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Pedro Santamaría
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Pedro Santamaría (Foto: Archivo)

Pedro Santamaría: “La corrupción era un mal endémico de la sociedad romana”

Autor de "Al servicio del Imperio"
Por Javier Velasco Oliaga
jueves 14 de junio de 2018, 01:00h

Pedro Santamaría es un prestigioso novelista histórico santanderino. Abogado de profesión y traductor y escritor por vocación, se dedica a escribir novelas sobre sus dos grandes amores: Cantabria y Roma.

Al servicio del Imperio
Al servicio del Imperio

Su nueva novela histórica “Al servicio del Imperio” une ambas pasiones, donde cuenta una historia donde una cohorte de cántabros viaja a Judea para luchar por Roma. Esa trama da pie para conocer tanto la forma de vida de los judíos de comienzo del siglo I, antes de la destrucción de Jerusalén, como la de los soldados invasores que trabajaban para un imperio que trataba despóticamente a sus supuestos aliados. Crítica social y política están presentes en unas páginas llenas de ritmo narrativo, donde el escritor no da tregua al lector con acontecimientos que cambiaron la vida de aquellas tierras. La nueva novela histórica de Pedro Santamaría es un dechado de erudición y de aventuras. Esas que nos gustarían haber vivido en la pantalla de un cine de barrio de los años ochenta.

Pocos conocíamos que soldados cántabros lucharon en Judea a las órdenes de Roma. ¿Cómo dio con la historia?

Soy un enamorado de la historia de Cantabria desde que tengo uso de razón. La semilla de tres de las novelas que he escrito, Okela, Peña Amaya y Al Servicio del Imperio, la plantó hace mucho tiempo el libro “Cantabria Antigua”, del ínclito arqueólogo e historiador cántabro Joaquín González Echegaray. Este libro cayó en mis manos en mi adolescencia y ha recorrido miles de kilómetros en mi mochila. En él leí por primera vez que, según Estrabón, los espartanos habían conquistado parte de Cantabria, leí que en Peña Amaya los cántabros habían sucumbido al poder visigodo y también que había habido dos unidades del ejército imperial compuestas por cántabros. Una de estas unidades, la Cohors II Cantabrorum, había luchado en Judea durante la Gran Revuelta.

Con “Al Servicio del Imperio”, ASDI para los amigos, completo de algún modo una deuda que tenía con mi yo adolescente, con un muchacho que dio muchas vueltas por el mundo pensando siempre en volver. Un chaval cuya imaginación fue tomada al asalto por estas historias que tanto tenían que ver con lo que era, con lo que quería ser y con lo que anhelaba.

Además de Flavio Josefo, ¿cuáles otros historiadores ha consultado?

La monumental obra de Flavio Josefo es el pilar sobre el que se asienta la mayor parte de lo que conocemos sobre la revuelta judía. Otros textos interesantes son, por ejemplo, los Evangelios, escritos durante y después de la Gran Revuelta. Los Evangelios son un magnífico documento que habla sobre la aflicción de un pueblo y su necesidad de creer que tanta injusticia y tanta maldad tendrán su castigo en un más allá y que el sufrimiento tendrá su recompensa. Pero, además, los Evangelios pretenden marcar distancias entre los “levantiscos judíos” y los “acatadores cristianos” (“a Dios lo que es de Dios y al césar lo que es del césar” Mateo 22). Es muy interesante leer el nuevo testamento como documento político. Luego está Suetonio, en quien me baso para darle vida a un Nerón atormentado y desequilibrado.

No obstante, cualquier texto antiguo debe ser “destilado” y a ello me han ayudado volúmenes escritos por historiadores actuales como The First Jewish Revolt (VV.AA.), Apocalypse (Neil Faulkner) o Rome and Jerusalem (Martin Goodman).

¿El ser cántabro ha influido para escribir “Al servicio del Imperio”?

