viernes. 19.04.2024
lecturas
Rafael Chirbes © Mara Gilda Zorrilla Bocconi

La desazón es una emoción profunda, dolorosa, y a la vez cargada de lucidez. Se parece a la tristeza, pero resulta más punzante y mas que llanto provoca rabia, una inquietud comparable a la que experimentamos al asomarnos a un abismo o al mirar al fondo de un pozo oscuro que de repente aparece en el camino y ante el que hasta ese momento pasábamos con los ojos vendados. Es un ovillo de malestar,  de impotencia,  que se acomoda en un hueco en el fondo del estómago, un hueco casi imperceptible pero persistente, al que acabamos acostumbrándonos a sabiendas de que una chispa transformadora se ha encendido en algún punto de la conciencia.

Me puse a pensar en todo esto cuando terminé de leer “En la orilla”, la última novela de Rafael Chirbes, consciente de que debía dejarla reposar un tiempo para llegar a digerirla del todo, para asumir que iba a ser difícil desprenderse de su efecto demoledor, de sus atmósferas pútridas, de sus personajes derrotados. Iba a ser complicado, sí, huir de las múltiples sensaciones, de los sucesivas impactos y sacudidas que me produjo esta historia coral que me acercaba al presente de una manera despiadada, sin ningún tipo de amarras hacia la esperanza.

Sacudir, impactar, revolver, remover, son verbos que reflejan el estado de ánimo que me iba produciendo una lectura ante la que es imposible salir indemne, de una pieza. Adentrarse en las páginas de “En la orilla” (Anagrama) es como realizar un trecho a nado a través de aguas pantanosas del que, al igual que sucede en algunas pesadillas, conseguimos emerger con algún atisbo de comprensión. Proseguir la aventura es una experiencia similar a navegar a bordo de una embarcación agitada, dispuestos a soportar la náusea. No hay confortabilidad posible, no hay excusa para mirar hacia otro lado ni posibilidad de volver atrás. Las olas se encrespan y estamos ahí, atrapados, luchando, obligados a tocar el tejido viscoso de ciertas verdades que producen repulsión.

Rafael Chirbes ha hecho una novela sobre la España actual, sobre la crisis y sus consecuencias, pero no es solo eso. Sin apenas distancia ni perspectiva, se ha zambullido en el ahora y se ha puesto a trazar el discurso de la codicia, del dinero, de los tiempos de derroche, pero no se ha quedado ahí. El escritor ha ido más allá, ha bajado a las alcantarillas, ha escarbado en el lodo del pasado para hallar los orígenes, lo que se esconde detrás del telón, en los oscuros túneles de la Historia reciente: la Guerra Civil, la memoria, el rencor enterrado… Hasta ahí “En la orilla” ya sería una entrega lograda, pero en mi opinión supera esa categoría y se convierte en imprescindible a la hora de explorar los fondos abisales del alma, las semillas de la violencia, de la crueldad, del mal. Es en ese punto donde alcanza su  mayor trascendencia, esa pátina simbólica que poseen las grandes obras de la literatura y que las hace sobrevolar por encima de cualquier circunstancia, de cualquier época concreta.

Todo comienza en un pantano, “el pantano siempre visto de reojo por los vecinos como lugar insalubre, infeccioso, agua estancada de la que hay que desconfiar, líquido que se calienta y corrompe al calor de la primavera y ya no se lava hasta que llega la gota fría de otoño”, leemos en la página 42 y proseguimos: “El mar limpia, oxigena, el pantano pudre. Como la guerra, la comisaría y la cárcel”, le va contando Esteban, el protagonista, a su viejo padre enfermo, a quien cuida mientras hace frente a la quiebra de la carpintería familiar, al despido de sus trabajadores.

En realidad lo que hace es hablar consigo mismo, ir construyendo un largo y doloroso monólogo que llena toda la novela. Esteban es un hombre atrapado en los márgenes de su destino. Un hombre sin suerte, que se jugó todas las cartas a un amor y perdió; que, a diferencia de sus amigos, no buscó los horizontes de la engañosa prosperidad y se quedó varado en el pueblo de su infancia, asumiendo, ya en la última etapa de su vida, una brutal derrota como consecuencia de la única operación arriesgada que se atrevió a llevar a cabo, la inversión de todos los ahorros en una empresa dedicada a la promoción inmobiliaria que fracasó cuando explotó la burbuja.

Todo comienza en el pantano en el que Ahmed Ouallahi, un marroquí que se queda en el paro a consecuencia de esa mala racha, encuentra un cadáver. Todo comienza en un marjal, en una geografía de ficción que enseguida asociamos a los paisajes en ruina de la costa levantina, a esas fantasmales edificaciones a medio construir que son la  metáfora más certera de una época de posibilidades que parecían ilimitadas, una época de especulación y de sobreabundancia que ha quedado atrás. Esa escena inicial, que ya indica al lector la crudeza del camino que apenas ha comenzado a transitar, permanece en el aire. Es una incógnita que no encuentra resolución hasta que los distintos ramajes de la historia van armando la fronda del árbol. Todo es sórdido, descarnado, desde el primer momento. No hay asideros posibles, repito, pero merece la pena recorrer el trecho con valor, con curiosidad, buscando esa chispa, ese aldabonazo  que nos lleve a entender por qué hemos llegado hasta aquí...

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Rafael Chirbes: Mucho más que el discurso de la codicia