viernes. 29.03.2024
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Leyendo hoy las memorias de Ehrenburg se puede comprobar que el florecimiento de tantos y tantos poetas, novelistas y autores teatrales en la Rusia revolucionaria no ha tenido prácticamente seguimiento ni repercusión en las traducciones al español

Antes del verano la editorial El Acantilado publicó un denso volumen de memorias de Ilià Ehrenburg, con el título “Gente, años, vida (Memorias 1891 – 1967)”. En siete libros y en lo que parece ser por primera vez una versión íntegra, se ofrecen al lector, en la traducción de Marta Rebón, más de dos mil paginas de narración de una vida que comienza a finales del siglo XIX y se despliega durante el posterior a lo largo de dos guerras mundiales, la revolución y la construcción del socialismo en un solo país, la guerra fría y el movimiento por la paz. Es un libro apasionante no sólo por lo que narra, sino por la especial mirada que muestra sobre lo narrado, no habitual en las historias sobre esta parte de la historia. Ehrenburg habla desde el Este, es un ciudadano soviético que explica e interpreta el curso de las cosas desde esta posición, a lo que no está acostumbrado el lector occidental.

La gente de mi generación seguramente recuerdan dos libros de Ilià Ehrenburg que se publicaron con ocasión del boom editorial de la transición política y postrimerías. Era su recopilación de artículos sobre la España de la II República que llevaba por título, de forma sarcástica, el enunciado de la Constitucion de 1931, España, república de trabajadores, que publicó en 1976 las llamadas “Ediciones Hispanoamericanas”, y luego en 1979 la Editorial Júcar, con portadas diferentes. Hoy la obra puede comprarse en la edición de la editorial Melusina (2008) en cualquier página de libros. El tono y el estilo eran inolvidables, y es un libro que sirvió para confrontar el desarrollo democrático republicano con una realidad social de un clasismo atroz, con las fuertes presencias autoritarias de la Iglesia y el ejército, que preludiaban una polarización del conflicto en términos fundamentalmente de clase como así se comprobaría dramáticamente en 1936. El segundo libro, menos leido en la época, fue una novela, la de las aventuras de Julio Jurenito y sus discípulos, que hace un año re-editó la siempre inteligente firma editorial Capitán Swing y en la que Ehrenburg abordaba de forma sarcástica todos los dogmatismos de entre guerras, en un estilo plenamente desenfadado, en lo que entonces nosotros pensábamos que era típico del vanguardismo ruso, aunque sólo conocíamos a Maiakokovski en la antología imprescindible de Visor, y ni siquiera habíamos podido leer la traducción de Margarita y el maestro de Bulgákov. Leyendo hoy las memorias de Ehrenburg se puede comprobar que el florecimiento de tantos y tantos poetas, novelistas y autores teatrales en la Rusia revolucionaria no ha tenido prácticamente seguimiento ni repercusión en las traducciones al español. E incluso en los casos que fueron traducidos, su repercusión en términos culturales ha sido mínima.

Una debilidad literaria por el autor, por consiguiente, que era a la vez periodista, novelista y poeta, y que había vivido el cambio de época más importante después del tránsito de la modernidad a finales del siglo XVIII. El cual contempla y describe en primera persona los acontecimientos más relevantes y las personas más señaladas del siglo XX en los que participó y a las que conoció, trató y en muchas ocasiones, tuvo como amigas.

Ehrenburg nació en 1891 – le gusta repetir que él forma parte del grupo de personas “del siglo pasado” – fué compañero de estudios y de actividades clandestinas con Bujarin y es encarcelado y deportado a los 17 años a Paris, donde estaba Lenin. En las memorias desfila la vida en Paris y en la bohemia de pintores y artistas hasta el estallido de la primera guerra mundial, el desarrollo de ésta y la revolución rusa, los años 20 y 30 a lo largo de toda Europa, pero el elemento central que va caracterizando esta etapa de entreguerras es el crecimiento del fascismo y la necesidad – no lograda entonces – de enfrentarse a él y derrotarle. La guerra de España es un hito clave en esta encrucijada, pero la derrota de las fuerzas populares se acompaña de otros momentos terribles no sólo para el autor, sino para la revolución y el socialismo: la gran purga de 1938, que se lleva por delante a varios amigos del autor Meyerhold, Bábel, Chlénov, Bujarin – y el pacto germano-soviético de 1939-41.