Por supuesto. La historia de Cantabria es apasionante y merece ser rescatada del olvido. Cantabria no solo es las Guerras Cántabras, el período más íntimamente ligado al imaginario popular de “la tierruca”, Cantabria también es las Cuevas de Altamira, es el germen de la Reconquista, es el románico erótico, es la toma de Sevilla en 1248, es el descubrimiento de América… y claro, ser cántabro influye en las historias que quiero contar.

¿Cómo era la vida de esos legionarios que luchaban por Roma?

Si la comparásemos con nuestra vida actual se nos antojaría brutal y muy poco atractiva. No obstante, debemos tener en cuenta que, en la época, formar parte del ejército conllevaba una serie de beneficios: paga regular, dieta equilibrada, plan de pensiones, y, para los auxiliares (esto es, tropas que no gozaban de la ciudadanía romana) la ciudadanía al final del período de servicio. ¿Combatían? Por supuesto, para eso eran las legiones, pero eso no significa que estuvieran haciéndolo siempre. Si tenemos en cuenta que unirse al ejército suponía dejar atrás una vida de miseria y una esperanza de vida muy limitada, el trato no se antoja tan malo. El entrenamiento podía llegar a ser brutal, y los castigos por desacato o dejación de funciones draconianos, pero una vez que se pasaba por el aro todo era más sencillo y, además, es probable que se estuviera más tiempo construyendo calzadas y fortificaciones y patrullando que combatiendo.

¿A los protagonistas Arán y Noreno cómo los definiría?

Son jóvenes, soñadores e incultos. Jamás han salido de su aldea y lo único que conocen sobre el pasado de su pueblo son las historias que les cuenta un anciano (que tampoco ha salido nunca del valle) acerca de la Gran Guerra, el conflicto que nosotros conocemos como Las Guerras Cántabras. Fueron sus bisabuelos los que lucharon contra Roma, pero ellos jamás han blandido nada que no sea un apero de labranza. Creen que juntos pueden comerse el mundo y, al final, es este el que los devora. El viaje vital de ambos, descrito a lo largo de la novela, comienza en un punto común, pero su progresión es diferente, el uno acepta y el otro no, aunque ambos se niegan a dejar de ser lo que creen que son.

¿Qué movió a aquellos jóvenes para luchar con sus conquistadores?

Una Cohorte de las características de la Cohors II Cantabrorum estaba compuesta por cuatrocientos ochenta muchachos, cada uno de los cuales tendría sus propias metas, expectativas y aspiraciones, algo que intento reflejar en el contubernio (unidad básica de la cohorte, compuesta por ocho hombres). Urbico, uno de los personajes, aspira a la ciudadanía romana, Arán y Noreno empiezan queriendo aprender de Roma para derrotarla, Viroto lo único que quiere es portar armas, Turenno huye de la miseria de su aldea…

En este sentido no puedo hacer más que conjeturar, pero creo que este arco iris de razones se acerca bastante a lo que debió de ser la realidad.

En la novela describe la política de Roma de aquellos años. ¿Fueron los cónsules los culpables del levantamiento de los judíos?

La argamasa que mantenía unida la pirámide que era el imperio no era otra que el clientelismo, en cuya cúspide estaba el emperador. El sistema al completo era corrupto por naturaleza. En tiempos de la república se decía que el gobernador de una provincia necesitaba amasar tres fortunas antes de concluir su mandato: la primera para pagar a los acreedores que le habían permitido acceder al cargo, la segunda para financiar el proceso por corrupción al que sin duda se enfrentaría al volver a la urbe, y la tercera para retirarse. La corrupción era un mal endémico de la sociedad romana.

