de las cosas del mundo y ese prodigio del mero hecho de existir que tanto nos suele pasar desapercibido.

Henry David Thoreau es un río en sí mismo, un río caudaloso, imposible de domesticar. Son tantos los trechos a los que conduce, son tantos los secretos que guardan sus aguas, serenas unas veces, agitadas otras, que no nos cansamos de seguir su curso, confiados en encontrar esos incomparables destellos de verdad, esa energía necesaria para enfrentarnos a unos tiempos tan fronterizos, tan turbulentos, como los que él vivió. Muy presente la imagen del hombre solitario en su cabaña en el bosque que protagoniza el célebre “Walden”, muy cerca de la actitud rebelde de quien no se sometió a las reglas de la sociedad de su tiempo y alentó la “Desobediencia Civil”, título de una obra que hoy sirve de brújula a ciudadanos desesperanzados y escandaliza a políticos que cierran los ojos ante el dolor ajeno, me dispuse a abrir otras rutas, a acercarme a recodos para mí aún inexplorados.

El punto de partida no podía ser otro que “Musketaquid”, la bellísima narración que acaba de publicar por primera vez en nuestro país Errata Naturae y que da cuenta del viaje que Thoreau emprendió en compañía de su hermano John siguiendo las corrientes de los ríos Concord y Merrimack. Fue ese apasionante paseo en barca el que me llevó a querer saber más y me abrió las puertas al imprescindible “Diario” de este hombre múltiple, compilación realizada por Capitán Swing, y a la deliciosa “Biografía esencial” de Antonio Casado da Rocha (Acuarela & Antonio Machado). Todo ello acompañado de “La vida sublime”, un fabuloso cómic, con textos de Maximilien Le Roy y dibujos de A. Dan, que Impedimenta ha puesto en las librerías y que es una oportunidad magnífica para iniciarse en Thoreau, para acercarse a sus claves, para contagiar a los más jóvenes su amor a la naturaleza y su saludable negativa a aceptar las injusticias y a obrar dignamente en cada momento, aceptando las propias contradicciones y huyendo de las mentiras institucionalizadas.

Atenta a todos los reflejos que las aguas del río me iban devolviendo, me fui encontrando, a medida que iba avanzando y prolongando el  recorrido, con todos los posibles Thoreau. Saludé al amante de la naturaleza y precursor de los movimientos ecologistas y también al pionero del activismo, que no dudó en negarse a pagar impuestos y defendió a los esclavos del yugo de sus amos, apoyando, contra sus propios principios, incluso a los que recurrieron a la violencia para lograr liberarlos. Pero, sobre todo, pude observar más de cerca al hombre despegado de su leyenda, y al poeta. Porque si para algo estaba dotado Thoreau era para la poesía, para la poesía entendida como un modo de vida que tiene que ver, más allá del arte de los versos, con la manera de contemplar, de percibir el sonido de lo primigenio, de apartar esas nieblas que ocultan los misterios del existir y que sólo muy pocos son capaces de retirarse de los ojos.

Si algo llama la atención desde un principio en “Musketaquid”, denominación que los pobladores indios dieron al río Concord y que alude a su cualidad “herbosa”, es la poesía que emana de sus páginas, esa capacidad del viajero Thoreau para buscar los significados ocultos tras la hojarasca de la vida, algo también perceptible en “Walden”, que llegó después y que sin duda bebe de los descubrimientos de esta primera incursión. En manos de Thoreau el lenguaje se aclara, se vuelve agua, se confunde con la corriente del río que lo lleva. Y de las manos, de lo que toca, al corazón que siente y a la mente que va desplegando los frutos de su discernimiento. “¿Quién escucha a los peces cuando lloran?” se pregunta el Thoreau poeta, invitándonos a despertar nuestros sentidos aletargados y a disfrutar de las maravillas del entorno...

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El río de las contemplaciones. Henry David Thoreau (II)