martes. 23.04.2024
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David Herbert Lawrence, el autor de otra obra inolvidable, El amante de lady Chatterley

Los nueve protagonistas de esta historia nos demuestran cuán equivocados están quienes no son capaces de leer más allá del principio de la eficiencia y la utilidad mal entendidas

lecturassumergidas.com | @lecturass | Por Emma Rodríguez | “Con la llegada del invierno, el viaje al sur llegó a convertirse en un rito de paso para los nórdicos. Al cruzar esa frontera invisible señalada por la aparición de olivos y cipreses en el paisaje, los viajeros abandonaban los márgenes del mundo, penetraban en el centro de las cosas y se reconciliaban con los orígenes”. Así comienza un libro fascinante, Peregrinos de la belleza (Acantilado) de la antropóloga María Belmonte. Fascinante, entre muchas otras cosas, por la recreación de un tiempo ido y por el sugerente cruce de destinos y deslumbramientos.

Nos propone la autora en este recorrido, subtitulado Viajeros por Italia y Grecia, una experiencia inolvidable a través de los retratos de nueve personajes, nueve devotos del Mediterráneo, nueve creadores que partieron en busca de la luz y de la alegría, atraídos irremediablemente por el legado de los clásicos, por la riqueza de una cultura que nos sigue nutriendo. Es esta entrega un canto, un elogio de ese legado, una reivindicación necesaria hoy que tan denostados están los pueblos del sur por esa estúpida interpretación materialista según la cual los números, la economía, se imponen al enriquecimiento personal, a la felicidad, a los bienes intangibles.

Los nueve protagonistas de esta historia nos demuestran cuán equivocados están quienes no son capaces de leer más allá del principio de la eficiencia y la utilidad mal entendidas. Ellos, que emprendieron la marcha  buscando la belleza y la autenticidad, que no renunciaron a hallar su lugar en el mundo pese a las adversas circunstancias del tiempo que les tocó vivir, son, siguiendo el orden de los capítulos: Johann Winckelmann, Wilhelm von Gloeden, Axel Munthe, D. H. Lawrence, Norman Lewis, Henry Miller, Patrick Leigh Fermor, Kevin Andrews y Lawrence Durrell.

De la mano de María Belmonte nos trasladamos al siglo XVIII, cuando dio comienzo la gran tradición cultural conocida como el Grand Tour;  cuando conocer la herencia grecolatina, era fundamental en la educación de los jóvenes aristócratas. Libros como Viaje a Italia, de Goethe contribuyeron a fomentar el deseo y la aventura por acudir a los lugares sagrados de la Antigüedad. Novelas posteriores como Una habitación con vistas, de Edward Morgan Forster, transmiten maravillosamente la transformación que experimentaban quienes emprendían el itinerario. “Si bien hasta llegar a Roma Goethe iba en busca de la cultura y el arte clásicos, a partir de Nápoles, su diario de viaje permite observar un sutil cambio, pues desde entonces se puede ver al erudito viajero disfrutar del aspecto sensual, espontáneo, físico y hasta peligroso del sur”, nos cuenta la autora.

Y, en su compañía, escuchamos el grito que emitió Shelley durante la guerra de liberación de Grecia del dominio turco: “¡Todos somos griegos!”. Un grito en el que tantos nos reconocemos actualmente, impotentes y dolidos ante el acoso y humillación de la gobernanza europea, de los poderes financieros, a un país al que tanto debemos cultural y espiritualmente. Es impagable el nutriente que los países del Norte han tomado de Grecia, “viaje iniciático, de regeneración, en el que se dejaba atrás la personalidad anterior y se volvía diferente a como se había salido”, nos dice la ensayista.

