viernes. 19.04.2024
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Fotografía © MTSlanzi

lecturassumergidas.com | @lecturass | Por Emma Rodríguez | La obra del escritor Hanif Kureishi es un camino paralelo al de la vida, un camino frecuentado por viajeros que van dejando en él sus experiencias, sus frustraciones, sus descubrimientos. Los temas que siempre le han  preocupado están nuevamente en su más reciente novela, La última palabra: el desgaste del deseo, el deterioro de la vida en pareja; la hipocresía de las relaciones... Pero, fiel a su trayecto literario, a su empeño de ir contando y contándose a sí mismo, de ir dando cuenta de las encrucijadas de un presente cambiante, en esta ocasión, ahonda más en el tema de la vejez y sus servidumbres, y hace entrar por la ventana de esa habitación en la que se sienta a escribir el desagradable viento de la zozobra, de la crisis, de las penurias del ahora, demostrándonos una vez más que dar la espalda a la realidad, a los conflictos sociales, no va con él, sino todo lo contrario.

Ya desde el principio de La última palabra, el autor británico de origen pakistaní nos pone en situación: “La tranquila Inglaterra, ajena a la guerra, la revolución, las hambrunas y los disturbios étnicos o religiosos. Y, sin embargo, si los periódicos estaban en lo cierto, Gran Bretaña era una pequeña isla superpoblada, atestada de bulliciosos inmigrantes, muchos de ellos aferrados a los bordes del país, como un pequeño bote a punto de volcar. Y no sólo eso, miles de buscadores de asilo y refugiados, desesperados por escapar de la inseguridad del resto  del caótico mundo, intentaban cruzar la frontera (…) Mientras tanto, aparentemente, desde la crisis económica, todos los que iban a bordo del país estaban tan apretados y sentían tal claustrofobia que empezaban a agredirse unos a otros como animales enjaulados. Con la creciente escasez –pocos trabajos, pensiones reducidas y una exigua seguridad social– la vida de la gente se iría deteriorando (…) Era como si el gobierno estuviese inyectando deliberadamente un contundente chute de ansiedad en la agenda política…”

Como siempre en Kureishi hay crítica al modelo de sociedad occidental, al neoliberalismo que campa a sus anchas. Como siempre Kureishi nos pone ante conflictos sociales como el racismo o el islamismo. Como siempre, está muy latente la dificultad de los que se integran en una cultura de acogida, sin dejar de percibirla desde los márgenes, desde la distancia, algo que él, hijo de la unión entre un padre pakistaní y una madre inglesa, conoce muy bien. Como siempre, detrás de las anécdotas, de las ironías, hay una indagación en la zona más oscura que mueve los deseos, las acciones. Por eso es un placer acceder a sus puestas en escena, dejarse sorprender por las situaciones que plantea, por las ocurrencias de sus personajes, por la extrañeza de los comportamientos, por esas dosis de perversión que asoman y que no son más que la cúspide de todo lo que permanece oculto.

Hay un momento en el que Harry, el protagonista de la novela, un biógrafo que investiga la vida de un escritor de prestigio, trasunto del Nobel V. S. Naipaul, le pregunta al objeto de su estudio por qué le gustaba la señora Thatcher, “alguien que no poseía ninguna cultura perceptible y que había conducido a Inglaterra hacia la vulgaridad y el consumismo”. La radiografía letal de la realidad, el humor hiriente, lo comparte Kureishi con otra escritora como Zadie Smith. Los dos forman parte, junto con otros autores como Kazuo Ishiguro o Salman Rushdie, de la generación que renovó las letras inglesas, todos provenientes de orígenes ajenos, capaces de aportar frescura, desenvoltura, nuevas vueltas de tuerca a la tradición. Todos han sido capaces de mirar sin prejuicios, de enriquecer el panorama desde el contraste, desde la apertura a otras realidades, tanto en cuestiones temáticas como de estilo y de lenguaje…

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El retrato de una sociedad en declive de Hanif Kureishi