Novedades editoriales: una rentrée con mujeres

Libros escritos por mujeres o que hablan de mujeres protagonizan el comienzo del nuevo curso editorial

La nueva temporada que se inicia este septiembre de 2016 en el mundo editorial en España tiene a la mujer como principal protagonista. Si exceptuamos algunos títulos de autores como Borges (las cuatro conferencias que integran “Tango”), un inédito de Roberto Bolaño (“El espíritu de la ciencia ficción”), “Volar en círculos”, de John Le Carré, “Patria” de Fernando Aramburu o la nueva novela de Álvaro Pombo, “La casa del reloj”, esta rentrée estará protagonizada por libros escritos por mujeres o que hablan de ellas.

A saber: “Los últimos días de Adelaida García Morales”, de Elvira Navarro; “La carne”, de Rosa Montero; “Cuando llega la luz”, de Clara Sánchez; “El beso del canguro”, de Eugenia Rico; “El corazón es lo último que se va”, de Margaret Atwood; “Me llamo Lucy Barton” de Elizabeth Strout, “Rey de picas”, de Carol Joyce Oates o “Últimos testigos”, un nuevo título de la nobel Svetlana Alexiévich. A todos ellos hay que añadir los que hablan de mujeres.

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Xulio Formoso: las chicas de Charles Manson
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La sombra de Charles Manson

En agosto de 1969 el mundo se vio conmocionado por uno de los crímenes más violentos y sanguinarios del siglo XX. Varias mujeres de una secta liderada por un visionario llamado Charles Manson entraron en una vivienda de Bevery Hills y asesinaron a seis personas, entre ellas la actriz Sharon Tate, esposa del director de cine Roman Polanski, quien estaba embarazada de ocho meses. Los cuerpos aparecieron apuñalados sádicamente entre grandes charcos de sangre con la que las mujeres pintaron símbolos satánicos en las paredes y escribieron palabras cuyo significado fue objeto de interpretaciones diversas. Ese crimen ha servido como modelo a la joven novelista Emma Cline (Sonoma, California, 1989) para escribir “Las chicas” (Anagrama), una de las novelas más interesantes de la literatura norteamericana reciente.

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Las chicas, portada de Anagrama

Más allá del crimen en sí, Emma Cline estudia minuciosamente en esta novela el proceso de seducción que ejercen sobre una adolescente la imagen y el modo de vida de unos personajes en los años de la eclosión del movimiento hippie, la libertad sexual, las drogas y la música pop-rock de la costa oeste en los sesenta. Junto a la idealización de la filosofía de amor y libertad, la novela se recrea en los aspectos más desagradables de la vida comunal hippie: suciedad, alcohol, drogas, promiscuidad sexual, podredumbre…

Evie Boyd, una colegiala de 14 años, hija única de unos padres que acaban de separarse, se ve inmersa en la vorágine de una secta satánica durante el caluroso verano del 69 mientras espera su ingreso en un internado. Fascinada por la imagen de libertad e inconformismo que exhiben las chicas de la secta, decide unirse a la troupe que forman en torno al gurú Russell Hadrick (trasunto de Charles Manson) y se instala en el rancho en el que desarrollan su vida los miembros de la comuna en la que tienen un papel destacado las mujeres que rodean y sirven al líder: Donna, Helen, Roos, Caroline y sobre todo Suzanne, con la que mantiene una especial relación, cuya personalidad recuerda a la de Susan Akins, la mujer que en el juicio reconoció haber apuñalado a Sharon Tate.

Ese proceso de inmersión en un modelo social en las antípodas del que representan las familias de su padre y de su madre, de sus amigas, de la vecindad y del sistema educativo en el que se ha formado, es el tema central de una novela que narra el cambio que sufre una personalidad en formación en una familia desestructurada, con problemas de adaptación y rechazo social y familiar (sus padres lamentan que Evie no sea guapa ni inteligente). Russell iba a enseñarle a amar, a encontrar el camino a la verdad, a liberar su auténtico yo: “Russell ofrecía una salvación mística, reforzada por esas jovencitas que agachaban la vista con adoración cuando él hablaba”.

