El domingo 4 de febrero llegamos a Valladolid para hacer una sesión vermut en el Cafetín El largo adiós. Desde León Cova Villegas, cantante, y yo, saxo tenor. Desde Madrid, Cy Williams, guitarrista. Teníamos la intención de tocar nuestro repertorio en español de las dos orillas, temas de aquí y de allá, nuestra –así la hemos llamado en otra ocasión- Canción de las orillas.
Nos recibió Joaquín Castrillón, el dueño, vamos a estar en familia, creo, nos dijo. Pues en familia tocaremos.
Muchas veces hemos tocado, con distintas formaciones, en el Largo Adiós. Cientos más he entrado por su puerta. Esta vez, tras la mirada a las fotografías, las caras conocidas (pero todavía hay alguna que se resiste, y ésa, ése, ¿quién es?), me fijé en el suelo, por primera vez noté su desgaste, su erosión como de mordeduras pequeñas, todos los pasos perdidos de los parroquianos y desconocidos que han pateado el local a lo largo de los últimos, ¿cuántos?, cuarenta años, cuarenta años justos.Se ha hablado de cambiar el suelo, los clientes se niegan, no puede ser otro, me comenta Joaquín.
Montamos nuestro sencillo equipo y nos vamos a restaurar a El Puchero, donde sucede el siguiente encuentro de la mañana, con Javier Fernández, mi amigo desde el banco (de sentarse) del río (él sabe a qué me refiero). En lo que dura un vino me explica la situación política actual: los nacionalismos y los corporativismos, eso es lo jodido ahora. Acuerdo total.
Como no hemos ido a misa (y la sesión vermut es después de misa, en la catedral, como le puse en un mail a otro amigo), yo busco mi momento piadoso acercándome –cuatro pasos mortales- al ver la placa de Fernando Urdiales en el Calderón. El barquito dorado, las palabras enigmáticas, no entiendo nada, dice Cy: Snark, Boujum. Yo sí, yo lo entiendo todo en silencio.
Esas palabras solo son comparables a las que pone la placa de Vicente Escudero: “Yo nací derecho y con las manos en alto”. Se acabaron pareciendo, físicamente, Escudero y Urdiales
Cuando volvemos al Cafetín hay esa luz reflejada por el despeñadero de la catedral, luz del frío en el interior confortable (estamos rodeados de nieve, me recuerda Javi, pero aquí no nieva) que desde hace muchos años tengo asociada conla amistad de Tomás Salvador Gonzálezy la música de Erik Satie mientras nos leíamos poemas, pinchaban a Satie entonces en el Largo, no sé si lo siguen haciendo.
Pero hay sobre todo, qué maravilla, público, mucho, una familia como anunció Joaquín, pero numerosa, el local está lleno y en espera de que empiece la música.
Y empezamos, dos horas con esas orillas, esas canciones, Ojos verdes, Xilguerín parleru, Tonada de la luna llena, Herido de sombras… Sombras y heridas, rostros invisibles, y más de un muertito revoloteaba por allí, como queriendo seguir la música.
Cuando tocamos la Cumbia del pañuelito azul y vi que Carrascosa se echaba un baile, sentí que los vivos podían más en la mañana de ese lugar en el mundo. El baile que el ausente Miguel (Suárez para la poesía, el Ruinas para muchos de los allí reunidos, Lastres para mí y otros pocos) debería haberse echado, bajo la advocación de su patroncito san Pascual bailón, de no ser ya inevitable la perseverancia del desaparecido.
En su honor leí un poema, con lujo de acompañamiento, guitarra y voz: Los monos bonobos y los mochicas peruanos / sabían de esto / una magia que sucede en lo oscuro o en lo claro del día, así empezaba. Diciéndolo de nuevo.
El Cafetín
Una vez más, la reunión, lo que convoca y propicia la música, que es de nadie y es de todos. Los rostros bien visibles y con nombres, allí estaban todas y todos y sin comer todavía. Las mozas y los mozos de mi quinta, con sus reencuentros gozosos, las caras que no esperaban verse tal mañana y en tal circunstancia. El Cafetín es un espacio, y es también un escenario donde se han representado funciones –como diría Fernando- muy diversas y contrarias; funciones trágicas, como aquellos tiros que unos pistoleros de Cristo Rey dispararon una tarde del día de Reyes del año 1981 y que recibió Jorge Simón; pero aquí está, ha venido Jorge, vive para contarlo, es un testigo de esa lucha de la barbarie contra la civilización que parece no tener fin. Algunos apostamos por un mundo civilizado: también esta mañana, Gustavo Martín Garzo nos trae el regalo de su última novela, La ofrenda, recién aparecida.
Espacio y escenario: un lugar en el mundo que yira, yira, no se para; aunque nosotros, como el brujo de Castaneda, nos ilusionemos pensando que somos capaces de parar. Por un ratito, enun largo adiós demorado. Con la ayuda de la amistad.
Ildefonso Rodríguez (León, 1952) es un poeta y músico español.
Saxofonista, se mueve en el ámbito del jazz. Dirige el aula-taller de improvisación en la Escuela Municipal de Música de León, donde también es profesor de saxo. Fue miembro fundador de las revistas Cuadernos leoneses de poesía y El signo del gorrión. Vive en Villabalter (León).
Su pasión por la escritura, primero, y por la música, después, le llevó a publicar su libro-disco "Inestables, intermedios".
Ha recibido dos premios literarios: el Rafael Alberti por "Mis animales obligatorios" y la Bienal Provincia de León por "La triste estación de las vendimias". Su obra aparece en algunas antologías como "Esto era y no era"(Ámbito, 1985), "La prueba del nueve" (Cátedra, 1994) y "Fruta extraña. Casi un siglo de poesía española del jazz" (Fundación José Manuel Lara, 2013).
Su estilo narrativo podríamos calificarlo de surrealista.
Dentro del ámbito musical ha participado en varias ediciones del Festival Internacional de Música Improvisada, Hurta Cordel, con distintas formaciones: Orquesta FOCO, En Crudo, Quinteto Jazzanga Clan y Sin Red. También formó parte de la orquesta de improvisación de Butch Morris. Ha formado parte del quinteto de Cova Villegas y fue fundador del cuarteto Dadajazz.
Actualmente dirige la formación musical Jaula 13 y escribe en la publicación digital Tam-Tam Press.
Obra:
Escrituras materiales (Libro colectivo, Oviedo, 1972)
Mantras de Lisboa (Ediciones Portuguesas, Valladolid, 1986)
Libre volador (Libros de la Peonza, Arenas de San Pedro, 1988)
La triste estación de las vendimias (León Provincia, 1988)
Mis animales obligatorios (Renacimiento, Sevilla, 1995)
Coplas del amo (Icaria, Barcelona, 1997)
Escondido y visible (Editorial Dilema, Madrid, 2000)
Son del sueño (Ave del paraíso, Madrid, 1998)
Política de los encuentros (Icaria, Barcelona, 2003)
Naturalezas (plaquette con el pintor Francisco Suárez, Escuela de Arte de Mérida, 2007)
El jazz en la boca (Dossoles, Burgos, 2007)
Disolución del nocturno (Amargord Ediciones, 2013)
Inestables, intermedios (Editorial Eolas, 2014)