Los orígenes de la Gran Revuelta son complejos, y siempre es difícil establecer una razón concreta y excluyente para un levantamiento de estas características. Es evidente que los impuestos, cada vez más altos debido a las “necesidades” del emperador, la corrupción endémica y la crisis económica que siguió al fin de la locura constructora de Herodes el Grande, tuvieron mucho que ver con el estallido. No obstante, Flavio Josefo acusa al procurador de Judea de ser el que encendió la chispa de la revuelta al querer cobrar los impuestos debidos recurriendo al tesoro del Templo en Jerusalén. Aquel tesoro, de valor incalculable, estaba compuesto por las ofrendas de miles de judíos, ya vivieran en Judea, Roma o Persia, y era de Dios. Ante tal atropello, la indignación de un pueblo cuya vida era la religión desembocó en la Gran Revuelta. Pero a lo anterior no podemos dejar de sumar la visión mesiánica que los judíos tenían del mundo. En teoría, y según los textos sagrados, el mesías estaba al caer. El mundo estaba sumido en la corrupción y la impiedad, lo que significaba que el fin de los tiempos debía de estar cerca y muchos creían (los zelotes en particular) que solo alzándose en armas provocarían la tan ansiada venida. Todas estas corrientes subterráneas quedan patentes en los mensajes del Evangelio, profundamente enraizadas en la tradición judía. Al fin y al cabo Jesús no deja de decir que el fin está cerca.

La argamasa que mantenía unida la pirámide que era el imperio no era otra que el clientelismo, en cuya cúspide estaba el emperador.

También crítica la política de reyes como Herodes. ¿también se basaba en la crueldad?

La crueldad es el mejor instrumento disuasorio en manos de cualquier poder. Y el poder, sea cual sea su naturaleza, se ejerce mediante la coacción. En el mundo antiguo, si no se estaba dispuesto a ordenar crucifixiones en masa y a ahogar cualquier levantamiento en un baño de sangre, uno no debería meterse en política. Y no solo en el mundo antiguo. La Revolución Francesa, por ejemplo, quizá no hubiera tenido lugar si en vez de ser rey Luis XVI, lo hubiera sido Luis XIV, a quien no le hubiera temblado la mano cuando los parisinos asaltaron la bastilla. Un pueblo puede soportar las mayores injusticias, incluso ver cómo sus hijos se mueren de hambre, siempre y cuando la amenaza de crueldad sea real y palpable.

Herodes el Grande fue un personaje polifacético que solía apostar a caballo ganador. Durante las guerras civiles se decantó por uno y otro bando dependiendo de por dónde soplara el viento, se acercó a Marco Antonio cuando parecía que la balanza se inclinaría de su lado, pero no tardó en jurarle lealtad a Octavio cuando este se alzó con la victoria final. Herodes gobernó con mano de hierro entre otras cosas porque su poder era precario, los judíos no le consideraban uno de los suyos y, además le tenían por impío. No solo levantó el Templo de Jerusalén, también fundó ciudades como Cesarea Maritima, una ciudad completamente helenística, con un teatro, un hipódromo y un templo dedicado a Roma y a Augusto. Hoy en día es imposible hacerse una idea de lo que significó para los judíos esta helenización de su espacio, la afrenta que suponía, por ejemplo, el teatro, para su visión de Dios y del mundo. Lo más cercano, quizá, sería imaginar una gran sala cine porno anunciada con neones en el centro de Kabul. La fiebre constructora de Herodes supuso impuestos cada vez más altos que arruinaron el campo y dieron trabajo en las ciudades. Los ricos cada vez eran más ricos, los pobres cada vez más pobres, pero había trabajo. Sin embargo, cuando el programa constructivo de Herodes llegó a su fin, la pobreza se apoderó de Judea, y la región se vio sacudida por el mal del bandidaje y por las esperanzas mesiánicas. Hay que tener en cuenta, no obstante, que Herodes el Grande murió en el año 4 a.C., o sea, que aún faltaban 70 años para el estallido de la Gran Revuelta.

“La codicia es una constante en el ser humano, de hecho diría que la codicia es un valor absoluto, sin grados, binario”

¿Había demasiada codicia? ¿Se estipularon demasiados impuestos a los judíos?

