jueves. 28.03.2024
capitan-lagarta

La distancia emocional entre quien va tirando y quien nada posee es cada vez mayor. La brecha de clase que hay entre quien tiene trabajo y quien no lo tiene es tan grande, sus tiempos tan desiguales y los niveles de injusticia tan insoportables que el capitán, que nunca fue partidario de repartir el trabajo  -no da lo que no quiere para sí-  propone repartir el tiempo: uno de los seis millones de trabajadores en paro cede cuatro horas de su tiempo libre al grupo mejor pagado de empleados a sueldo de la función pública a cambio, solidariamente y por decreto, de media jornada laboral. No se moleste el colectivo con la broma, considere sus ventajas, pues con el tiempo, poco a poco  -“gutta cavat lapidem”-  parece estar cumpliéndose el perverso objetivo final de que acaben siendo la mitad y cobren la mitad trabajando el doble. Doce pagas extra usurpadas para recebo de la banca, podrían ser el digno puesto de trabajo de un vecino. Ceder sí, pero a cambio de algo; darse por lo menos el gustazo de tener de compañero en el chollo al sobrino, a la hija o al mendigo de la esquina. Otro millón de trabajadores en paro cede la sexta parte de su tiempo a quienes cobran más de seis mil euros al mes a cambio de un contrato de chófer, canguro, mayordomo, guardaespaldas, pinchauvas o personal shopper. Otro millón quedaría colocado exigiendo a cada pobre cienmileurista el esfuerzo de contratar tan solo a dos esclavos más. Y finalmente, si la mitad mejor pagada de los empleados privados, en vez de ceder, poco a poco, sueldo a cambio de nada, lo cambia por tiempo libre de la fuerza de trabajo en paro, asunto solucionado pues saldrían de la calle hasta a los que saltan la valla. Y el empresario contento: “arriba el dos por uno”, “viva el mini job”. El pleno empleo derribaría el estereotipo de que el INEM no vale para nada porque lo haría real; y tres mil millones de euros al mes destinados a pagar prestaciones irían a la dependencia, a la sanidad, a la educación, a pagar los intereses de la deuda, a reflotar autopistas, o a corruptelas varias pues el zorro debe seguir comiendo gallinas. Y se acabarían las rentas mínimas porque los pobres se ganarían el sueldo. Y nadie preguntaría “cuánto cobras” sino “cuanto tiempo tienes para hacer lo que te peta”. Y habría el doble de políticos y de asesores y de profesores y de sanitarios. Y no habría colectivo alguno en riesgo de exclusión porque toda persona en edad de trabajar, por cojones  -ver artículos 9º y 14º de la Constitución Española-  tendría trabajo. Y a los vagos, que siempre los hay, si no quieren por derecho se les podría obligar a trabajar, vía artículo 35, por deber. Y el despido quedaría prohibido. Y la productividad sería la de siempre. Y bajarían los precios, y crecería el consumo, y todo el mundo podría llevar corrector y empastarse de una puta vez las muelas. Precario, pero justo, valiente. Inocua utopía humorística que, sin molestar  a nadie, solo pretende suavizar la delirante e insoportable realidad de que cada queja de un mileurista sea un guantazo dirigido a los morros de quien no cobra nada, que cada paga extraordinaria perdida sea algo tan ajeno al ceroeurista como la quinta dimensión o el bosón de Higgs, que cada síndrome postvacacional esté escupiendo a la cara a quien padece el síndrome postlaboral forzado y que cada medida de conciliación laboral-familar constituya un insulto a las familias con todos sus miembros en paro, aquellas que concilian 24 horas al día lo familiar con lo familiar peleándose por el cuscurro de la barra de pan, por un sitio bajo la manta o por quien baja hoy a la basura.

Reparto del tiempo