La invasión de Rusia por las tropas nazis y la resistencia terrible por el coste en vidas y en bienes del pueblo ruso, es el momento en el que Ehrenburg despliega una actividad infatigable como periodista denunciando la acción criminal, el racismo y el genocidio de los invasores. La victoria de los aliados y la efímera unión de los mismos deja paso al inicio de la guerra fría, las últimas  purgas de Beria de 1948, la muerte de Stalin y el deshielo – título por cierto que proviene de la novela de Ehrenburg – y el gran desarrollo del movimiento por la paz en la década de los cincuenta. Las memorias acaban realmente con el inicio del gobierno de Jruschov, entre 1959 y 1962. El autor muere en Moscú en 1967.

En Gente, años, vida, se intercalan las historias sobre la historia con los retratos de los personajes históricos que se incrustan como medallones en los procesos sociales que se describen. Existen referencias amplísimas a la literatura rusa clásica y moderna, a la poesía, a la producción artística y en especial a la pintura, el teatro y el cine. Grandes nombres de poetas apenas conocidos, obras cuyo argumento es bien sugerente,  muchos versos felizmente incorporados al texto de las memorias, cuadros, decorados, guiones de cine. Pero lo que se desprende es la incomunicación extrema del ámbito cultural en español respecto del espacio cultural soviético de la revolución y de las vanguardias de la primera generación, como también de la que eclosiona tras la segunda guerra mundial. El anticomunismo se proyecta también y especialmente sobre un ámbito en el que la libertad de creación era especialmente intensa, y que trascendía el estricto ámbito social y colectivo de la expresión literaria, como dramáticamente atestiguan los escritores y poetas presos, deportados o asesinados por el régimen estalinista.

Lo que sobresale de estas memorias es la reivindicación de dos grandes líneas fundamentales. El antifascismo y el pacifismo como señas de identidad del trabajo cultural del autor. Antifascismo como expresión no sólo del desarrollo agresivo del capitalismo frente al avance del socialismo, sino como ejemplo de la brutalidad del ser humano, de la irracionalidad de las clases dirigentes y de la ideología que les alimenta, de la violencia del dominio sobre las personas. El antifascismo se recrudece como antinazismo ante la invasión de Rusia y como antisemitismo cruel y sanguinario. Ehrenburg obtuvo un protagonismo enorme en la guerra como propagandista antinazi y fue vituperado frecuentemente por el mando alemán por su doble condición execrable de judío y comunista. Se le acusó de incitar a los soldados rusos a violar a las mujeres alemanas, y esta afirmación, que el autor desmiente rotundamente en sus memorias, explicando quien y cómo la propagó como contrapropaganda nazi,  se puede todavía encontrar repetida por algunos autores, formando parte de la campaña antisoviética de la guerra fría. La lucha contra el antisemitismo le llevó a involucrarse en la creación de una Alianza Antifascista Judía, con incidencia importante en USA, y junto con Grossman y un equipo de colaboradores realizó el Libro Negro en el que documentaron las masacres de los nazis respecto a los judíos rusos. Es ésta una obra escalofriante que puede leerse en español precisamente en una traducción de la misma editorial El Acantilado, que sin embargo fue censurada en Rusia cuando estaba a punto de ser publicada, en 1948, en el marco de una condena al “cosmopolitismo” contrario al “espíritu ruso” – del que fue acusado el propioEhrenburg, desde luego – que ocultaba a duras penas una purga antijudía llevada a cabo por el último estalinismo que protagonizó Beria.