Yo diría que la codicia es una constante en el ser humano, de hecho diría que la codicia es un valor absoluto, sin grados, binario.

En el imperio romano la recaudación de impuestos se “subcontrataba” a los famosos publicanos (muy presentes en los Evangelios). Estos se comprometían a entregar una cantidad a las arcas del imperio y todo lo que sacaran por encima de eso se lo podían quedar. Una concesión de este tipo era extremadamente golosa y los abusos de los publicanos no conocían límite. En el caso de Judea, a los impuestos imperiales y a la tajada de los publicanos, había que añadir las aportaciones prescritas por la Ley judía en beneficio del Templo, el mantenimiento de la clase sacerdotal, el arrendamiento de unas tierras que generalmente eran propiedad de grandes terratenientes que vivían en las ciudades rodeados de lujos y que rara vez pasaban por sus posesiones… Al final, el noventa por ciento de la población vivía no ya en el umbral de la pobreza, sino al borde de la inanición. Y, claro, los textos sagrados prometían abundancia y justicia, pero solo si se seguían los preceptos de la ley. Si había miseria era, precisamente, porque los judíos se habían alejado de Dios.

En “Al servicio del Imperio” describe los castigos que los romanos infringían a sus enemigos y la disciplina con la que regían sus propias tropas. ¿No eran métodos demasiado crueles?

El mundo antiguo era un mundo brutal e injusto en el que tan solo los métodos más crueles aseguraban, y no siempre, el orden entre la población y la disciplina entre las tropas. Roma jamás hubiera llegado a ser lo que fue si la disciplina no hubiera sido feroz. Parafraseando al prisionero que, en la sin par comedia “La Vida de Brian”, se encuentra el protagonista en las mazmorras (es mi película favorita): “Si no fuera por la crucifixión este país sería un desmadre. ¡Crucifixión ya! ¡Que aprendan a base de clavos!”

Califica, en la novela, que la justicia romana se basaba en la venganza. ¿Sólo en eso?

Aquí ya entramos en el ámbito de lo filosófico. ¿Qué es la justicia? ¿Qué pedimos cuando exigimos justicia? ¿Acaso no estamos pidiendo que el “malhechor” reciba un castigo igual al daño causado? ¿No es eso una especie de venganza? ¿Cuál es la diferencia entre justicia y venganza?

En la novela hay una crítica a las religiones sobre todo a las más ortodoxas. ¿Era un mal de ese tiempo los fanatismos?

El fanatismo es un mal de todos los tiempos. Incluso hoy en día, en una época en la que Dios se bate en retirada ante la ciencia, hay gente que aún cree en la inmutabilidad de la palabra de Dios tal y como está plasmada en sus respectivos textos sagrados. La filosofía griega nace, precisamente, como reto a la creencia de que los dioses manejan los hilos del mundo, de que se enfadan y de que provocan eclipses, tormentas, terremotos y erupciones volcánicas. Todos sabemos lo que ocurre cuando la religión se hace con el poder absoluto, y ese es un mal que perseguirá a la humanidad hasta que estas se hayan erradicado.

Bien es cierto que no todos los fanatismos emanan de la religión, el comunismo y el nazismo son ejemplos de ello, pero ambos tienen tantos rasgos en común con la religión que a veces resulta difícil establecer la diferencia. Ya sean Hitler, Stalin o Kim Yong Un, los líderes de estos movimientos se convierten en algo parecido a dioses que basan su poder en una verdad absoluta e incontestable fuera de la cual todo es mentira y contrario al buen orden de las cosas.

Solo la defensa a ultranza de la libertad de expresión como pilar fundamental de la sociedad occidental, puede frenar a los fanatismos. Y el ser humano es muy dado al fanatismo precisamente porque una verdad, por increíble que pueda ser, es más digerible que muchas verdades. Más aún, pensar requiere esfuerzo y el fanatismo lo ahorra.

