viernes. 29.03.2024
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Texto: Carlos Rivas

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Mi deuda con el paraíso

Ricardo Martínez Llorca

Desnivel

Madrid, 2018

240 páginas

 

 

 

Hace poco más de veinte años Ricardo Martínez Llorca (Salamanca, 1966) apareció en el panorama literario con una novela Tan alto el silencio (Debate) que hoy es casi imposible de encontrar. Se trata, muy probablemente, del más deslumbrante debut literario de la década de los noventa, junto a gente como Antonio Orejudo. Era una obra de un lirismo desconcertante, épica en su fundamento, pero sobre todo una elegía brutal, pura poesía, que venía avalada por Constantino Bértolo, uno de los lectores más exigentes de este país. Bértolo supo ver que no se trataba de una novela de género montaña, aunque la montaña, como en casi toda la obra de Martínez Llorca, tiene su recorrido a lo largo de las páginas. Son muchos los lectores que aman la montaña que no han tenido ocasión de leerla y desde aquí reclamamos, ya, que alguna editorial la recupere.

El recorrido posterior de Martínez Llorca pasa por un libro híbrido, entre el viaje y la novela, Cinturón de cobre, de una belleza inusual, un retrato perfecto de un país fragmentado como es Zambia y una forma de jugar con la literatura en forma de falso diario. Otra obra que debería recuperarse. Como El paisaje vacío, escrito bajo la influencia de Paul Bowles, y sin duda con un extrañamiento impactante que le valió el prestigioso premio Jaén de novela. A esta le sigue un libro de perfiles, El precio de ser pájaro (Desnivel), sobre la gente del mundo del alpinismo a los que echamos de menos y, sobre todo, sobre quiénes son los que tanto les echan de menos; es un libro valiente. Durante los años posteriores, su carrera estuvo un tanto diluida: alguna pequeña novela en editoriales pequeñas y sus colaboraciones como crítico literario, que le han llevado a ser considerado una voz de peso en el panorama de la literatura de viajes. Así hasta que reaparece con dos títulos de pequeño formato, pero grandes propuestas, como son Hijos de Caín (Xplora) y Después de la nieve (Desnivel). En realidad, se trata de un díptico en el que retorna a la aventura, a la epopeya, a la épica, y lo hace con una propuesta muy original. El planteamiento es el mismo que sería si los personajes existieran y un periodista hubiera ido a entrevistarles o se hubiera cruzado por su camino. El resultado es de una madurez creativa que da la razón a Alejandro Gándara, otro lector implacable, cuando dice que la capacidad de descripción de Martínez Llorca hace de él el Joseph Conrad español.

¿Qué más puede aportar a la literatura nuestro autor? Queda el territorio testimonial. Luz en las grietas, con la que extrañamente gana el premio Desnivel, es una confesión de una altura literaria que iguala a las obras de Joan Didion y su El año del pensamiento mágico, o Anatole Broyard con Ebrio de enfermedad. En cierta manera, tal vez el hecho de estar publicado por una editorial de género, ha afectado a esta obra a la hora de su divulgación popular y su repercusión entre la crítica literaria, aunque los amantes de Desnivel han salido ganando y algunos lectores han descubierto la línea narrativa de la editorial. Se nos ocurre compararla con la celebradísima Ordesa, de Manuel Vilas, otro libro sobre la resiliencia, sobre la dureza de vivir, sobre la proximidad de la muerte impactando en cada latido. Pero Ordesa, con el debido respeto, es una bonita carta juvenil comparado con Luz en las grietas, una lectura de la que todavía estamos recuperándonos y que, supusimos, sería el adiós de Martínez Llorca a la literatura y, tal y como él lo ha expresado, puede que a la vida. Sus enfermedades le han llevado al límite y así es como recuerda su infancia y adolescencia.

Por fortuna, nuestro autor se ha recuperado. Se anuncian dos libros que salen a la luz casi a la par. Hoy hablaremos un poco sobre Mi deuda con el paraíso, un sorprendente giro en la carrera de Martínez Llorca. Vuelve a la carga con su capacidad de descripción, esta vez valiéndose de los recuerdos del ayuda de cámara del Duque de los Abruzos, un joven que le atendió durante su última aventura en África. El narrador tiene ahora cien años y se sirve de toda su cultura para hablarnos de aquella expedición, sin olvidar la biografía completa del Duque ni sus otras expediciones. De hecho, la estrategia de referirse a ellas utilizando la cursiva, nos permite, si lo deseamos, leer la novela sobre la expedición de una sentada, y las crónicas reales de otra. Aunque estas se insertan en los momentos en que es necesario ir explicando, poco a poco, quién es el personaje protagonista de la novela. El título lo pone en boca de Umberto Cagni, quien fue el mejor amigo del Duque, durante el paso en barco del estrecho de Magallanes, cuando eran adolescentes, una travesía en plena tormenta. Ese será el paraíso del Duque: la parte de la naturaleza que a algunos puede resultarles aterradora y a otros un imán. Se trata de una novela que será catalogada como histórica, y es cierto que la labor de investigación histórica, y la geográfica, ha debido suponer un gran trabajo. Pero lo que nosotros leemos es de nuevo la necesidad de la épica para huir de la vida cotidiana que nos ata. De ahí que el anciano narrador quiera que su último sueño sea rememorar la aventura, el amor por la aventura, lo desconocido, el enigma, un mundo todavía limpio, sin plásticos y con desiertos de tinta en la cartografía. Podríamos extendernos sobre la obra, pero dejemos que sea el lector quien la descubra. Si le pusiéramos el termómetro de la literatura histórica y de aventuras, el mercurio explotaría antes de terminar el primer párrafo. No sabemos si es una obra maestra. Pero nos gustaría pensar que sí, al menos nos gustaría pensarlo durante y después de la lectura. Veremos que dicta la historia.

Texto: Carlos Rivas (profesor para poder dedicarse a leer y a viajar)


 

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