viernes. 19.04.2024
raid

Primero fue el saqueo, la corrupción, el despilfarro mafioso y hortera de las grandes inversiones inmobiliarias, la venta de terreno público, el enladrillado gañán de costas y montes, las construcciones faraónicas, el alfombrado de campos de golf para turistas

Mientras se insiste en el discurso del miedo, antes era la fuga de Cataluña, ahora el “radicalismo” de Podemos, el Gobierno de este país continúa con su implacable desmantelamiento del sector público. Primero fue el saqueo, la corrupción, el despilfarro mafioso y hortera de las grandes inversiones inmobiliarias, la venta de terreno público, el enladrillado gañán de costas y montes, las construcciones faraónicas, el alfombrado de campos de golf para turistas (700.000 euros públicos y anuales cuesta el mantenimiento del famoso campo de golf junto a la valla de Melilla. Al mismo tiempo, universidades, colegios y centros sanitarios ni siquiera pueden cubrir sus vacantes de profesorado y personal especializado)… Después llegó la crisis y, con el fin de desviar la atención de su insana gestión, del fraude generalizado, de sus cuentas en Suiza, no tuvieron el menor pudor en emprender una campaña de feroz desprestigio contra todo lo público: el funcionariado acomodaticio e inoperante; los médicos empeñados en dignificar la gestión deficitaria de la sanidad, en defender su carácter universal; los profesores demasiado quejosos de su situación laboral, de la disminución de sus salarios… Y por fin, tras meses de acoso y derribo llegaron los sucesivos recortes en Educación y Sanidad, el discurso mendaz de que el sector privado es más eficiente, más competitivo, más justo y genera mayor riqueza que el público.

Se ha intentado la privatización por asalto (fracasada gracias a la resistencia heroica de las llamadas mareas ciudadanas y al compromiso humanista y cívico de un nutrido grupo de profesionales sanitarios) de la Sanidad madrileña, pero, de forma subrepticia, esa privatización continúa con la llamada “externalización de servicios”, gestionados por empresa privadas, con mayores costes y un evidente deterioro en la calidad de los mismos (por favor, lean La salud como negocio, Ed. Laiovento, 2014, “Un libro de combate y divulgación”, escrito por profesionales comprometidos con la defensa de la sanidad pública, que pretende denunciar lo que están haciendo nuestros gobernantes con la sanidad: “ejecutan un implacable desmantelamiento del sistema público para generar espacios de negocio”).

Ahora, siguiendo ejemplos ya fracasados en otros países, véase Inglaterra,  han empezado las privatizaciones de las últimas empresas estatales que quedan en pie, como Aena o Transmediterránea, y la liberación del transporte ferroviario. “Pero los trenes no se pueden gestionar de forma competitiva. Son al mismo tiempo una actividad económica y un bien público esencial… Si abandonamos los ferrocarriles –atributo natural de la aparición de la sociedad civil-, o los entregamos al sector privado, habremos perdido un valioso activo cuya recuperación será intolerablemente cara” (Tony Judt, Algo va mal, ed. Taurus, 2011).

Y ahora díganme ustedes, ¿cuál es el verdadero país en fuga, quiénes son los radicales?

¿Quiénes son los radicales?