¿Cuál es su consecuencia en el presente?

La destrucción del Templo constituyó un terremoto histórico, religioso e ideológico cuyos efectos, en la época, hubieran sido impredecibles. El efecto inmediato fue el de apuntalar la posición de la nueva dinastía imperial, la Flavia, y la de acentuar la diáspora. Por aquel entonces había comunidades judías por todo el imperio romano y en el imperio persa. A nivel religioso, el fin del Templo significaba que muchos de los preceptos de la Ley no podían ser llevados a cabo, con lo que la religión judía se quedó coja. Nace entonces el judaísmo rabínico. Los rabinos, “descendientes” directos de los fariseos (hombres que recorrían pueblos y ciudades enseñando y discutiendo los textos sagrados), buscan un nuevo enfoque a su religión, convirtiendo el Templo en un concepto interior y espiritual. Los cristianos, por su parte, hasta entonces una rama de la religión judía, empiezan a marcar distancias con su religión madre debido a la animadversión que la revuelta produce en el mundo romano contra los judíos. Más aún, si Dios ha permitido que el Templo caiga, razonan los cristianos, es precisamente porque Israel ya no es el pueblo elegido y ha sido condenado. “Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos” dicen los judíos en los Evangelios cuando condenan a Jesús… algo que ha servido de excusa a lo largo de la historia para culpar a los judíos de la muerte del nazareno, y que ha llevado a no pocas persecuciones y matanzas de estos últimos en nombre de Dios. A partir de entonces el cristianismo marca distancias con los judíos, y Jesús, a medida que progresan los Evangelios (Marcos, Mateo, Lucas y Juan), va evolucionando de mesías humano, a semi-dios, a dios con rasgos olímpicos que promete la redención y la justicia no ya en este mundo, sino en el más allá. A la tradición judía de la que emana el cristianismo se une la filosofía griega, dando lugar a pensadores como San Agustín, y, tan solo tres siglos después del nacimiento de Jesús, el imperio romano pasa a ser un imperio cristiano bajo Constantino. Algo que marcará el devenir de Europa y del mundo a tantos niveles que ería difícil hacer un resumen.

Hoy en día los judíos ortodoxos y ultra-ortodoxos siguen soñando con volver a levantar el Templo, con la vuelta de todo el pueblo de Israel a la tierra prometida (en la actualidad hay catorce millones de judíos en el mundo) y con que Jerusalén vuelva a ser la capital del pueblo elegido. Como no podría ser de otra manera, la otra religión del libro, el Islam, considera esto un insulto y una afrenta. Al fin y al cabo, para levantar el tercer Templo habría que demoler la explanada de las mezquitas, pero claro, fue desde allí desde donde Mahoma subió a los cielos en un caballo alado para entrevistarse con Dios. La animadversión de los musulmanes hacia los judíos también queda plasmada en sus textos sagrados. Es por esto que la reciente decisión de Donald Trump de reconocer Jerusalén como la capital de Israel ha provocado tantas tensiones. Pero Trump se debe a sus votantes, y entre estos tiene a cincuenta millones de evangelistas que creen que cuando Jerusalén vuelva a ser la capital de Israel, Jesús bajará de los cielos en toda su gloria y llegará el fin de los tiempos.

Y en esas estamos a principios del S.XXI.

¿Qué le gusta más escribir, la historia de amor o las batallas cruentas?

Soy un romántico al que siempre le ha apasionado la historia militar. Escribir de lo uno sin lo otro no tendría sentido. El amor y el odio son las dos caras de una misma moneda. Se odia todo aquello que supone una amenaza hacia lo que se ama. Y pocas cosas hay más trágicas que alguien luchando en el campo de batalla por defender lo que ama.

El que un cántabro se enamorase de una judía, ¿era normal?

