sábado. 27.04.2024
Fotograma de “Qué bello es vivir”

Como en una ocasión dijo mi amiga Ana Benedicto, una Navidad sin "Qué bello es vivir" no es una auténtica Navidad, igual que una Semana Santa sin Espartaco o Ben-Hur tampoco lo es, al menos no como desde pequeños nos acostumbró la televisión en blanco y negro.

¿Cómo sería la vida sin mí? 

Esta es una cuestión que en cierto modo se plantea George Bailey ante Clarence —el ángel— cuando dice: “Ojalá no hubiese nacido”, un deseo que se le concede, permitiéndole comprobar cómo la vida está encadenada y unos acontecimientos surgen de otros anteriores generando unos nuevos; cómo pequeños hechos a los que concedemos un rango de insignificancia tienen muchas más consecuencias de las que jamás imaginaríamos. 

Un ejemplo. Si cuando era pequeño, el protagonista del film, George, no hubiera evitado que su hermano muriera en un lago congelado, este no podría haberse hecho mayor, convertirse en piloto y salvar de morir a muchos soldados cuando estuvo en la guerra.

“Qué bello es vivir” no es una película ñoña. Lo parece, pero no lo es. 

Frank Capra nos hace partícipes de un planteamiento filosófico (en cierto modo similar a lo que Fellini hace, de manera bien distinta, en La Strada) consistente en que todo ser humano existe para algo, es responsable de sus acciones, y todas ellas pueden canalizarse por la senda del bien más allá de cualquier planteamiento religioso o ético impuesto por un credo manipulador.

¡Qué bello es vivir! no es una película navideña light simplona y optimista, sino un alegato a la desesperación, una obra de arte con un trasfondo de oscuridad

Es por ello por ello que, si alguien harto de todo no encuentra más salida que el suicidio y decide romper así el eslabón de una cadena en la que hay muchos más elementos implicados, la vida sin él (“la vida sin mí”) sería de otro modo, pero también es probable que no le agradara si llegara a descubrir el devenir de los acontecimientos.

¡Qué bello es vivir! no es una película navideña light simplona y optimista, sino un alegato a la desesperación (magistral la interpretación gestual de James Stewart), una obra de arte con un trasfondo de oscuridad en sus fotogramas, pero también un canto a la esperanza.

A partir del momento en que el policía encuentra a George en el puente y este descubre que aunque todo siga igual de mal que cuando quería suicidarse, lo auténticamente cierto es que… vuelve a vivir, y súbitamente experimenta una sensación de felicidad producida por algo tan sencillo como tomar consciencia de vive, y porque, aunque su problema siga estando presente, por primera vez es consciente de que nada le impedirá disfrutar de esperanza de saber que siempre hay una solución.

Feliz Navidad.

¡Qué bello es vivir!