viernes. 29.03.2024
1-ZXH7dGKN0m9ky1tX8i4irw

“Todo lo que entra en las listas de éxitos es pop”, dice el periodista musical británico Bob Stanley, que ha escrito un volumen enjundioso sobre el cambio y la permanencia de la música pop a través de los tiempos transcurridos desde que a finales de los años 40 del siglo pasado aparecieran los discos sencillos (los singles) hasta que en los 90, cincuenta años más tarde, casi sucumbiera el interés por el soporte físico a la hora de escuchar lo que componían, interpretaban y grababan los músicos de, ¡ahí es nada!, el rock, el rhythm and blues, el soul, el hip hop, el house, el techno, el heavy metal y el country.

Para hacernos una mejor idea de lo que Stanley entiende por pop creo que lo mejor es saber lo que en su obra dice del ya Nobel Dylan:

Bob Dylan “fue la primera figura de la música popular moderna que tuvo que acarrear con la responsabilidad de erigirse en ‘portavoz de una generación’”, alguien que a través de numerosas mutaciones es quien más “ha influido en la configuración de la música popular moderna”, y lo ha hecho siendo ajeno al pop y siendo pop al mismo tiempo.

O lo que significa a juicio del autor el grupo alemán de música electrónica Kraftwerk:

“Pocos grupos se han apartado tanto del pop y han hecho al mismo tiempo tanto por él”.

Stanley es además músico (toca los teclados en el grupo de pop Saint Etienne, los de la maravillosa versión del Only Love Can Break Your Heart, del gran Neil Young) y un impenitente coleccionista de obras de arte, digo de discos… de música pop, y dicen que pocos como él a la hora de guardar y documentar cintas, elepés de vinilo, cedés… Y se nota, vaya si se nota.

yeah-yeah-yeah-20-06-16Lo digo ya: Yeah! Yeah! Yeah! La historia del pop moderno, de Bob Stanley (editado por Turner), no es un libro que prime la autenticidad de los músicos, ese áurea que rodea a los artistas del pop como si fueran capaces por sí mismos de cambiar el mundo desde su altura artística de gigantes. Es un libro que se fía tanto de las listas de éxito que, de hecho, una de las razones para acotar por lo más reciente su ámbito temporal es el final de la credibilidad de esas categorías alineadas en el mundo globalizado dominado por el marketing y el barullo de Internet. Pero no sólo de las listas vive Stanley, no. Stanley sabe lo que se trae entre manos, y sabe que trabaja con un material muy sensible que se lustra con la palabra gusto, y de su gusto tiene para dar y tomar. Pero no oculta que en el fondo es un fan, un fan que ama, un fan que odia. Hay que saber leer(le) entre líneas. Nada nuevo para un libro sobre la cultura occidental. Y para muestra un botón. Cuando Stanley habla del sello de música soul Atlantic Records, dice de él que, de todos sus artistas, “el más infravalorado fue tal vez Barbara Lewis, cuya voz de jade pulido puede oírse en Hello Stranger […]: morirá feliz el afortunado a quien, siquiera una sola vez en su vida, le canten personalmente esta canción”. Es un libro en el cual “se dispensa más amor a Brian Wilson que a ningún otro artista”. Ahí queda eso. Eso sí, Yeah! Yeah! Yeah!... es un libro de historia cultural, pues al gusto se le suman las listas y entre lo uno y lo otro, el crítico musical nos explica los cambios a lo largo de décadas de creación pop.

Esta obra tiene en su edición en español 746 páginas. No está mal, ¡Qué menos! Es una síntesis pero no una síntesis apretada. Es una síntesis de alta divulgación, de las que a mí como editor me gusta editar. Y es un libro de los que a mí me gusta leer. Y de los que a mí me gusta que lean quienes tienen las mismas ganas que yo de aprender y crecer desde el entretenimiento inteligente. Eso sí, no busques en ella nada que se salga de cuanto esté incardinado en la dialéctica que atraviesa el texto, la del combate musical entre lo inglés (sí, lo inglés, ni siquiera lo británico) y lo estadounidense.

Te dejo a ti posible lector que averigües si el autor logra demostrar lo que podríamos decir que es una de sus tesis centrales, que nada separa al rock del pop, pues es falso que haya algo que compartimente a uno y otro, pues el uno, el pop, engloba al otro, el rock, como ya dijimos de salida.

