Procesos de supernacionalización forzosa en las dictaduras de Franco y Miguel Primo de Rivera
Uno de los temas que más se ha tratado en España a nivel historiográfico es el del nacionalismo. Yo he escrito numerosos artículos sobre el tema. Las razones son obvias. España tiene un grave problema de vertebración territorial. ¿Una nación o varias? La pregunta clave es: ¿por qué España tiene este problema de vertebración territorial y no Francia o Alemania? Por mucho que se quiera negar, la realidad es la que es. En España hubo una débil nacionalización de los ciudadanos a lo largo del siglo XIX, resultado no sólo de las precariedades del propio Estado liberal, sino también de la ausencia de un proyecto nacionalista español con capacidad de generar un amplio consenso. El "desastre" de 1898 provocará una grave crisis de identidad, por lo que España entró en el siglo XX pasando de la consideración de "imperio arruinado a nación cuestionada", situación del todo peculiar en el ámbito europeo. España ha sido el único país europeo en el que surgirán a finales de siglo XIX movimientos nacionalistas, precisamente en las áreas más dinámicas y desarrolladas (Cataluña y el País Vasco). Y el hecho de que estos movimientos se desarrollen notablemente a lo largo del siglo XX y XXI hasta convertirse en las fuerzas políticas mayoritarias en estos territorios, también es un fenómeno sin parangón en la Europa actual.
Insistiendo en el tema sobre el problema de vertebración territorial, como consecuencia de un proceso muy débil de nacionalización en España, me parecen muy pertinentes dos artículos: España y la Historia (así con mayúsculas) de Cesar Molinas, matemático y economista; y Emoción compartida de Álvarez Junco, catedrático de Historia de la Universidad Complutense.
Molinas recurre a Bobbit, que analiza el papel de la guerra en la formación de los Estados-nación modernos. Francia, por ejemplo, se ha hecho francesa matando alemanes. Y Alemania, alemana matando franceses. España ha sido diferente. Nuestras guerras en los últimos dos siglos han sido guerras civiles, que son divisivas en vez de cohesivas. España en no pocos momentos de nuestra historia ha pretendido hacerse española matando españoles. El resultado es un Estado-nación a medio cocer, mucho menos cohesionado que el francés o el alemán.
Para Álvarez Junco, una nación no es una realidad natural, sino una creación histórico-cultural. Su existencia se basa no en factores objetivos, como la raza, la lengua, sino en algo subjetivo: un sentimiento compartido por un grupo de personas de proclamar una identidad común, de desear constituirse en estado y de controlar el territorio que habitan. Más claro: las naciones son cuando un grupo de personas se cree “nación”, desea serlo y proclama serlo. Y como las creencias, los sentimientos y las emociones evolucionan, las naciones no son eternas; se hacen y se deshacen. Y en este hacerse y deshacerse hay fechas claves. En Francia, gracias el pueblo movilizado en armas, la batalla de Valmy en 1792, que supuso el triunfo de la revolución sobre el Antiguo Régimen, sirvió para generar el sentimiento de pertenencia a la colectividad de Francia. Con el discurrir del tiempo, tales creencias y emociones se renovaron en diferentes momentos, unos dolorosos y otros triunfales. De los primeros, la derrota por la Prusia de Bismarck; de los segundos, los triunfos sobre Alemania en las guerras mundiales. Qué momento, cuando Charles de Gaulle dijo a los franceses: «Paris, Paris outragé ¡Paris brisé! Paris martyrisé ¡mais Paris libéré!» En España esa emoción colectiva se sintió en la Guerra de la Independencia en 1808-1814, cuando el pueblo en armas luchó contra los ejércitos napoleónicos. La nación irrumpió. Mas, los lazos de las uniones políticas, como los de las amorosas, no pueden darse por supuesto: han de ser renovados con alguna efusión de cuando en cuando. Y en España no ha vuelto a haber emociones semejantes a la de 1808-1814 en los 200 años posteriores. En lo internacional, se ha vivido en el aislamiento, no por pacifismo sino por impotencia. Y en lo interno, guerras civiles con sus secuelas de odios y venganzas. De ahí: “En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado…”.
Quienes más han tratado de nacionalizar a los españoles han sido las dictaduras de Franco y Miguel Primo de Rivera
Con la llegada de la democracia parecía, eso pensamos muchos, que se podían renovar esas emociones, apoyadas en la constitución y en un régimen de libertades. Mas la actual crisis las ha dinamitado. Es obvio que en España existe un problema de vertebración territorial, como acabamos de ver. No verlo es puro autismo. Quienes más han tratado de nacionalizar a los españoles han sido las dictaduras, la de Franco y la Miguel Primo de Rivera. Primero me detendré en ese proceso de supernacionalización en la de Franco, mucho más conocido. En la parte final lo haré sobre el de la dictadura de Miguel Primo de Rivera, mucho más ignorado.
