jueves. 25.04.2024
Cubierta Poeta en Madrid (2)

Ángels Santa Bañeres | Tengo en mis manos la cuidada edición del último libro de Justo Sotelo. Se trata de una edición tratada con sumo acierto. No es un libro demasiado voluminoso, rectangular, con unas medidas algo superiores al libro de bolsillo corriente, La portada es una composición de varias fotos de autores y artistas entre las que se encuentra la del autor juntamente con una serie de letras; todo alude a la escritura, portada con la que se jugará en las primeras y últimas páginas del libro repitiendo el motivo, alternando con una imagen doble de Justo Sotelo, con las variaciones del claro oscuro que dan un corte elegante al producto. Nos llama la atención la dedicatoria, una dedicatoria que se caracteriza por su extensión. No es una dedicatoria minimalista sino todo lo contrario. El libro está destinado al hijo del autor, que comparte su nombre y su apellido como el de su abuelo. Y el motivo es el deseo del joven de dedicarse a la enseñanza, concretamente a la enseñanza de los niños, una de las profesiones más excelsas porque abre a los demás las puertas del conocimiento. Se evoca luego a uno de los profesores que marcaron el destino de Sotelo, uno de los profesores que le incitó a seguir el camino de la escritura. Ahí se nos da la clave del contenido del libro, una profunda reflexión sobre la creación literaria y sus recovecos. Todo se halla hábilmente entretejido, formando un todo que da sentido a la vida y al camino que elegimos para vivirla.

La obra consta de seis capítulos que comportan cada uno varias escenas de diferente carácter. Desde el primer capítulo se nos presenta el problema de la forma y el problema de los géneros literarios. La escritura se asemeja a la de una obra de teatro por su división en diferentes escenas, escenas que no forman parte de actos, sino de capítulos por lo cual nos encontramos en el terreno de la novela, pero a lo largo de las escenas veremos alternar las didascalias con los diálogos, con las prosas poéticas que nacen de algunos monólogos de los protagonistas. Poesía, teatro, novela coexisten en la obra como si de una rica sinfonía plena de matices se tratara. No he podido evitar que la lectura del primer capítulo evocara en mí el esfuerzo realizado por Roger Martin du Gard para renovar la forma literaria de la novela. El escritor buscaba nuevos caminos que le permitiesen modernizar la forma de la escritura de la narración. Ello se pone de manifiesto en la obra Jean Barois que está escrita como si de una obra de teatro se tratara. Las didascalias substituyen el papel del narrador y la acción avanza mediante el diálogo. Escrita a principios del siglo XX se habló a propósito de ella de novela teatral o de novela dialogada sin que ninguno de los calificativos resultase certero y determinante en lo referente a su definición. La experiencia no fue lo suficientemente satisfactoria, ya que después de un nuevo intento con su magna obra Les Thibault, Roger Martin du Gard se decidió por la escritura tradicional, pero sin renegar del bagaje adquirido. Y todavía hoy la lectura de Jean Barois nos sorprende por su frescor y sus aires innovadores. Ha transcurrido más de un siglo y la obra de Justo Sotelo soluciona algunos de los planteamientos que preocuparon al escritor francés, mezclando los géneros, innovando el campo de la técnica novelesca, sin que ello resulte artificial, sino más bien fluido y armonioso en un intento por hacer desaparecer la fronteras del género en el campo de la creación literaria.

