viernes. 29.03.2024
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La Segunda Internacional se decantó por el pacifismo en la época de la paz armada, ya que el socialismo europeo consideraba que la guerra obedecía a los intereses de las burguesías nacionales y del imperialismo

El pacifismo puede ser definido como el conjunto de ideas, opiniones, doctrinas espirituales, religiosas, humanitarias y prácticas o acciones que defienden la paz entre los pueblos y/o naciones. El pacifismo pretende la reconciliación internacional empleando los mecanismos diplomáticos y de cooperación. El movimiento pacifista rechaza el empleo de la violencia para solucionar los conflictos. El pacifismo más radical rechaza la violencia en cualquier momento o circunstancia, incluso cuando se genera para defenderse ante un ataque o agresión. En este artículo estudiaremos el pacifismo hasta la Primera Guerra Mundial.

El pacifismo tiene dos vertientes: una más general o colectiva que tiene que ver con lo que hemos expresado, es decir, con el intento de que la guerra y la violencia desaparezcan de las relaciones internacionales, y otra más íntima. Esta postura se refiere a las actitudes personales o individuales frente al Estado y se relaciona con la objeción de conciencia al servicio militar.

El origen del pacifismo se hunde en un pasado lejano. Podemos encontrarlo en Confucio y en Lao Tsé, pero también en el concepto hindú del áhimsa, que podría definirse como el respeto a todas las formas de vida, la verdadera tolerancia y el rechazo al empleo de la violencia. Este concepto es muy importante porque está en la raíz del pensamiento de Gandhi, uno de los grandes defensores del pacifismo en la época contemporánea.

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El cristianismo parte de dos pilares fundamentales en contra de la violencia: el amor al prójimo y la resistencia al mal con la fuerza de ese amor, y que fueron formuladas en el Sermón de la Montaña por Cristo. No olvidemos que el cristianismo nace en la Edad Antigua donde la violencia era constante y donde la ley del talión era un pilar básico de casi todas las civilizaciones. De esa manera, nace el pacifismo de raíz religiosa en Occidente. En la Edad Media, la Iglesia defendió dos principios en medio de la violencia feudal: “la Paz de Dios” y la “Tregua de Dios”. Por su parte, santo Tomás de Aquino en el siglo XIII planteó la teoría de la “guerra justa” como un intento de regular los conflictos tan constantes en su época.

El pacifismo de la época contemporánea tiene, por supuesto, estos orígenes religiosos pero también componentes laicos procedentes de la Ilustración y de raigambre utilitarista. Es importante aludir a la aportación de Kant en su obra Sobre la Paz Perpetua (1795), donde pretendía buscar una estructura a favor de la paz, aunque no desde presupuestos éticos sino jurídicos. Kant no creía que los hombres se volverían buenos, por lo que abogaba por crear un orden jurídico que consiguiera colocar a la guerra en el terreno de lo ilegal. Pero no sería hasta bien avanzado el siglo XIX cuando comenzaron a plantearse las bases institucionales u organizativas a favor de la paz. En el año 1843 tuvo lugar el Congreso para la Paz Internacional. A finales del siglo, en 1899, se inauguró la Conferencia para la Paz de la Haya, reunión fundamental porque de ella surgió el Tribunal Internacional de Arbitraje.

Por su parte, en la izquierda los socialistas abogaron por el pacifismo. La Segunda Internacional se decantó por el pacifismo en la época de la paz armada, ya que el socialismo europeo consideraba que la guerra obedecía a los intereses de las burguesías nacionales y del imperialismo. En el Congreso de Stuttgart de 1907 se acordó que había que oponerse rotundamente a la guerra porque solamente beneficiaba a los intereses del capitalismo. Se aprobó, además, que debían tomarse medidas para organizar o articular esta oposición pero no se detallaron y eso provocó que se reabriera el debate de la conveniencia o no de la huelga general como uno de esos medios. La guerra siguió generando discusiones en los siguientes congresos. En el de Basilea de 1912 hubo unanimidad al defender la paz. Pero los socialistas fracasaron a la hora de parar la guerra y muchos terminaron por colaborar en el esfuerzo bélico desde posiciones de responsabilidad o apoyando a sus respectivos gobiernos en los parlamentos respectivos en el conflicto.

El pacifismo pareció renacer al terminar la Gran Guerra a la vista de los horrores causados, pero el triunfo del fascismo y su radical defensa del empleo de la violencia para conseguir sus objetivos fue más fuerte que el recuerdo de los horrores generados en la Gran Guerra. La violencia política contaminó la vida europea durante el período de entreguerras hasta llegar al paroxismo de la Segunda Guerra Mundial, con episodios previos como la Guerra chino-japonesa o la Guerra Civil española.

Los primeros planteamientos del pacifismo en la historia