viernes. 29.03.2024
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Hace pocos días que he tenido el placer de presentar el nuevo libro de Pau Solanilla, consultor internacional especialista en identidad pública, gobernanza y diplomacia corporativa que tiene por título “La República de la Reputación: economía, poder y emociones”, publicado por Punto de Vista Editores. El autor nos recuerda cómo la confianza, que es la base de las relaciones personales, políticas o profesionales, es un valor cada vez más escaso en nuestras sociedades postmodernascomo muestran las encuestas más solventes como la del Barómetro de Confianza de Edelman.

La economía de la reputación

Vivimos en un mundohipertransparente, hiperconectado y emocional,en el que el poder o aquellas personas que aspiran a tener algún tipo de poder, tienen que aprender a reconciliarse con la sociedad ycon la ciudadanía relacionándose de otra forma. Una realidad que consolida la imparable emergencia de una nueva disciplina social: “la economía de la reputación”. Si hasta hace pocos años el valor de una compañía residía en sus activos tangibles, es decir en sus fábricas o sus productos, hoy el 80% del valor está en sus activos intangibles como la reputación, la marca y la licencia social para operar.

Cada vez es más necesarioinvertir en capital reputacional, lo que requiere tener un propósito creíble, liderazgos abiertos y un nuevo lenguaje que se haga cargo del estado emocional de las personas.Uno de los grandes cambios en este nuevo entorno reputacionalesque tenemos que aprender a gestionar mejor no sólo la información, sino la gestión de las expectativas de las personas y grupos de la comunidad o comunidades en las que operamos. Para ello, el uso del lenguaje y de las competencias conversacionales vuelve a ser muy importante para conectar con nuestros públicos de interés.

Pau Solanilla nos recuerda las palabras del neurólogo Karl Deisseroth, “no hay memoria sin emoción”. Las emociones son las nueva energía que mueve el mundo. Sin embargo, para emocionar hace falta algo más que táctica o estrategia, se necesita autenticidad, credibilidad y pasión. El autor reivindica un nuevo lenguaje que contribuya a tejer un nuevo relato movilizador para recuperar credibilidad y confianza y por tanto la reputación, en el que las pequeñas grandes historias en el seno de las empresas o las instituciones pueden contribuir a ese objetivo.En esta nueva era de la economía de la reputación, las historias con valores y las marcas con alma son las que se imponen.

Tecnoutopías

Si las emociones son la nueva energía que mueve el mundo, los datos son el combustible para los nuevos negocios. La eclosión de las nuevas tecnologías de la información con el desarrollo de internet ha supuesto en teoría la apertura de nuevos espacios de libertad, o eso es lo que hemos querido creer. Sin embargo, esa libertad se ha convertido hoy en una nueva tiranía gracias al oligopolio de las empresas tecnológicas y la forma en que captan datos y distribuyen información con sus algoritmos. Vivimos en realidad en una falsa era de libertad digital. Las grandes plataformas de contenidos y los buscadores, se han convertido en los vertebradores de la información que circula y que consumimos. Las bigtech y los algoritmos, condicionan la vida de las personas y están moldeando nuestras sociedades. Estos algoritmos, secretos y discriminatorios, se basan en el principio de preferencia de contenidos a tu gusto y nos están formateando como individuos y como sociedad.

Hoy la práctica totalidad de las infraestructuras económicas y sociales dependen ya de los servicios de las empresas tecnológicas. El problema no radica en que quieran ganar dinero, sino que no están sometidas a ningún control democrático o ético, y cuanto más hiperconectados somos más vulnerables.

Reputación, la gran arma ciudadana

Según nos indica el autor, la respuesta a esta situación no puede venir solo de la regulación o de los gobiernos e instituciones. Las grandes empresas tecnológicas, o aquellas que gestionan ingentes cantidades de datos personales, dedican enormes cantidades de dinero a actividades de lobby para frenar o mitigar los efectos de las nuevas reglas. La respuesta solo puede ser social. La batalla de los ciudadanos frente al lobby tecnológico o de otros sectores económicos igualmente poderosos como el financiero es limitada y una lucha desigual. Sin embargo, tienen un flanco enormemente vulnerable, su reputación. En el mundo de hoy, la reputación es uno de los atributos críticos para la competitividad y sostenibilidad de las empresas, que sumado a la creciente demanda de transparencia, está poniendo en cuestión el modelo de negocio y algunas de las prácticas de las plataformas tecnológicas impactando de lleno en la valoración bursátil de las compañías. Empresas como Facebook o Google, se multiplican hoy en acciones para blanquear su imagen y proteger su bien más preciado, la reputación, y es ahí donde los ciudadanos tenemos una buena dosis de influencia y por lo tanto de poder.

La economía de la reputación ha venido para quedarse. Ya no es suficiente construir un modelo de negocio rentable, innovador y escalable. Las empresas y las instituciones tienen que aprender a gestionar su capital reputacional para ganar y mantener la licencia social para operar y garantizar su sostenibilidad. Sus prácticas ya no solo tienen que ajustarse a la legalidad, sino que tienen que alinearse con los valores socialmente emergentes de la sociedad.  Ahí es donde ciudadanos y consumidores tenemos un nuevo e importante poder de influencia para reconfigurar el mundo en el que vivimos.

La República de la Reputación