El segundo vector que se proyecta en la actuación de Ehrenburg ya maduro es su compromiso por el movimiento por la paz. En un contexto de guerra fría y de escalada de violencia y de tensiones, cuando las poblaciones europeas y americanas estaban siendo arrastradas por la propaganda respectiva a la guerra atómica, la movilización contra ésta, por el desarme y la desnuclearización, por la paz, era un esfuerzo considerable. Fundamentalmente porque, como se sabe, el movimiento quería ser transversal a oriente y occidente, contaba con personalidades religiosas, profesionales, artistas y científicos, pero fue siempre denunciado por la prensa occidental como una maniobra del comunismo. El Congreso de la Paz en Paris, en 1949, fue calificado como hábil maniobra de Moscú, como un “lema comprensible por todos” que favorecía a los comunistas. La actuación de Ehrenburg en el movimiento, su continuo activismo en la paz, son narrados de forma muy sentida en su recuerdo. Viéndolo desde hoy, sorprende que la reducción del pacifismo a la condición de táctica militar del enemigo para debilitar las defensas propias en una guerra no formalmente declarada, sea aún un rasgo cultural del capitalismo occidental que desde luego se manifiesta durante toda la década de los años cincuenta, pero que luego continuará en el movimiento anti-guerra de Vietnam, o en las posteriores contiendas locales que se han ido generando. A partir de 1989 y la caida del régimen soviético, el pacifismo ha dejado de asociarse al enemigo rojo, pero sigue siendo presentado a la opinión pública como un signo de debilidad y de infliltración del enemigo que impide la victoria del bando partidario de la libertad y del orden. La última gran onda pacifista contra la guerra de Irak fue condenada en estos términos.

Tras la muerte de Stalin – y el capítulo que dedica a este punto es especialmente interesante (pp. 1793 ss.) – comienza el “deshielo”. El estado de choque que produjo el informe del XX Congreso del PCUS no sólo en Rusia sino en todos los paises europeos, fue impresionante. La crónica de Ehrenburg no es muy piadosa con la burocracia que recoge la herencia estalinista y en especial la figura de Jurschov, sus posteriores elogios del estalinismo anteMao, su concepción estrecha del socialismo. Comenzaron las “rehabilitaciones” de los escritores fusilados o deportados, pero también las “orientaciones” sobre las formas de escribir y las “buenas” y “equivocadas” obras, un “estilo de trabajo burocrático” queEhrenburg considera con razón inadmisible. De hecho había sido considerado siempre un “compañero de viaje”, criticado como un miembro “de derechas”, un novelista pequeño burgués, decadente, “cosmopolita”. Pudo por tanto haber sido víctima él también del destino de tantos de sus amigos, pero tuvo suerte – en las memorias confiesa que no sabe explicar por qué – y, como tantos otros, sobrevivió y pudo luchar como ciudadanos soviético por sus ideales de socialismo y comunismo mientras desarrollaba su tarea artística y literaria.

Esta ambivalencia de Ehrenburg – entendiendo por tal la defensa del estado soviético pese a los crímenes del estalinismo - parece que irrita incluso a la editorial que le publica. En efecto, en la solapa de presentación, el autor es presentado como un esbirro estalinista. “Colaboró sin reservas con el régimen soviético” (…) “relevante periodista oficial” (…) “describió a Stalin como un capitán que permanece junto al timón”, en suma unas memorias que “no dejan de ser los recuerdos de alguien que, en su relación con los más relevantes intelectuales europeos, inentó atraerlos a la propaganda del comunismo”. Anticomunismo burdo que no se corresponde con el contenido de las memorias y que se impone al propio sentido comercial del libro, puesto que con esta presentación es previsible que los lectores no se sientan muy atraidos por la obra.

Que sin embargo, como se puede comprobar, es extraordinariamente interesante y de lectura absorbente. Al final de la misma, se incluye un índice onomástico muy completo. Se echa de menos tan sólo una lista de libros del autor traducidos al castellano. Da muchas ganas de seguir leyéndole.
 

Una ojeada al siglo XX desde Rusia: Leyendo a Iliá Ehrenburg