sábado. 20.04.2024
capitan-lagarta

Ricardito despertó asustado: “¡mamá!, ¡MAMÁ! …”; la luz estaba encendida: esa no era su habitación … “¡MAMÁ!”. Saltó de la cama y cayó al suelo; no tenía apenas fuerza para levantarse. Se dio cuenta de que se había meado, pero eso no le importó… había que escapar de allí... Se aproximó a la ventana, pero no pudo saltar porque había rejas; “me han robado”, pensó; corrió hacia la puerta: por allí tampoco se podía huir, solo había ropa, ropa y más ROPA… “¡MAMÁ!”… Había otra puerta, quiso abrirla pero estaba cerrada, empezó a patearla … “¡MAMÁ!”… Volvió a caer agotado al suelo… “Madre…¿qué me pasa?...¿qué me han hecho?” (lloraba…). La puerta se abrió y apareció la señora de siempre: “Padre, vuelva a la cama, mire cómo ha dejado todo… le voy a dar la pastilla con un poco de leche”. Ricardito se calmó un poco, era mejor hacer caso… “quieren envenenarme, pero esconderé la pastilla” (pensó); “seguro que después podré escapar y volver a mi casita…”. Volvió a la cama y al taparse pudo verla, era su propia mano, pero era otra; se miró la otra mano y también era otra. Todo era otro, todo había cambiado. Sintió una tristeza mortal y un vacío absoluto concentrados en la garganta: “¡claro¡, estoy soñando (pensó), despertaré, despertaré, DESPERTARÉ, DESPERTARÉ... Y fue entonces cuando la vio entrar corriendo por la puerta; era la niña: “Abuelo no llores más”, le dijo envolviéndolo cuanto podía con sus pequeños bracitos. Ricardito se calmó y fue que al fin pudo decírselo, despacito, suave, cerca, en el oído: “no sé quien eres, pero sé que te quiero mucho”. “Vámonos de aquí, niña, que van a volver los otros”. “¿A dónde?”. “Al fin del mundo”.

Los otros