miércoles. 24.04.2024

La novela, desde que existe, ha convivido con todo tipo de regímenes políticos: dictaduras, repúblicas, monarquías absolutas, constitucionales y democracias. Si se escribió mejor novela en democracia o en dictadura, es otra cuestión. Ha habido juicios para todos los disgustos. Juicios quederivaban más de la actitud política del que los emitía que de sus conocimientos literarios.

Umbral afirmaba que una página cualquiera de Cela era mejor que todas las novelas escritas por los republicanos exiliados de la guerra civil, se llamasen Sender o Max Aub, a quien tenía como suizo. Para que ese juicio umbraliano fuese verdadero, habría sido necesario que su autor se hubiese leído todas las novelas publicadas en ese tiempo, tanto de los novelistas que se quedaron en España como de los exiliados. Y son una buena colección, tanto de escritores como creaciones literarias.

Pero ni así. Pues el criterio acerca de la bondad intrínseca de una novela depende, no solo del texto en sí, también, del conocimiento literario y gustos personales que se tengan. No solo. También de afinidades políticas y sentimentales, como así lo ha reflejado una y otra vez la crítica literaria de este país, mucho más servil y condicionada por criterios ajenos a los principios que rigen la composición narrativa..

Y, aunque, en contra del adagio secular, se pueda y deba discutir de los gustos, nunca abandonaremos la singular elección de que el propio es el mejor.

¿Proust mejor que Corín Tellado? Seguro, pero Vargas Llosa, sin haberla leído, afirmaría que sus “obras hicieron soñar a millones de mujeres en España y América Latina”, hazaña que nunca se atribuyó ni a Flaubert y su Madame Bovary. Ni siquiera a Vargas Llosa. ¿A Vargas Llosa? Imposible asociación si se recuerda lo que este dijo: “El feminismo es hoy el más resuelto enemigo de la literatura, que pretende descontaminarla de machismo, prejuicios múltiples e inmoralidades”(El País, 22.3.2018).

El feminismo, ¿el mayor enemigo de la literatura? Nunca lo habría pensado.

Establecer una relación de causalidad y de interdependencia entre política y literatura ha sido una constante. Por eso no extraña que Vargas Llosa en la suntuosa Academia Francesa, donde fue investido de “inmortal académico”, dijera que “la novela salvará la democracia o se sepultará con ella y desaparecerá. Quedará siempre, cómo no, esa caricatura que los países totalitarios hacen pasar por novelas, pero que están allí, solo después de atravesar la censura que las mutila, para apuntalar las instituciones fantasmagóricas de semejantes caricaturas de democracia de la que es ejemplar la Rusia de Putin atacando a la infeliz Ucrania".

Ligar la salvación o el ocaso de la novela con la democracia es muy literario. Seguro que quien lo proclama pretende pasar como un gran defensor de la democracia. Y puede que lo sea, pero eso no impide que consideremos dicho acto de habla como una perfecta melonada, pues hasta los demócratas aunque sean premios nobel y académicos inmortales también las dicen.

Lo que sucede es que nadie sabe cómo funciona ese trasvase espiritual e ideológico, gracias al que la novela se hunde o se salva si la democracia se va a la mierda o brilla con esplendor.  O al bies. Más aún, ni siquiera estamos seguros de que tal simbiosis literaria y política sea de ley y pueda aplicarse de forma retrospectiva a cualquier período histórico. Me explico. Si en la Rusia del malvado Putin hoy día solo se escriben “caricaturas de novela” -una pena que Vargas Llosa en su discurso soporífero y aburrido en la Academia francesa no citase ni una sola-, ¿qué habrá que pensar de la novela que se escribió en España una vez que el Dictador impuso sus emolumentos personales sobre la voluntad ciudadana? ¿Todas y cada una de las novelas que escribieron los escritores que aparecen en los planes de enseñanza de la literatura en este país durante ese periodo fueron una “caricatura”, incluidos Benet, Goytisolo, Cela, Torrente…? ¿También la de Vargas Llosa, La ciudad y los perros, de 1962?

Y ello sin precisar qué entiende el aludido por novela y por democracia. Tal vez considere que no necesita precisarlos, porque son inefables e indiscutibles. ¿Lo son? Para nada.En una convención reciente del PP, sostuvo que “los latinoamericanos saldrán de la crisis cuando descubran que han votado mal. Lo importante de unas elecciones no es que haya libertad, sino votar bien”. Pero,si la libertad individual no es determinante en unas elecciones y en la vida, ya se dirá, entonces, qué tipo de democracia será su resultante. No se esfuerce el lector. Se lo digo yo: una mierda.

Su elitista concepción de novela, tampoco, le va a la zaga: “Los bestsellers no son literatura. Las masas al tener acceso a esos libros han devaluado el concepto prístino de cultura y, por tanto, el de novela y el de literatura. Esa democratización habría tenido el indeseado efecto de trivializar y adocenar la vida cultural donde el facilísimo y la superficialidad se justifican por el propósito de llegar al mayor número de gentes”.

Alguien con una comprensión tan elitista de la literatura, ¿puede albergar en su inteligencia un sentido democrático de la novela? Ni Nabokov, con todo lo exquisito que era, cayó jamás en tal contradicción.

Dice el nuevo académico inmortal que “el nacionalismo es incompatible con la democracia”. ¿Significa esto que la novela nunca será posible en un territorio que se autodetermine nacionalista? Según Vargas Llosa, no. Y no está solo. La crítica literaria lleva años alabando las novelas escritas contra el nacionalismo o denigrando aquellas que se muestran tibias frente a él.¡Como si las novelas que se escriben contra ese nacionalismo periférico gozaran de un plus literario por ello!

Si esta hipótesis fuera verosímil, cabría preguntarse qué pasa, entonces,con los escritores que alardean de nacionalismo español. En buena lógica,¿no será una merma insuperable, no solo para ser demócrata, sino para escribir una novela? ¿O es que el nacionalismo español está exento de las taras que se ven en los demás nacionalismos?

Una democracia no garantiza buenas novelas. Ni siquiera porque la libertad de expresión esté más garantizada que en una dictadura. Porque la misma libertad de expresión no garantiza per se la existencia de grandes novelas. Tampoco la democracia.

La buena novela se debe a la inteligencia literaria del escritor, no a las condiciones políticas. El escritor, cuanto menos dependa de estas y se aleje de ellas como de la peste, mejor.

Y, también, habrá que decirlo claramente. La salud de una democracia se sostiene gracias al vigor de la soberanía popular, escriba o no escriba, lea novelas buenas, malas, regulares o bestsellers.

Si nos hace más demócratas, habrá que demostrarlo. Yo lo creeré cuando los fascistas se conviertan en demócratas… leyendo a Vargas Llosa. Cuando eso suceda,quizás, piense, entonces, que democracia y novela mantienen buenas relaciones…

Novela y democracia