viernes. 19.04.2024
Immanuel Kant

Leo un interesante artículo en El Pais, titulado “¿Filosofía para filósofos?”,  que plantea cuestiones de gran calado acerca del papel social asignado a la filosofía institucionalizada.

Las carreras docentes e investigadoras deben circular por unos carriles muy determinados para no descarrilar antes de alcanzar una meta laboral. El itinerario es tan tortuoso como precario. Hay que acotar los ámbitos de investigación y plegarse a unas determinadas fórmulas de investigación. Lo que cuenta es allegar certificados y formalizar trámites interminables en aplicaciones que suelen robar mucho tiempo. Rendimos culto a unos impactos cuyos indicadores controlan las grandes corporaciones editoriales. Estamos bombeando dinero público a empresas privadas para poder publicar en abierto, como si no fuera preferible prescindir de tales mediaciones y sanear otras partidas presupuestarias.

Mi trayectoria profesional se libró de tantas mezquindades y eso me permitió consagrarme a estudiar con detenimiento algunos autores de la Ilustración europea, traduciendo sus textos al castellano para darlos a conocer e introducirlos. Ese bagaje permite reflexionar sobre los problemas del presente, porque siempre cabe dialogar con los clásicos. Pero eso lo saben muy bien los firmantes del artículo. Llevan razón mis estimados colegas en que muchas veces consideramos temas de segunda división, si no se tercia uno u otro marchamo con cierto pedigrí.

Suele desestimarse todo aquello que conecte con la realidad social y los acuciantes problemas cotidianos de una ciudadanía sumida en el desconcierto. La tan manida transferencia no significa perseguir un retorno económico, sino compartir con la sociedad los análisis y reflexiones de las instituciones públicas dedicadas a docencia e investigación, sobre todo si hablamos de las humanidades en general y de la filosofía muy en particular.

Reinterpretar tal o cual pasaje de la primera Crítica kantiana puede ser un buen pasatiempo y servir para ejercitar las propias capacidades, pero no parece que sea un asunto demasiado relevante para el común de los mortales.
Los tiempos demandan otras prioridades y exigen cambiar el paso a los modelos periclitados que se mantienen por pura inercia. Hacer filosofía hoy debería hacer suya la divisa que pide a la teoría ser aplicable y conllevar una praxis.

Para los ilustrados no podría ser de otro modo. Pensar tenía esa misión y esta se acometería desde los más diversos frentes. Además las ideas no se patentaban, sino que circulaban y las menores triunfaban al ser adoptadas por la mayoría. No existía esta inserción mercantilista que caracteriza nuestro presente.

Hay muchos académicos que desprecian cuanto consideren carente de pedigrí filosófico, al margen del que decidan poner en su pedestal particular. Es un crimen de lesa filosofía, porque no hay auténtico filosofar sin mestizaje, la tan cacareada transversalidad e interdisciplinar, ejercida como un método natural y no cuál consigna burocrática. el auténtico pedigrí filosófico es una mezcla donde quepan cuantos más ingredientes mejor.

Unas gotas de literatura y cine, datos científicos y estadísticos, información económica y política, grandes dosis de ética y el estar atento a los avances científicos. La lista es interminable. Lo único que no es filosófico es la especialización extrema e intolerante. Quisiera felicitar a los artífices del artículo por poner sobre la mesa un tema crucial para el porvenir de la filósofa institucionalizada. La otra tiene garantizada su buena salud. Porque cada cual filosofa sin proponérselo a todas horas.

El pedigrí de la filosofía y su imprescindible mestizaje