Las primeras líneas de la escena primera son determinantes para el conocimiento del protagonista: Gabriel Relham, que se halla en su casa, “una vieja buhardilla de la calle Atocha de Madrid”. Nos damos cuenta de que no es un desconocido para nosotros. Justo Sotelo había publicado ya en 2008 un artículo sobre este personaje: “Gabriel Relham, autor del Aleph” en la revista Hesperia, culturas del Mediterráneo. Sabemos que Gabriel es el poeta del título del libro, probablemente un alter-ego del propio escritor, que vive en el mismo lugar que lo hiciera antaño el propio autor. Y que se halla fascinado por El Aleph, la obra de Borges siempre tan presente en el imaginario de Justo Sotelo y que recorrerá también las páginas de Poeta en Madrid. Gabriel no está solo, le acompañan diversos personajes: Rodolfo y Marcelo, por un lado y Mimí y Museta por el otro. La escena tiene un claro intertexto en La bohème de Puccini, ya que reproduce sus personajes y su ambiente, como el café Momus, al tiempo que la mención Che gelida manina al inicio del monólogo alude claramente a la opera. Otro personaje se introduce en el texto, Elvira, la exmujer del poeta a través de la fotografía. Si la escena primera está dedicada a Puccini, la escena tercera en que encontramos de nuevo a Gabriel en la buhardilla está dedicada a Mozart, a través del personaje de Don Juan, que lo es también del poeta. La alusión al mes de febrero (“Yo también nací en febrero- dice Don Juan-), mes del nacimiento de Justo Sotelo, alude claramente a su personalidad reflejada en Gabriel y en Don Juan. Dos mundos se aluden en las diferentes escenas del capítulo, por una parte el mundo de la bohemia, escenas 1 y 5 y por otra el de los amigos de Gabriel Relham, entre los que se encuentra su exesposa Elvira, el actual amante de ésta, Luis, y Alfredo y Ruth dos empresarios amigos suyos, que protagonizan, junto a algún que otro personaje las escenas 2 y 4 así como la 6, aunque en esta última se les añaden los críticos. El tema esencial de ese capítulo, entre otros muchos, parece ser el sentido profundo de la creación, la lucha entre la tradición y la modernidad, conservar en las obras la temática de siempre o tratar de romper ese prisma con planteamientos innovadores. Elvira le reprocha a Gabriel su respeto a la tradición con el personaje de Don Juan, y este se rebela frente a un sentido conservador de su existencia. Bajo el título “Don Juan y la bohemia” este capítulo 1 con las cinco primeras escenas fue publicado en la revista Tarántula el 23 de Marzo de 2013 y también en el blog de Justo Sotelo el mismo día en la rúbrica “Las tertulias de Justo Sotelo. Literatura”. En esta publicación las escenas 3, 4 y 5 presentan ligeras modificación respecto al texto publicado por la Editorial Huso. Es interesante señalar que esa primera publicación va acompañada de ilustraciones, la mayor parte pictóricas, incidiendo en el sentido de obra total, caro al autor, que preconiza la alianza de literatura, pintura y música entre otras artes. Particularmente hermosas son las reproducciones de Don Juan Tenorio visto por Dalí y la de una Mujer desnuda sin nombre de autor que ilustra la frase “Los blancos pechos de una mujer no necesitan saber idiomas”. Por otra parte, algunas alusiones literarias de este capítulo son particularmente representativas como cuando los cuatro bohemios de la escena 5 brindan por el amor, haciendo referencia a una conocida frase de Dumas: “todos para él y él para todos” que podría corresponderse a “tous pour un, un pour tous” de Los Tres Mosqueteros.

El capítulo II nos introduce en el encuentro de las mujeres que le aman con Gabriel. Sin duda lo más interesante es la confesión de Ruth porque ella nos lleva a uno de los personajes más importantes de este capítulo: André Gide. Ruth confiesa la admiración de su padre hacia este autor y su descubrimiento por casualidad de la obra de Relham sobre ese tema: Isabel de Gide, cuya representación se realiza a los acordes de la música de Mahler, incidiendo en la relación de literatura y música. Gide publicó su obra Isabelle en 1911, y no es extraño que Justo Sotelo la escoja pues en ella se encuentran resumidos algunos de los problemas que aquejaron al escritor francés sobre el papel de la novela y su creación. No en vano Gabriel insiste en la poca diferencia existente entre una obra de teatro y una novela. Debemos señalar que Gide califica su obra como “récit” huyendo del término “novela”. Y ello es significativo. En realidad el autor se interroga sobre las características de un género preciso, la novela, pero lo esconde tras una reflexión sobre el poder de la literatura y la capacidad del artista para descifrar los signos oscuros de la realidad. Puesto que Gabriel se siente atraído asimismo por el carácter de encuesta policial que entraña el relato y por ello evoca al mismo tiempo las películas que lo impactaron-39 escalones o Entre los muertos-o los maestros del género Hitchcock, Welles, Coppola, Ford, Allen, Rohmer o Erice. La alianza entre cine y literatura se pone así de manifiesto. El propio Gide sintió esa fascinación por el cine y de hecho Isabelle fue objeto de un telefilm de Jean-Pol Roux en 1970. El escritor había compartido antes anhelos y experiencias con su amigo Marc Allegret. Pero volvamos al relato. En la época en la que escribe Isabelle, Gide aspira a renovar el género, sin hacer concesiones a la estética realista que presidio su desarrolló a finales del siglo XIX. Utiliza a Gérard Lacase como un aprendiz narrador al que atribuye, para mejor denunciarlos, diferentes prejuicios relativos a la naturaleza del género. Su propuesta es cuestionar el relato en su sentido más tradicional. A mi entender, ello es lo mismo que se propone con su obra-pastiche Isabel de Gide Gabriel Relham y al mismo tiempo su autor Justo Sotelo. Añadiendo a ello el interés por la fotografía que ya habíamos atisbado en el capítulo primero pero que en este adquiere una importancia primordial, como signo de la modernidad.

Los conceptos de belleza, de amor y de tiempo y la reflexión sobre los mismos constituyen lo esencial de la escena 3, protagonizada de manera indirecta por otro autor también incorporado a las letras francesas, aunque no sea del mismo raigambre que Gide: Beckett, del que algunos personajes hacen su entrada en la obra.

El final de la escena 5 nos pone frente a un intertexto que se mantiene presente a lo largo de toda la obra, sobre todo a través de la denominación teatro Fausto que alude a la obra homónima de Goethe y que es la protagonista del final de la escena que nos ocupa. Gabriel se convierte en actor y encarna a Mefistófeles, lo que establece en cierto modo un nexo de unión con su Don Juan personaje. Las fronteras entre el autor y el actor se confunden y es difícil delimitarlas.

