miércoles. 24.04.2024

En la ciudad de Nuremberg el invierno estaba siendo muy frio. Nevaba copiosamente sobre la ciudad, pero los asistentes no querían perderse la homilía del cardenal Klaus Richter en la misa que iba a tener lugar a las doce en la catedral.

Mientras caminaba el purpurado por los soportales donde se protegía de la nieve para ir a la catedral, vio a unos niños que jugaban en la plaza y que se tiraban bolas de nieve, lejanos a toda preocupación. Pensó en los niños que había mandado secuestrar, que tenían familia, porque los quería en el coro, y acostarse con ellos para disminuir su nivel de ansiedad. Les esperaba la castración para que cantaran como los ángeles toda la vida.

Vio a un lisiado que le faltaban las dos manos, que se movía en su carrito de madera apoyándose en los muñones cubiertas con harapos, que decía “una mano amiga que me la menee porque yo no puedo”, y lejos de conmiserarse de él, y sentir pena, pensó que era un grandísimo pecador. Al mismo tiempo, trataba de detener sus pensamientos, pero estos aparecían cada vez más frecuentemente aumentando su sufrimiento emocional y ansiedad y sentía la necesidad de realizar rituales para tratar de aliviar su melancolía. A pesar de los esfuerzos por ignorar o deshacerse de estos o los impulsos que le molestaban, estos volvían una y otra vez, conduciendo a más rituales, el círculo vicioso de su melancolía religiosa. Los comportamientos repetitivos que sentía para reducir la ansiedad de sus obsesiones, o para que algo malo sucediera, no cesaban.

Pensó en los niños que había mandado secuestrar, que tenían familia, porque los quería en el coro, y acostarse con ellos para disminuir su nivel de ansiedad

Siguió camino de la catedral mientras se decía «yo no abandono a mi Jesús porque él tampoco lo hizo conmigo», «Ten piedad de mí», pensaba con congoja, ante el pensamiento del Juicio Final, e implora la misericordia divina para poder alcanzar la redención. 

Un poco más adelante unos borrachos en una taberna que se divertían gritando cosas a la gente, al ver pasar al cardenal le dijeron “ahí viene el amigo de dios”. Este los ignoro y pensó que la próxima vez iría en el carruaje.

Paso por delante del ayuntamiento, camino unos metros donde no lo cobijaba ningún soportal y llegó a la catedral. Pensó que todo era un castigo divino que tenía que aceptar por sus pecados. Nuevamente le llegaron a su mente pensamientos de su madre en actitud sexual ante un hombre que no conocía, pensaba que no lo había protegido de pequeño y había sufrido el escarnio de todos sus vecinos y compañeros de escuela. Tampoco su padre había hecho nada por él. Después pensaba en su camino religioso, lo hacía pensando con mucha angustia.

A pesar de los esfuerzos por ignorar o deshacerse de los pensamientos o impulsos que le molestaban, estos volvían una y otra vez conduciendo a más comportamientos ritualistas. 

En otros momentos creía que iba a perder el control, que se iba a desmayar y hacerse daño a sí mismo y a otras personas. El pensamiento de poder hacer daño a otros era recurrente.

El público asistente a la misa iba llegando, desde hacía dos horas y una vez dentro la música del órgano resonaba con fuerza, llenando la atmósfera con el órgano y un olor a incienso que impregnaba la atmosfera. La catedral se había llenado. 

A pesar de los esfuerzos por ignorar o deshacerse de los pensamientos o impulsos que le molestaban, estos volvían una y otra vez

Unos minutos antes de iniciarse la santa ceremonia los cincuenta niños del coro de la escolanía de Brandemburgo, iniciaron la ascensión a la parte trasera de la iglesia, a ocupar sus respectivos lugares, donde practicaban y cantarían en la misa. Iban serios, se los veía tristes.

Desde la zona de la sacristía donde se vistió, el príncipe de la iglesia salió hacia el altar caminando con gran recogimiento y devoción, y luciendo sus mejores vestimentas. Caminaba lentamente hacia el ara sin pisar las baldosas, le aterraba pisar la raya e hizo una profunda genuflexión. El arrodillarse para pedir perdón era muy importante para él. Después lo besó, mientras el sacristán principal inciensaba la cruz y la catedral, provocando que el ambiente se impregnara de este olor.

Mientras iniciaba la misa, veía en su mente a su madre desnuda y en actitud sexual. Después pensamientos de agresión, de temas sexuales o religiosos. Hay que asumir la fe, con entereza. La tumba me horroriza, se decía. Pensamientos que no quería, y que lo atormentaba. 

Su pensamiento se desdoblaba entre el comienzo de la santa misa, que tantas veces había realizado y sus ideas de destrucción. Ya en el “gloria”, a la hora de decir “Alabamos a Dios”, reconociendo su santidad, muestra una tremenda necesidad de Él, y decía, soy pecador y se arrodillaba, y continuamente sentía la necesidad de que lo perdonaran y de confesarse y de hacer penitencia por sus pecados.

En el pulpito mientras leía la primera lectura del Antiguo Testamento, se decía que Dios nos hablaba a través de la historia del pueblo de Israel y de sus profetas y sus pensamientos eran que ahora, que estás vivo, ¡no me olvido de rezar!. Imploro que se me purifiquen tantos pecados, rezaba con la angustia del hombre que vive en el pecado, y por ello pedía a Dios su misericordia, y al mismo tiempo pensaba en esos niños del coro con los que se acostaba.

