viernes. 29.03.2024
"Eco y Narciso" | John William Waterhouse
¿Qué hay al otro lado de nuestro reflejo narcisista? El enriquecedor mundo de la pluralidad y la interdependencia que nos impide atisbar nuestro voluntario enclaustramiento egotista. 

A Schopenhauer la compasión le parecía el mayor de los misterios. Que alguien pudiera ver más allá de su propio egoísmo lo asimilaba con pedir peras al olmo. A su juicio la cultura occidental habría primado el individualismo y la búsqueda del propio interés a cualquier precio. Por eso le fascinaba el planteamiento budista de identificarse con cualquier otro ser vivo.

El mito de Narciso nos hace visualizar este fenómeno relativo a la extrema querencia hacia uno mismo. El personaje mitológico era incapaz de apreciar las cualidades ajenas y la ninfa Eco, al no ver correspondido su amor, padece una soledad que la consume y finalmente sólo queda su voz. 

Como castigo a su engreimiento, Némesis hace que Narciso quede prendado de su propia imagen y acabe ahogándose al querer asir su propio reflejo en las aguas donde se miraba para complacerse. Pocos mitos resultan más actuales. 

Vivimos una época en la que los demás van desdibujándose y sólo son mensajes recibidos en una u otra pantalla. O más bien aquello que alimenta con reenvíos y aclamaciones en forma de corazoncito lo que publicamos en una determinada red social. Sólo nos importan los ecos de nuestro propio reflejo sin ver más allá y asfixiándonos en una soledad nada virtual que nos ganamos a pulso.

Son muchas las circunstancias que abonan este culto exacerbado al yo. El abuso de las nuevas tecnologías lo favorece y alimenta una mentalidad para la que sólo cuenta el éxito económico alcanzado sin el menor esfuerzo. Esta forma de ver las cosas hacen proliferar a los oportunistas que sólo saben jugar con ventaja y parapetarse tras los privilegios. 

En ciertos círculos deben considerar medio tonto al que no recurre a una ingeniería financiera para eludir impuestos o no se muda de país por idéntico motivo. Tal es la pésima ejemplaridad que nos brindan ciertas personalidades con mucho relieve institucional o cada vez más figuras que gozan de un enorme impacto mediático.

La generosidad es aireada en algunos alardes, pero no se prodiga realmente. Quizá debiera haber menos fundaciones de multimillonarios que simplemente deberían pagar en proporción a su patrimonio, como hacen los vulgares asalariados, cuyos modestos ingresos no pueden estar mejor fiscalizadla.

Ahora se reclama una libertad que, después de todo, sólo pueden ejercer algunos privilegiados, molestos por cualesquiera restricciones que sea lícito imponer a sus caprichos. Aquellas acciones que pueden perjudicar directa inmediatamente a otros no admiten verse legitimadas por una noción cabal de la libertad.

Como bien explican Rousseau y Kant entre otros, el pacto social significa renunciar a una libertad salvaje y sin ley, para disfrutar de otra que respeta nuestros derechos y los ajenos, a la que cabe denominar colibertad. Esta por otra parte no puede verificarse sin igualdad, como subraya Balibar con su concepto de Egaliberté. 

Colibertad e igualdad se ven erosionadas por el narcisismo imperante que promueve todo tipo de asimetrías verticales e incluso horizontales. En lugar de admirar la pluralidad, se desconfía de cuanto es diverso y esto genera innumerables patologías político-sociales (aporofobia, gerontofobia, homofobia, xenofobia…), junto a supremacismos identitarios que nos excluyen por haber nacido e uno u otro lugar, el género al que pertenecemos o las convicciones que albergamos.

Tal como señaló Voltaire hay cura para los fanatismos y esta no es otra que la filosofía, entendida como pensar por cuenta propia sin dejarnos tutelar ni tampoco imponer tiránicamente nuestro parecer. La mayeutica socrática descrita en los diálogos platónicos es un método patentado hace milenios y sigue dando buenos resultados cuando se practica. Escuchar e intentar mejorar el argumento contrario sin menospreciarlo. Esa es la clave que podría exorcizar una polarización político-social tan estéril como peligrosa.

Todas estas reflexiones las ha suscitado un reconocido dramaturgo con formación matemática e inquietudes filosóficas que se llama Juan Mayorga y que ha estrenado una obra harto sugestiva titulada “Voltaire”. Allí se nos hace ver cómo no logramos recocernos mutuamente al no ser capaces de mirar a la otra orilla y ponernos, como enfatizaba Leibniz, en la place d’autrui. 

En un precioso poema titulado “Quiero ser ejembre”, Mayorga confiesa que quiere ser la raíz cuadrada de menos uno, siempre que nadie se haya pedido ese número imaginario. Que quiere ser su yo y lo contrario. Esta doble perspectiva resulta imprescindible para no sucumbir a las tentaciones narcisistas que nos hacen despreciar lo ajeno.

Narciso y sus ecos políticos-sociales