El amor es lo más natural e impredecible del mundo, por algo a cupido se le representa como un niño travieso, inocente y feliz que dispara saetas sin ton ni son. El amor no tiene fórmulas, ni es razonado, ni es razonable. ¿Era normal? Se podría decir que quizá no fuese habitual, aunque solo sea por una cuestión estadística. El misterio es una de las mayores atracciones que puede haber entre dos personas. Cualquier persona con un mínimo de inquietud se siente atraído por lo desconocido. En este sentido considero que es más probable que un cántabro con inquietudes se enamorase de una judía que de una cántabra, y viceversa. Lo diferente nos atrae, nos embauca. Somos animales curiosos.

¿Puede surgir el amor en las situaciones más insospechadas?

Tú lo has dicho. De hecho, me atrevería a decir que los amores insospechados son los más robustos.

Ha incluido la historia de Séneca en el libro. ¿Qué le atrae del famoso pensador y preceptor de Nerón?

La contradicción y el hecho de que marcara el fin de una era. En sus escritos Séneca habla de la felicidad y de lo poco que hace falta para obtenerla, y sin embargo da la sensación de que era un hombre profundamente infeliz. Habla de la muerte y de cómo el filósofo no debe temerla, y sin embargo parece que, a la hora de la verdad, sintió terror. Habla de la humildad, y sin embargo fue un hombre que vivió rodeado de lujos y que era implacable a la hora de cobrarse deudas. Habla de la serenidad, pero daría la sensación de que era un hombre atormentado… Séneca es una de las grandes contradicciones que ha dado la historia.

El ser humano es muy dado al fanatismo precisamente porque una verdad, por increíble que pueda ser, es más digerible que muchas verdades

En la novela, hay dos narradores, uno omnisciente que lleva el peso de la obra y otra en primera persona, Noreno. ¿Por qué ha utilizado esta técnica?

La respuesta rápida sería que no lo sé, que la novela, sencillamente, ha salido así. Lo que sí puedo decir es que me gusta ofrecer una visión lo más amplia posible de los períodos que trato y ninguna de las dos personas parecía completar la historia. Por un lado la primera persona permite un acercamiento mucho más intimista del personaje, pero no permite ir más allá de lo que ven sus ojos. Por el contrario, con el narrador omnisciente ocurre exactamente lo opuesto, puedes describir situaciones sin ataduras, pero pierdes en intimismo. Por tanto, escribirlo en dos partes se me antojó una forma interesante de no negar ni lo uno ni lo otro. Pero, además, al tratarse de un período muy complejo, estos saltos me daban la posibilidad de tener remansos introspectivos a lo largo de la narración y, lo que es más importante, poder recurrir a la elipsis cuando era necesario explicar la situación política o acelerar la acción. Es más, quería esbozar los frescos de Séneca, Nerón y Flavio Josefo, y no quería recurrir a la manida técnica del personaje en primera persona que acaba conociendo a todos los personajes principales de una época. Eso siempre me pareció inverosímil y artificioso.

¿Qué le resulta más fácil escribir en primera o tercera persona?

No sabría decirte. Quizá en primera, precisamente por las limitaciones que impone en el narrador.

Sus capítulos suelen ser cortados, como los thrillers. ¿Qué ventaja tiene esta forma de escribir?

Supongo que mantener la tensión narrativa, dejar en el lector al menos una pregunta siempre pendiente. No es bueno dar demasiadas respuestas.

¿Qué es lo que debemos aprender de esta historia?

Cada uno sacará sus conclusiones. Habrá quien vea en \"Al Servicio del Imperio\" un relato de aventuras, habrá quien lo entienda como un homenaje a Cantabria, como un ataque a la religión, como una invitación a creer en algo, sea esto lo que sea. También habrá quien considere que trata sobre el deber, sobre lo que nos empuja y lo que nos paraliza, sobre la importancia que tiene en lo que somos aquello que se nos inculca desde pequeños, sobre la fe. Sobre la lealtad y la traición…

Pero, al final, lo que pueda obtener un lector de esta humilde historia no depende de m

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