La estructura literaria de “Las chicas”, un cotinuado flash back desde el que una Evie Boyd adulta vuelve su mirada hacia aquellos años de adolescencia, introduce en la narración un paralelismo entre la vida de los jóvenes actuales y los de aquellos años sesenta, afectados por los mismos problemas.

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Xulio Formoso: mujeres de Francia
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Las mujeres de la revolución y el Siglo de las Luces

Charles-Augustin Saint-Beuve (1804-1869) está considerado como el mejor crítico literario de la historia, a pesar de sus rarezas, como la de no haber entendido a Balzac. Además de crítico, Saint-Beuve fue un escritor de éxito, entre cuyos libros destaca “Port Royal”, una obra inclasificable publicada en cinco volúmenes aparecidos entre 1840 y 1859, en los que se cuenta la historia del monasterio de Port Royal y de sus visitantes y moradores.

En “Port Royal” se incluyen magníficos retratos de personajes de los siglos XVII al XIX, entre los que sobresalen los de algunas mujeres protagonistas de la vida social francesa de la época, aquellas que merecen figurar por méritos propios. Son estos los que ahora ha reunido la editorial Acantilado bajo el título de “Retratos de mujeres”.

Retratos de mujeres, portada de Acantilado

Algunos de esos nombres son bien conocidos, como el de la marquesa Du Deffand, Madame Pompadour, Madame de Staël o Madame Recamier. Otros suponen un luminoso descubrimiento para el lector. Todas tienen méritos suficientes para figurar en la nómina de mujeres excelentes de la historia de Francia, algunas por su obra literaria y su rica correspondencia, y otras por su personalidad y su papel en la sociedad y la política de su tiempo.

La mujer a la que Saint-Beuve dedica un espacio más extenso es Germaine Necker, convertida en Madame de Staël por su matrimonio con el barón Staël-Holstein. Mme. de Staël se ganó un lugar de honor en las letras francesas con novelas que provocaron fuertes polémicas, como “Delphine” (calificada de peligrosa e inmoral, de apología del suicidio y de ataque a la institución del matrimonio), “Mirza”, “Adelaide et Theodore” o “Corinne”, que nos descubren, entre otras cosas, a una pionera del feminismo. También fueron discutidos sus ensayos sociales (“De la influencia de las pasiones”, “Reflexiones sobre el suicidio”), literarios (“Lettres sur Jean-Jacques”, “De la Literatura”), y políticos (“Consideraciones sobre la Revolución francesa”). Niña prodigio admirada ya en los salones de su madre por Grimm, Gibbon o Marmontel, lectora prematura, amiga de Chateaubriand y de Benjamin Constant, después de un exilo de diez años ordenado por Napoleón y de la prohibición de sus libros en Francia, Madame de Staël encontró en la religión el último de sus refugios. Murió en París en 1817.

Más trágico fue el destino de Mademoiselle Phlipon, Madame Roland, ejecutada en la vorágine del Terror de la Revolución Francesa, habiendo sido una de sus más entusiastas defensoras. Para la posteridad ha quedado su imagen subiendo al cadalso en traje blanco, con el cabello suelto, manteniendo hasta el final el orgullo republicano que contagió a su marido, el dos veces ministro Jean Marie Roland de la Platière. Para la posteridad ha quedado la frase con la que se despidió de la vida: “¡Oh, libertad. Cuántos crímenes se comente en tu nombre!”.

Sus “Mémoires” y su correspondencia han quedado como un documento impagable de aquellos años dramáticos. Otras “Mémoires”, las de Madame D’Épinay, escritas en forma de novela en tres volúmenes, reflejan mejor que nadie la sociedad y las costumbres del siglo XVIII, incluidas las relaciones de D’Épinay con Voltaire, Diderot y Rousseau y sus amores con Francueil y Grimm, quien llegó a batirse en duelo por su amor.