El capítulo III contiene una única escena y está dominado por la sombra de Borges. Ya hemos aludido con anterioridad a la idea que Gabriel Relham se identificaba con este autor puesto que Justo Sotelo lo consideraba el autor del Aleph en su artículo de 2008. Gabriel alude al cuento de Borges El hombre de la esquina rosada y engarza sus personajes principales, Francisco Real, la Lujanera y Rosendo Juárez con la música de Debussy personificada en la fille aux cheveux de lin para entablar luego un diálogo con Elvira y recordar el sentimiento amoroso que los unió. Reminiscencias literarias –Ulises de Joyce, Foster, Neruda, Morrison, Coetzee-, picturales -Renoir- o musicales -Mahler, Beethoven-recorren su conversación.

El capítulo IV se abre con una escena que nos ofrece un monólogo de Gabriel en dónde el joven reflexiona sobre su condición y el sentido de su existencia y de su trabajo, plagado de reminiscencias literarias y de alusiones a las modernas redes sociales y a los principales elementos de la digitalización con la evocación de los paraísos de Joyce y Proust. El resto del capítulo es un homenaje a Mahler y a Beethoven que nos ofrecen su obra en toda su perfecta desnudez.

El capítulo V se compone de una única escena de la cuál Gabriel es el protagonista. Le vemos sumergido en la una banal cotidianidad, casado y con dos hijas pero dominado por el demonio de la escritura representado por el Aleph y la vida de Borges con las mujeres que amó, Beatriz Viterbo o Norah Lange que se le escapó en brazos de Oliverio Girondo. La imagen de Beatriz le lleva a Dante y también a Virgilio y la creación literaria que da sentido a su existencia se apodera de él antes de regresar a su mundo iluminado ahora por el placer de la escritura.

El capítulo VI cierra la novela y lo hace con la entronización de un nuevo personaje, el bufón, producto de la imaginación de Gabriel o simplemente de la literatura. El círculo de Gabriel -Elvira, Ruth, Alfredo, Luis- discuten sobre la personalidad de Gabriel y las características de su escritura, tomándola con el bufón del que Alfredo no soporta las intervenciones. Gabriel duda de la validez de su obra, del poder de la misma y sorprendentemente un incendio acaba con su vida en su casa. Es como si el destino de poetas como Chatterton, Victor Escousse o Auguste Lebras se hubiese repetido en el tiempo; ellos desaparecieron como una manera de inmortalizar su obra, en un intento de dejar para siempre una huella en la historia de la literatura. Gabriel Relham, aquejado tal vez del mismo mal, en su lucha por la innovación del lenguaje literario, decide quizá seguir su camino, marcando así un hito en la historia del pensamiento. Al tiempo le corresponderá dar el veredicto.

Cubierta Poeta en Madrid (1)La obra nos ofrece asimismo un toque de modernidad con las diferentes alusiones a las redes sociales de todo tipo y con la entrada de la moda y de diseñadores específicos que configuran las diferentes maneras de vestir de los personajes: Future Casual, Nina Pomellano, Valentino, Chanel, J+G, Carmina Rotger, Hugo Boss, Markus Huemer, Custo, Jil Sanders, Exte, Francisco Valiente, Costume Nacional, Jeremy Scott, Naoki Takizawa, Yves-Saint Laurent, Tom Ford, Agatha Ruiz de la Prada, André Courrèges, Max Mara, Christina Roth, Miguel Adrover marcan con su huella particular el carácter de sus usuarios y dan un toque de especialización del autor en este campo muy interesante. Reflejan su deseo de hacer entrar en el campo literario el lenguaje de la moda y de sus representaciones.

Ha llamado poderosamente mi atención el papel que tiene en la obra el segundo elemento del título: Madrid. La ciudad es el marco de la novela y al autor le basta con la enumeración de algunos lugares emblemáticos para crear una atmosfera y un ambiente que responden al ambiente bohemio y literario que evoca en su novela: Gabriel vive en una buhardilla de la calle Atocha, cerca de la plaza Anton Martín, los personajes evolucionan en lugares como el Teatro Real, el Lhardy que se encuentra en la carrera de San Jerónimo, el Embassy de la calle Alcalà, el cine Goya, o el Café de los Artistas en el paseo de la Castellana. Todos ellos conocidos y frecuentados por Justo Sotelo, formando parte de su Madrid al mismo tiempo que del Madrid de sus protagonistas.

Nos hallamos frente a una novela extremadamente culta, en la que la cultura se halla incorporada al texto con espontaneidad, con naturalidad, como formando parte esencial del mismo. La personalidad del autor se traduce en cada una de sus páginas, en cada una de sus afirmaciones y su mundo literario y artístico nutre cada una de las páginas de la obra. Obra profunda que nos acerca al deslumbrante mundo del novelista que es Justo Sotelo.

A propósito de “Poeta en Madrid”