Pero no es la mirada de este libro la del mero turista que cada temporada cambia de destino sin más, en lo que ya se ha convertido casi en una excitante rutina, sino en la del viajero auténtico del que habla Paul Bowles en su novela El cielo protector, ese viajero capaz de mudar de piel, de crecer vitalmente a través de la interiorización de nuevas culturas y paisajes. “El amante del Mediterráneo suele ser un devoto del pasado clásico, obsesionado o no por él, pero poseedor de una visión propia de cómo sucedieron los hechos, según fueran sus estudios, mentores, viajes y juegos...”, seguimos las palabras de María Belmonte, quien habla con conocimiento de causa, pues ella se incluye entre esos devotos. En la especial tribu de adoradores de la luz y del sol de la que hablamos se incluyen personalidades como Yukio Mishima, cuya vida dio un vuelco cuando a los 26 años visitó Delfos; Marguerite Yourcenar, quien dejó constancia de su amor en su célebre novela Memorias de Adriano, o el historiador Edward Gibbon, quien tras conocer las ruinas del Capitolio decidió dedicar su vida a trabajar en su voluminosa y esencial obra Decadencia y caída del imperio romano.

María Belmonte va hilando los lugares con la vida y con la literatura. Cada uno de los personajes principales conduce a otros secundarios, igualmente atractivos. Hay hermosas descripciones de los entornos. Hay recorrido histórico, pasión viajera y un aliño de anécdotas, referencias literarias y cruce de caminos que convierten al libro en un energético y estimulante cóctel, capaz de despertar los sentidos más aletargados y de recordarnos continuamente el arte del buen vivir. En el caso de Lawrence Durrell, por ejemplo, asistimos a un relato de una metamorfosis, al nacimiento de una voz, de un  estilo, de una forma inconfundible de narrar, de evocar. “Me hicieron falta el ajo, el vino y el mar azul para quitarme todo aquello de encima y convertirme en escritor”, declaró el autor en una entrevista.

Durante la II Guerra Mundial Durrell hubo de ganarse la vida realizando labores de espionaje para los británicos en Atenas y después en Alejandría, donde fue nombrado agregado de prensa por el Foreign Office y donde tanto material atesoró para escribir el célebre Cuarteto de Alejandría. Las dos contiendas mundiales, que llenaron de sombras y de terror el siglo XX, cruzan los destinos de la mayor parte de los protagonistas de un libro que nos enseña a seguir adelante, resistiendo, amando y celebrando la vida pese a las adversidades y los más espesos nubarrones.

Hay zonas de sombra en todos los trayectos y grandes aperturas de luz, de alegría. El Lawrence Durrell que regresó en 1945 a una Grecia en ruinas, concretamente a Rodas, recién liberada del yugo alemán, donde viviría una nueva e intensa etapa creativa y vital, escribió sobre el lugar un libro titulado Reflexiones sobre una Venus marina (segunda parte de la trilogía de las islas griegas), un libro feliz, como señala María Belmonte, pese a ser el fruto de una época de desolación. En esa obra, según nos explica, el escritor capta el espíritu placentero del lugar, “pero también nos recuerda que el Mediterráneo es un escenario sangriento, uno de los enclaves más violentos de la tierra en el que han dejado su huella a lo largo de los siglos, conquistadores, piratas, comerciantes, mercenarios y corsarios”.

Durrell definía a los habitantes de las islas del Egeo como “bebedores de luz”, nos dice la autora de Peregrinos de la belleza, quien toma uno de los fragmentos del autor para transmitir lo que él encontró en tan prodigiosas geografías: “Existe una clase especial de presencia aquí, en estas tierras, en esta luz, y no es raro que el visitante con sensibilidad tenga la incómoda sensación de que Los nueve protagonistas de esta historia nos demuestran cuán equivocados están quienes no son capaces de leer más allá del principio de la eficiencia y la utilidad mal entendidas, casi al alcance de la vista”.

Entre los amigos de Durrell, entre aquellos a los que convenció de la excelencia del país heleno, se encuentra Henry Miller, otro de los protagonistas de la entrega, de quien la historiadora nos descubre facetas inéditas que poco tienen que ver con la imagen convencional del maestro del erotismo, desplegada en sus célebres e irreverentes Trópicos. Una obra centra el capítulo dedicado al autor estadounidense, El coloso de Marusi, “considerado por algunos el libro más influyente sobre Grecia desde la guía de Pausanias, y, por otros, el mejor libro de viajes jamás escrito”...

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Reivindicación del Mediterráneo de la mano de sus devotos