Rezaba con la angustia del hombre que vive en el pecado, y por ello pedía a Dios su misericordia, y al mismo tiempo pensaba en esos niños del coro con los que se acostaba

Pensaba también en el alma que abandona su obcecación en el pecado, pero no pierde su fe a pesar de la idea del cristiano, que ronda por su cabeza, y que llega, a menudo, a debilitarlo, a la muerte ¡Eternidad, palabra atronadora! y se estremecía. 

Otros pensamientos que envolvían una gran lucha interior, el miedo, lleno de nerviosismo y congoja. Y luego en su mente, otros de reprimenda a los pecadores contumaces y empecinados, y preso de una agitación evidente, se decía ¡Estremécete, alma engreída!

Cuando llegaban los coros creados para ritos religiosos, con una parte coral `para ser cantadas por los feligreses, la oía muy atentamente, le gustaba mucho, en cierta forma lo relajaba y al mismo tiempo pensaba que le gustaban las felatio de los niños, aunque ya no las pudiera consumar. Las letras tomadas de poesías piadosas, sugerían imágenes para su representación en símbolos musicales, que magnificaba al evangelio del día. Era necesario leer cada pasaje para comprender su música y su significado. Anuncian la gloria del creador, pero también hablan de la fragilidad de la existencia, de la muerte y la esperanza, del reencuentro con uno mismo y de hallar a Dios, donde la razón y el sentido de la vida se aúnan.

En el rito de lavarse las manos, le pidió agua al sacristán, y estuvo frotándose las manos mucho tiempo, ya las tenía enrojecidas y doloridas, y también en ese momento se repetía a sí mismo, “El Espíritu Santo viene a traer la fe, y con ella, el miedo desaparece entre las palabras”, y luego se decía “Dichoso aquél que muere en el Señor ahora y siempre”, y “todos mis temores quedan tras de mí, a cargo de un coro de ángeles que dice que habrá Cielo para mí”, pensaba que estaba sucio.

Cuando llegaban los coros creados para ritos religiosos, le gustaba mucho, en cierta forma lo relajaba y al mismo tiempo pensaba que le gustaban las felatio de los niños

En la eucaristía, genuflexión. Mucho tiempo pidiendo perdón, alzamiento del copón y después al beber la sangre de Cristo antes de dar la hostia, limpiar durante minutos el copón con un paño limpio, pues le aterraba el contaminarse con la suciedad de otros. El cuerpo del señor, y pensaba en el pavor teñido de incertidumbre ante el.

El sufrimiento, el dolor, eran visto como la cruz, qué a cada paso, carga, y hace el debilitamiento es mayor. Recuerda el sentido de este, presagio de salvación y de lealtad a Cristo, el consuelo al saber lo pasajero de todo mal y alabanza a Dios en un tono que despeja el tormento pasado. Le sucede un momento donde se siente solo. Sufre en soledad la miseria humana, tanto que le lleva a desear vivamente la muerte, piensa en el suicidio, luego en el dolor y la esperanza de salvación, y se dice: “Soy injusto; eres justo, Señor”.

Después de finalizada la misa, se dirigió hacia la escuela de cantores en una calesa donde estaban los niños y pidió a los sacristanes que lo dejaran solo con tres niños, en una habitación que servía para recibir a algunas visitas.

Cuando estaba con ellos, que miraban hacia abajo cariacontecidos y tristes, se desabotonaba su sotana de cardenal, hasta que se quedaba en ropa interior. Atraía hacia si la cabeza de los niños, restregaba la cara del niño por sus partes, y poco a poco, introducía su boca en su pene, con suavidad pero con firmeza, hasta que los infantes empezaban a chupársela y le hacían una felatio, que generalmente terminaba frustrada pues no mantenía la erección. 

Cuando estaba con ellos, que miraban hacia abajo cariacontecidos y tristes, se desabotonaba su sotana de cardenal, hasta que se quedaba en ropa interior

Su ansiedad aumentaba, al ver que no podía tener un orgasmo y entonces desnudaba a los niños totalmente hasta que los penetraba analmente, pero nuevamente sus pensamientos le impedían realizar el acto sexual. 

Entonces cogía una calesa y se los llevaba al palacio Cardenalicio a dormir con él. 

Pero con cada felación y penetración no culminada, el purpurado se entristecía más y  sabanas, esa chimenea, etc., de su habitación pues su tormento interior era muy grande.

Poco a poco iba empeorando, no se daba cuenta que jamás pisaba una baldosa, y si lo hacía sin darse cuenta, tenía que volver atrás, y se paraba en el medio de alguna y no podía seguir adelante. También le pasaba con sus pensamientos cada vez más ensombrecedores y rígidos. Por otra parte, era muy rutinario y sus pensamientos dominaban su conducta, por lo que podía realizar ideas repetitivas y rituales para tratar de gestionar su malestar.

Apareció muerto colgado de un puente que cruzaba cerca de la ciudad de Nuremberg. 

Corría el año litúrgico de 1.596

La melancolía religiosa del eclesiástico