El caso es que leyendo Yeah¡… no he podido evitar acordarme del placer lector que tuve leyendo-editando el ensayo Young Americans. La cultura del rock (1951-1965), de Justo Serna y Alejandro Lillo, donde también se detalla una rebeldía, o leyendo a Dylan en sus Crónicas, Volumen I, o, por supuesto, y sobre todo, escuchando todas y cada una de las canciones que suenan en el libro de Stanley, algunas de ellas buscadas explícitamente para conocerlas o para (re)conocerlas, la mayoría todavía flotando en mi memoria musical forjada a base de escuchas y a base de poner el alma en sentir las canciones de mi generación o de las generaciones anteriores a la mía.

Si “nadie ha causado tanto impacto en la cultura popular como Elvis Presley”, The Beatles son/fueron “el grupo de pop perfecto” (“un milagro”), y ambos, los cinco, abrieron brechas generacionales, la del estadounidense en 1956 y la de los británicos en 1964. Pero, seguimos con la tesis de Stanley, mayor fue la brecha abierta entre el pop y el rock, entre los partidarios de The Beatles y los seguidores acérrimos de The Rolling Stones, entre lo soft y lo hard: una brecha que encubría una falsedad y que sería un abismo, “la primera fisura en el pop moderno”. En torno a esa ruptura gira buena parte del libro: la diatriba entre lo molón del rock malcarado y lo blandito de la música de puro pop sin aristas. Y la muestra de donde se queda (donde se posiciona) Stanley es lo que dice de Debbie Harry, la cantante y líder del grupo estadounidense Blondie: “uno se malicia que la razón principal de la devaluación del reconocimiento de Blondie es que algunos críticos de rock […] ensalcen sin remilgos a artistas como Janis Joplin [a quien Bob ignora de una manera descarada en su libro, por cierto] o Patti Smith [de quien el autor no tiene una opinión muy  a favor que digamos], lo cual invita a pensar que si Debbie Harry hubiese sido un callo, su grupo estaría considerado el mejor de su generación, una banda proteica, con visión del futuro y melódica a más no poder”.

1966. Quedémonos con ese año. 1966 fue el “año en que por primera vez supo advertirse la importancia cultural y artística de la música popular moderna”. Y a ese año dedica Bob Stanley una considerable atención. De tal manera es crucial esa época que el autor considera que un año más tarde “la unidad radical de ese ámbito se había quebrado y los extremos empezaron a consolidarse en bandos antagónicos: el concepto de progreso artístico comenzó a definirse en contraposición al de simple pop prefabricado”.

Y lo mejor de todo, Stanley se burla descarnadamente de algunos de mis grupos favoritos como The Clash o Led Zeppelin y no digamos de The Police, y casi ignora a Supertramp. ¿Y saben qué? Me importa un bledo. Es sólo pop, y me gusta. De hecho, cuando el amigo Bob escribe eso de que la canción I feel love, de Donna Summer, “era el futuro, y soy de la opinión de que aún no hemos llegado a su altura”, yo sólo puedo añadir: “amén hermano”.

Y es que no conviene perder de vista en ningún momento al leer Yeah! Yeah! Yeah! La historia del pop moderno que a su autor no le gusta el rock. Al menos no le entusiasma. No hay más qué ver en qué conjunto toca. ¡Ah! Y sus grupos favoritos son The Beatles, The Beach Boys, The Who (sic), The Bee Gees (de ellos “son 10 o 12 de las mejores canciones del siglo XX), Pet Shop Boys … y The KLF. Dicho queda. Para Stanley, de hecho, el rock tiene su punto final en el grunge. La historia del rock quiero decir. Ahora ya sabes a qué atenerte si lees su volumen, que además sirve muy bien de libro de consulta (aunque en la edición en español carezca de índice onomástico).

Yo también, como el amigo Bob, quien por cierto tiene la delicadeza de no mentar a su grupo en todo el libro, “me siento enormemente afortunado de haber sido testigo consciente de gran parte de esta historia”, la del pop moderno.

¿Qué es el pop? La historia del pop escrita por Bob Stanley