Una de las mujeres más fascinantes de la época fue madame Du Deffand. Nacida como mademoiselle de Chamrond, abrigó desde muy joven dudas de fe religiosa, que se agravaron cuando se le obligó a un matrimonio de conveniencia con un hombre que, según sus palabras, le daba asco. Sus cartas tienen un gran valor histórico porque arrojan una luz inédita sobre los años finales de Luis XV y los primeros de Luis XVI. Infatigable y activa a todas horas (“lo que quito a mis noches lo añado a mis días”), su salón se convirtió en el más importante foco de atracción de intelectuales y políticos de la época, al que acudían Voltaire, Montesquieu y D’Alembert. Ciega y enferma, se dice que a los setenta y tres años conservaba el mismo fuego apasionado en sus relaciones con su amante Horace Walpole, de 50, que cuando era una veinteañera asediada por una miríada de pretendientes. Las relaciones con Walpole duraron quince años en los que su pasión se mantuvo tan viva el último día como el primero.

Hay en este libro de Saint-Beuve una dedicación especial a madame de Pompadour, la reconocida amante de Luis XV y autora de la frase “después de mí, el diluvio”, que algunos han atribuido al monarca. Fue la última de las queridas reales dignas de este nombre en Francia. De esmerada educación, Mme. de Pompadour era una gran seductora que en su juventud poseyó todos los talentos y todas las gracias. Llevó a la Corte el arte y la cultura de su tiempo e intentó que el Rey disimulase su ignorancia y su rechazo a la intelectualidad (“esa morralla”, le llamaba).

La hermosa biblioteca de Mme. de Pompadour alojaba las mejores obras de los autores contemporáneos y su gusto estético dio nombre a todo un estilo. En el cuadro de La Tour que cuelga en el Louvre aparece retratada con la “Encyclopédie” y un ejemplar de “El espíritu de las leyes”. Despreciada por Luis XV (se cuenta que al ver desde el palacio de Versalles el féretro que la conducía a París en un día inhóspito dijo: “La marquesa no tendrá buen tiempo para su último viaje”), Mme. de Pompadour contribuyó sin embargo a hacer de su reinado uno de los de mayor esplendor.

Otros retratos, en fin, nos descubren mujeres cuyos méritos han quedado sepultados por la vorágine de la historia: Mme. de Sévigne, autora de una rica correspondencia recogida en diez volúmenes, escrita con un estilo libre, caprichoso y cambiante; Mme. de Longueville, víctima de intrigas cortesanas que le atribuían falsos amantes y provocaron duelos a muerte; Mme. de La Fayette, autora de novelas como “La princesa de Cléves” y de unas polémicas “Memorias de la Corte de Francia”; Mme. de Caylus, autora de unos “Souvenirs” con prólogo de Voltaire, o Mme. de Geoffrin, quien mantuvo otro de los grandes salones de la época y una extensa correspondencia con D’Alembert, Voltaire y Marmontel. Mención aparte merece Mme. Recamier, la única a quien el autor llegó a conocer en vida: Saint Beuve frecuentaba su salón, del que Chateaubriand era alma y orgullo.

Francisco R. Pastoriza
Profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural Asignaturas: Información Cultural, Comunicación e Información Audiovisual y Fotografía informativa. Autor de "Qué es la fotografía" (Lunwerg), Periodismo Cultural (Síntesis. Madrid 2006), Cultura y TV. Una relación de conflicto (Gedisa. Barcelona, 2003) La mirada en el cristal. La información en TV (Fragua. Madrid, 2003) Perversiones televisivas (IORTV. Madrid, 1997). Investigación “La presencia de la cultura en los telediarios de la televisión pública de ámbito nacional durante el año 2006” (revista Sistema, enero 2008).

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