viernes. 29.03.2024
lecturas-sumergidas
Pedro Zarraluki. Fotografía © Karina Beltrán

lecturassumergidas.com | @lecturass | Emma RodríguezEn “Te espero dentro” hay un momento en el uno de los protagonistas comprende que “podía ser fácil aburrirse” y “fácil pisar el acelerador al llegar a una curva sólo para ver qué pasaba. O para que pasara algo distinto a lo de cada día”. En su última entrega, un conjunto de cuentos unidos por puentes y afinidades, Pedro Zarraluki (Barcelona, 1954) coloca a sus personajes en esas situaciones en las que se toma conciencia de la repetición, del tedio, de la línea recta, previsible, de lo cotidiano, en esa aparente calma que se desea o se teme alterar. Pero algo se mueve bajo los pies, algo estalla de pronto, de manera sutil o brutal, provocando un viraje en el curso de la vida.

“A veces pienso que lo que esperan es que suceda un milagro”, reflexiona en uno de los relatos una joven que trabaja en el teléfono de la esperanza y que arrastra un turbio trauma familiar. “Hay cosas que no debemos ni podemos olvidar, cosas que nos persiguen”, dice en otra de las piezas una anciana al hombre al que probablemente ha de traspasar su curiosa tienda de postales. “Sólo podemos morir en el futuro (…) Ahora estamos siempre vivos”, toma Clara, una lectora cuya vida permanece varada, las palabras de la escritora Amy Hempel una mañana en la que, al despertar, se da cuenta de hasta qué punto no es capaz de dar el salto, salir de las historias de los libros y empezar a sentir por sí misma.

Hay conflictos familiares, secretos inconfesables, intimidades al descubierto, en este libro en el que Zarraluki abre los ojos a lo que se esconde detrás de las primeras capas de apariencia y afina el oído para escuchar, más allá de las correcciones del lenguaje, el leve aleteo de insatisfacción, de fracaso, de pena, que late en el fondo de los corazones. El escritor, con una amplia experiencia a sus espaldas, que se condensa en títulos como “El responsable de las ranas” “La historia del silencio”, “Un encargo difícil” o “Galería de enormidades”, no pretende descubrir nada nuevo, nada que no sepamos, pero sí nos permite descorrer las cortinas del pudor, sacar a la luz los prejuicios, mirar a través de la puerta entreabierta, hacernos los dormidos para poder contemplar escenas que parecen interpretadas por nosotros mismos en esas ocasiones en que nadie nos ve. Parejas en situaciones nada románticas, padres e hijos que no llegan a entenderse o que descubren una nueva forma de comprensión, hermanos unidos por vidriosos trozos de experiencia compartida y por deseos de venganza, recorren esas estancias tan reconocibles del día a día.

Es difícil no reconocerse en esas pequeñas heridas que van agriando la existencia, en esas grietas por las que se cuela la esperanza, en esos instantes en los que un simple gesto lo puede echar todo por la borda y abrir la espita de las emociones, en esos reveladores días en los que, como le sucede a Antonia en “Suite para una sola voz”, se siente el profundo deseo de ser una persona distinta, nueva, en una ciudad desconocida.

- La narración que abre el libro, “Con los ojos cerrados”, se dedica, en el apartado final de los agradecimientos, a un amigo que dijo que los cuentos de Pedro Zarraluki empezaban a volverse peligrosos. ¿Peligrosos?

- (Risas) Bueno… Otro amigo me dijo que acabó agotado de tanta fragilidad. Lo que yo quería inicialmente era escribir un libro de cuentos que tratase sobre relaciones difíciles entre las personas, pero todos me fueron llevando a esos momentos decisivos, a esas enormes encrucijadas, de la vida, en las que se acaba dando un vuelco importante, un gran volantazo. El cuento es un género que se adapta muy bien a todo esto. Es un instante suspendido en el aire o, como decía Hemingway, un medio que nos permite ver lo que está pasando debajo de la puntita que asoma, todo lo que no mostramos porque, indudablemente, resulta muy sano preservar ciertas partes de la intimidad.

- “Hay que conocer los estratos de la vida”, dice la protagonista de “La Historia en un rincón”. Es una frase muy significativa porque hace referencia a la Historia colectiva, a lo que no podemos olvidar; pero también a la historia individual de cada uno, a esas capas de vivencias que se van superponiendo, más o menos según la edad.

- “Te espero dentro” es un libro muy generacional. Me interesaba mucho hacer convivir a personajes de distintas edades. Cuando eres joven tienes muy pocos estratos y a medida que cumples años la memoria cada vez va cobrando más importancia. Aquí hay relatos de adolescentes que empiezan a descubrir el mundo y anhelan el futuro y de gente mayor para la que la ansiedad o la alegría arrancan del pasado. En realidad, lo que he hecho ha sido plasmar esas distintas etapas. Puede que sea por influencia de mis padres, que son pintores, pero siempre he tenido muy claro que un escritor tiene que ser ante todo un buen retratista. De ahí que muchos de mis personajes sean el retrato de gente que conozco. Ahora mismo estoy en un buen momento de mi vida: ya tengo un pasado en el que cobra importancia la experiencia de la gente que se ha ido y un presente en el que me relaciono con personas de distintas edades, desde mis padres a mis hijos, pasando por los amigos de mi misma edad y sus cercanías. A través de ese contacto puedo acercarme a todo lo que nos mueve.

- Saber dibujar lo que se ve y saber escuchar, ¿no?

- Sin duda. Hay relatos que arrancan de cosas que me cuentan y sobre las que imagino situaciones. Hay otros que parten de experiencias propias, caso de “No lo hagas”, donde el protagonista, como me pasó a mí, acude a un centro de conductas adictivas para dejar de fumar. Conozco de primera mano las conversaciones que mantiene con la psiquiatra, sus sensaciones, y a partir de ahí me pongo a inventar la vida de un hombre que ha tocado fondo, que no tiene capacidad de reacción y al que la vida le hace un regalo, pero un regalo sórdido y miserable, a su altura. Junto a ellos, hay dos relatos que son verídicos: “La Historia en un rincón”, que me regaló mi hermana y donde narro el caso real de una turista japonesa que entró en un tienda y se encontró con el trágico pasado de su familia en una postal, y “Teoría del saltamontes”, que es parte de la biografía de un amigo, un biólogo marino que trabajó en una factoría ballenera de Galicia antes de que se prohibiera la caza de estos cetáceos. Allí conoció a la mujer que atendía a los empleados de la factoría y que, tras su cierre, se quedó sola en el lugar. Esa mujer, aislada, apartada de cualquier adelanto tecnológico, es la protagonista del cuento. Se trata de alguien que ha vivido siempre en un presente continuo, inalterado, hasta que le regalan un televisor y se da cuenta de que existen las elipsis, los saltos temporales...

Leer el artículo completo en la revista...



Los relatos generacionales de Pedro Zarraluki