jueves. 25.04.2024

Paseando por el monte al subir una colina escuché un murmullo que me pareció corresponder a un manantial. Después aposté por un enjambre, mientras algún petirrojo se cruzaba en mi camino. Una vez alcanzada la cota máxima vi a otro caminante con un dispositivo en sus manos que no parecía el típico móvil para hacer alguna foto.

Eran los mandos de un dron. Lucía un sol radiante tras una noche de plenilunio. Imagino que la filmación le quedaría de cine. Sin embargo me pareció que no podría compararse ni un ápice a gozar en directo del paisaje. Me hizo pensar.

Aunque me fascinen las imágenes que logran, personalmente prefiero disfrutar el canto de los pájaros y admirar el variopinto color de su plumaje, como hice con el petirrojo que se cruzó esta mañana

Imaginemos por un momento que un genio salido de una lámpara maravillosa nos presenta un dilema y nos diese a escoger entre ver surcar pájaros sobre nuestras cabezas o cambiar estos por drones. Puestos a ficcionar supongamos que se convocará un referéndum para elegir entre hacer sitio aéreo a los drones o preservar a las aves. No sé lo que arrojaría un sondeo demoscópico, pero quizá no fuese aconsejable realizar esa consulta por si las moscas.

Huelga recordar el desmentido del Pentágono asegurando que los pajaritos era tales y no sofisticados drones con su aspecto.


Tómenlo como una pequeña fabula moral. Si tuviéramos tan claro el desenlace del dilema, no iríamos al monte con dron y tampoco sacrificaríamos admirar el paisaje por hacernos una foto con el móvil para colgarla en la realidad virtual, esa en la que cada vez más gente pasa la mayor parte de sus días.

Quizá eso nos haga más insensibles a los estragos del cambio climático. Nos gustaría creer que la reforestación es algo tan sencillo como volver a comenzar un videojuego. Los murales que representan bosques o las espléndidas fotos de nuestra pantalla nos parecen inmortales porque no pueden sucumbir por una depredación insostenible del entorno natural.

Desde luego no será ninguna Inteligencia Artificial, con sus asombrosas capacidades de cálculo y pronóstico, la que nos pueda salvar de nosotros mismos. Nuestras preferencias y hábitos marcan uno u otro rumbo, condicionando que nuestro vida cultural y política nos alegre o no lo cotidiano.

Aunque me fascinen las imágenes que logran, personalmente prefiero disfrutar el canto de los pájaros y admirar el variopinto color de su plumaje, como hice con el petirrojo que se cruzó esta mañana.

Ojalá pudieran convivir ambos. Nuestras ciudades no parecen indicar qué tal cosa sea muy factible. Por eso conviene tener claras las prioridades.

¿Pájaros o drones?