viernes. 29.03.2024
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Fotografía de María Ramos

Durante décadas, aquellos que llegaban a las grandes urbes ocultaban sus orígenes con vergüenza, escondiendo las marcas que había dejado en sus cuellos la sandalia de las humillaciones. Así pasó con la primera generación que llegó buscando oxígeno y  futuro. Así pasó con la abuela María a la que robaron su molino. Después vino la generación que escondió los cuadros de ciervos en los desvanes y dejó de veranear en el pueblo. 

Ha llegado el turno de las nietas de las mujeres que trataron de silenciar, las que no quieren ocultar las raíces, ni se avergüenzan de exigir lo que es suyo. A esta generación pertenece Queralt Lahoz, la nieta de la molinera. La que exhibe con orgullo sus múltiples orígenes y la que sabe que el que tiene que avergonzarse siempre es el verdugo y no la víctima. 

Con estas banderas apareció pisando fuerte en el escenario de la terraza del Batel, dentro del programa de La Mar de Músicas que en esta edición reivindica los mil orígenes posibles de la música española contemporánea. 

Arrancó la primera parte del concierto con una potencia urbana que recordó aquella noche mágica en la que La Mala Rodríguez reinó sobre Calle 13 en el Auditorio que hoy se llama Paco Martin. Sin temer ni a las olas ni a los temporales, con la sencillez de una camiseta blanca y con el sol cartagenero todavía dando fuerte, Queralt Lahoz arrancó fuerte con sus temas más urbanos, muchos de ellos pertenecientes a ‘Pureza’ (2021) y que esconden mucha carga de profundidad en sus letras, alejadas de la banalidad.

Al caer las primeras sombras en la Terraza del Batel, regresó al escenario cubierta de brillos y poder, para sin rehuir del barrio de Santa Coloma de Gramanet, “encontrar a la bendición de mis ancestros”, de la Cueva a los Olivos. Poderosa, orgullosa e insumisa de ser quien es, de lo que tiene que decir sin dejarse atrapar por falsas purezas. No es mestizaje, es superposición de capas y capas que nos hablan de la complejidad del ser humano cuando evita ser encasillado. Queralt Lahoz visitó a los poetas y visitó a Morente, habló de pesares y alegrías propias, a través del flamenco, del dancehall o del bolero, lo importante no es el medio, siempre es el mensaje. Y en esa parte Queralt tiene aún mucho que decir.

Regresó al escenario tras una hora de concierto para el bis, ya liberada de la presión de saber que había superado las expectativas, con el público de pie, para cantar a capela el eterno bolero Historia de un amor, compuesto por Carlos Eleta en 1955, con el que viajó a algún lugar secreto de la infancia. Conjurados todos los demonios, surgió la parte más esplendorosa de Queralt y el concierto pareció comenzar de nuevo, aún más poderoso. Fue entonces cuando interpretó el potentísimo De la Cueva los Olivos, toda una declaración de intenciones, porque tenía claro que había venido a ganar, no a intentarlo. Tras ellas siguieron Dame doblones, Me gusta y Pureza, ya en situación de catarsis colectiva de la que nadie quería salir, demostrando ese poder que solo tiene la música cuando traspasa la piel, sea cual sea la etiqueta que le queramos poner. 

Queralt Lahoz, la nieta cosmopolita de la molinera