jueves. 28.03.2024

A quienes no tuvimos el gusto de ver la obra de Juan Antonio Bardem en pantalla grande, el 28 Festival Internacional de Mar del Plata nos ha obsequiado un grato momento con la proyección de “Nunca pasa nada”, realización que el inolvidable director madrileño estrenó en 1963 con las actuaciones de Corinne Marchand, Antonio Casas, Jean Pierre Cassel y Julia Gutierrez Caba.

Emotivo momento no simplemente para las nuevas generaciones de cinéfilos, sino para los muchos españoles que asistieron al pase de esta gran película en el cine del Paseo Diagonal de esta ciudad argentina. “Siempre es grato repasar la obra de un gran director. Y en este caso la elección ha sido acertada porque Bardem es uno de los directores españoles más extraordinarios de todos los tiempos”, señaló José María Suárez, presidente –por quinto año consecutivo- de este certamen internacional.

A base de planos secuencia extensos y precisos como un reloj suizo, "Nunca pasa nada" aborda el sentido de la vida y de la complacencia en un escenario lluvioso y gélido que acentúa el tono melancólico y amargo del film. El ataque de apendicitis de una corista francesa durante el trayecto de su Compañía hacia Santander, detiene a la trouppe en un pueblo silencioso en mitad del camino. Esta es la excusa para que Bardem nos involucre de algún modo en las vidas de los moradores de aquel paisaje bucólico, nos narre la cotidianidad de esos habitantes grises que pululan por las callejuelas como esperando algo que nunca llegará. Bardem nos introduce en sus vidas y costumbres, somos testigos de las miserias del cura, del profesor, de las vecinas cotillas; somos voyeurs de enfrentamientos conyugales, de los comentarios desganados de los parroquianos de bar. Y como bien vamos sospechando con el correr de los fotogramas, esas pequeñas miserias describen en realidad a otra mayor; la del conjunto de la España de aquellos años. Extraordinario muestrario de inclemencias, análisis de la soledad compartida, espejo de la decadencia. Todo esto y más deja ver la cámara de Bardem que se mete en la intimidad hasta desgranarla. Una maravilla que a cincuenta años de su estreno sigue tan fresca y vigente como si hubiese sido rodada ayer.

Nunca pasa nada