viernes. 29.03.2024
fogones

El título me resulta desafortunado, un poco cursi para una historia que tiene más bien el tono de la típica comedia americana. Gus Simpson, la protagonista, es una mujer de fuerte voluntad, meticulosa y un poco rígida, inmersa en la crisis de los 50. Desde que la noticia de la muerte de su marido se vinculó para siempre a la lasaña con champiñones que cocinaba en ese momento, parece que el destino se empeña en que su vida se enlace estrechamente con la cocina. Primero, sobreviviendo gracias a un pequeño restaurante de comida rápida pero de calidad, y luego por una sorprendente y exitosa llegada al Canal Cocina. Gus consigue así una hermosa casa y esa vida típica y tópicamente americana que comparte, más o menos placidamente, con sus dos hijas.

Gus Simpson, la protagonista, es una mujer de fuerte voluntad, meticulosa y un poco rígida, inmersa en la crisis de los 50

La señora Simpson “estaba en todas partes, con su propia línea de cuchillos, su marca especias, sus libros de recetas que se vendían como churros…” Hasta que, de la noche a la mañana, empieza a sufrir en sus carnes lo que podríamos llamar el “síndrome de la tele”: el estrés de las audiencias, la crueldad del “share”. Ella ya no es tan joven, ni tan guapa, ni tan original. Su programa “Cocinar con gusto”, ya no gusta. Y sus jefes no ven otra solución que hacer de sí misma, un personaje.

La víspera de una reunión con los directivos de la cadena, Gus ve en la tele una reposición de “Eva al desnudo”. Toda una premonición. Porque ella va a encontrarse con su Anne Baxter particular: se trata de Carmen Vega, una superwoman latina que -mira por donde- es sevillana y exmiss España. Carmen es el prototipo de chica guapa que quiere hacer las Américas y la vida le lleva al mundo de la cocina gracias a su ambición, sus pequeños fracasos y a un anuncio de aceitunas. Una chica que en secreto echa muchísimo de menos a su familia andaluza y cura su nostalgia preparando paella, gazpacho y pescaíto frito.

Con estos mimbres y un grupo variopinto de personajes alrededor de las protagonistas, Amigas entre fogones es una novela coral y multirracial: hay un productor negro, un asistente oriental, una concursante hindú, además de nuestra hispana de pura cepa. Tan coral como el nuevo programa que, a la caza de audiencia, Gus y Carmen se ven obligadas a compartir: “Comer, beber, ser” y que acaba siendo una especie de “Sálvame” aplicado a una cocina. Tan coral también como un fin de semana en grupo, de la mano de un coaching que pretende cohesionar agua y aceite y que resulta una parodia de un “Gran Hermano” boyscout.

Fuera de estos fogones/plató, el libro nos permite conocer el panorama gastronómico de la ciudad de Nueva York, marcado por el snobismo de las modas culinarias y por la exquisitez de los mercados de comida fresca, en los que uno se puede codear con “las hordas de ejecutivos con paladar que andaban a la caza de tomates de granja”. 

La autora, Kate Jacobs, es una canadiense residente en Estados Unidos que ha obtenido un gran éxito con sus novelas del Club de los viernes, en los que un grupo de mujeres superan juntas sus problemas. No se en qué momento habrá adquirido ese interés y ese conocimiento de España, los españoles y sobre todo de nuestra gastronomía. En el libro Arguiñano hace un “cameo” literario haciéndole aparecer como chef invitado en un concurso de Canal Cocina. Y la historia está trufada de sofritos, tortilla de patatas, sangría, anchoas de Santoña, chocolate con churros, pulpo y hasta bollos preñaos. Sospecho que aquí ha habido mucho trabajo de campo.

Un ‘reality’ culinario con Amigas entre fogones