Hacia una nueva idea de frontera
La exposición pone de manifiesto que el Mediterráneo ha ocupado un espacio central en la llegada de emigrantes a Europa, convirtiéndose en un cementerio vivo de refugiados.
El Museo de la Historia de la Inmigración de París acoge una exposición sobre la historia reciente de la circulación de personas, un análisis imprescindible para comprender y reorientar la política migratoria europea en plena crisis de refugiados.
51.000 refugiados anhelan esta semana cruzar el paso fronterizo de Öncüpinar, entre Siria y Turquía, escapando de una guerra civil que dura ya cinco años y en la que cada ofensiva y contraofensiva del gobierno de El-Assad o de las fuerzas de oposición obligan a la población civil a abandonar su hogar, su ciudad y su memoria, sometidas todas ellas a la devastación. Cruzar la frontera no es, sin embargo, tarea asequible para decenas de miles de sirios, familias enteras o amputadas por la guerra que ansían escapar de la barbarie; nada que ver con los someros controles intracomunitarios, con los asépticos tránsitos ferroviarios o aéreos de una Europa occidental acostumbrada a Schengen e irritada incluso ante la idea de mostrar un pasaporte. En esta realidad a dos velocidades se enmarca la exposición Frontières (“Fronteras”) que alberga el Museo de la Historia de la Inmigración de París desde el pasado 10 de noviembre.
Serie de fotografías de Sarah Caron sobre los refugiados eritreos (Italia, 2014)
La globalización ha derribado las fronteras imaginarias y ha homogeneizado tanto las costumbres como los hábitos de consumo, el urbanismo, las manifestaciones culturales e incluso los proyectos políticos. Sin embargo, las fronteras reales permanecen o se erigen como expresión de un temor a la alteridad, fenómeno que contrasta con la noción universalmente aceptada de movilidad como sinónimo de progreso. El florecimiento de nuevos muros o la supervivencia de los ya conocidos es una realidad en todos los continentes en las últimas décadas, ya sea como una exhibición de miedo o como la reafirmación de una soberanía cuestionable o cuestionada; así, las fronteras entre México y Estados Unidos, entre Corea del Norte y Corea del Sur, entre India y Bangladesh o entre Israel y Palestina constituyen en buena parte de los casos barreras preventivas, imperfectas demostraciones de la autosugestión de una soberanía reforzada. La exposición recorre estas cuatro fronteras antes de sumergirse en un extenso recorrido histórico de la historia moderna de la circulación de las personas, desde un siglo XIX ajeno a los controles (para las élites) hasta la actual crisis de refugiados que vive Europa desde el pasado año.
La exposición pone de manifiesto que el Mediterráneo ha ocupado un espacio central en la llegada de emigrantes a Europa, convirtiéndose en un cementerio vivo de refugiados, de exiliados en busca de un futuro digno. Faouzi y Said, dos pescadores de la ciudad tunecina de Zarzis, narran el día a día de una frontera natural muchas veces infranqueable: “Permanecen un momento en el fondo y después flotan. Y está el nawa, ese viento que sopla hacia la costa y que arrastra los cadáveres (…) Los cargan en un camión; los descargan y los entierran. A veces de día; otras, de noche (…) Cuando la fosa está llena aplanan la tierra y abren otra fosa”. La banalización de la muerte en los procesos migratorios es el fruto de unas políticas europeas implacables – y despiadadas –, herederas de una Declaración Universal de los Derechos Humanos imperfecta que reconocía el derecho a “salir de cualquier país, incluso del propio”, sin definir claramente el derecho a entrar en otro. En el tránsito entre la huida y el refugio, miles de seres humanos mueren cada año; cuando sobreviven, se convierten en residentes casi permanentes de centros de retención, zonas de exclusión que deshumanizan a aquellos que buscan recuperar la humanidad en nuestro continente.
La frontera es simultáneamente sinónimo de exclusión y de inclusión: exclusión para quien no puede penetrarla o vive en la incertidumbre de estar obligado a volver a traspasar sus muros; inclusión para el ciudadano o el residente legal, para el privilegiado que por el azar de un nacimiento o por una decisión administrativa tiene derecho a permanecer en la orilla por tantos anhelada. La serie de fotografías de Thomas Mailaender sobre los “coches catedral” muestra esta realidad; miles de familias de origen norteafricano recorren libremente cada año varios miles de kilómetros hasta el estrecho de Gibraltar en sus vehículos cargados de objetos para visitar a sus familias. El precario equilibrio de bicicletas, maletas y muebles sobre los automóviles es menos frágil de lo que parece: semanas después, esos mismos coches volverán libres de carga a Francia, Bélgica o Alemania y atravesarán cómodamente varias fronteras para tantos inaccesibles.
La idea de Robert Schumann de una comunidad amplia y profunda entre países que tanto tiempo se habían enfrentado en “divisiones sangrientas” se ha transformado en la unión firme de casi una treinta de naciones contra una comunidad, mil veces más numerosa y, si cabe, más heterogénea, que ambiciona residir y trabajar en esta Europa amnésica que ha olvidado las que en otras décadas eran sus penurias y sus guerras.
Exposición “Frontières” (Fronteras): Musée de l'Histoire de l'Inmigration (Palacio de la Porte Dorée. París) – Del 10 de noviembre de 2015 al 29 de mayo de 2016 / http://www.histoire-immigration.fr/