Este proceso de supernacionalización por parte de la dictadura franquista, que acabo de describir con sus secuelas derivadas, es bastante conocido. El que ya no lo es tanto es el proceso de supernacionalización de tiempos de la dictadura de Miguel Primo de Rivera entre 1923 a 1930. Es importante conocerlo, porque en muchos aspectos se puede considerar como un precedente del de la dictadura franquista. Para ello recurriré a algunos artículos de Alejandro Quiroga de la Universidad de Alcalá de Henares, es especialista con numerosas publicaciones en la dictadura de Miguel Primo de Rivera y en el tema del nacionalismo.
En el artículo La nacionalización en España. Una propuesta teórica, Alejandro Quiroga nos presenta una anécdota muy significa para entender su concepción del nacionalismo. Dice así: En uno de los capítulos de su novela Trampa 22, Joseph Heller narra una conversación entre un joven militar estadounidense y un anciano en un burdel italiano durante los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial. Frente a la arrogancia del joven, que alardea de la riqueza de su país y del valor de los soldados norteamericanos, el anciano le pregunta cuánto tiempo cree que van a existir los Estados Unidos. Al fin y al cabo, Persia, Grecia, Roma y España tuvieron sus años de gloria para luego ser destruidos y ninguno estuvo en la Tierra más de los 500 millones de años que las ranas llevan sobre el planeta. Atónito, el joven responde que quizás los Estados Unidos no duren para siempre, ni siquiera tanto como las ranas, pero que es algo por lo que merece la pena morir. El anciano le rebate diciéndole que los países son simplemente «pedazos de tierra rodeados de fronteras artificiales en la mayoría de los casos» y que no hay nación por la que merezca la pena morir. Además, añade el italiano, si hay más de cincuenta países involucrados en la guerra parece claro que no puede merecer la pena morir por todos estos países. Alguien se tiene que estar equivocado en su ardor nacionalista. Lo que planteaba Heller con buenas dosis de humor en este capítulo de su novela era la temporalidad y la artificialidad de las naciones en una fecha tan temprana como 1961, cuando publicó por primera vez Trampa 22. Hoy en día muy pocos estudiosos discuten el carácter artificial y temporal de las naciones, así como la naturaleza adquirida, aprehendida, de las identidades nacionales. Parece claro que los individuos no nacen con unas identidades nacionales determinadas, sino que las adquieren, junto con otro tipo de identidades, a lo largo de sus vidas. Los individuos se «nacionalizan» en tanto en cuanto incorporan la nación como parte de su identidad, y lo hacen mediante complejos procesos históricos en los cuales las identidades nacionales se crean, transmiten y transforman en diversos ámbitos sociales. Y creo acierta de pleno en esta conceptualización de nacionalismo.
En otro artículo, igual de espléndido, de Alejandro Quiroga Procesos de nacionalización en el ámbito local, Alagón 1923-1936, explica muy bien en un ejercicio de microhistoria o historia local, con una extraordinaria documentación de fuentes primarias, como el Libro de Actas del Ayuntamiento de Alagón entre otras, los mecanismos o procesos de nacionalización en la villa de Alagón durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera y durante la II República. Muy diferentes ambos, pero muy interesantes, aunque en estas líneas solo me fijaré en el de la dictadura de Miguel Primo de Rivera. Lo que viene a continuación sigue lo fundamental del artículo citado. Insisto, para mí extraordinariamente novedoso en su planteamiento. Y también sirve para revalorizar los estudios de historia local, que, en demasiadas ocasiones, los conspicuos y egregios catedráticos universitarios los desprecian, calificándolos como meros ejercicios de erudición por parte del erudito local.
A nivel metodológico en este artículo aplica la teoría de las tres esferas de la nacionalización. La esfera pública oficial, en la que actúan las instituciones oficiales, ya sean estatales, regionales, provinciales o municipales. Estas agencias nacionalizadoras son la escuela, el servicio militar y los diversos servicios de funcionarios, como carteros, jueces y notarios municipales. Estos funcionarios son los encargados de transmitir la idea oficial de nación, tanto en un aula contando una determinada versión de la historia de España, como en la plaza del pueblo celebrando una fiesta nacional.
La esfera semipública es aquella en la que actúan instituciones privadas en espacios públicos. Son partidos políticos, sindicatos, asociaciones culturales, grupos deportivos e instituciones religiosas. Se trata de agentes fundamentales en el proceso de nacionalización, ya que pueden reproducir el discurso oficial, pero también crear espacios de sociabilidad distintos, donde se transmiten identidades nacionales muy diversas y, en ocasiones, abiertamente enfrentadas a las oficiales.
La esfera privada abarca el entorno familiar y de las amistades del individuo. En este ámbito los individuos adquieren una identidad nacional por medio de los denominados ‘instrumentos de personalización de la nación’, es decir, canales de comunicación por los cuales las personas se van creando una idea de lo que es la nación. Estos ‘instrumentos de personalización de la nación’ se dan mayoritariamente en la infancia y la juventud de los individuos y no todos ellos pertenecen a la esfera privada, también los hay que actúan en las esferas públicas y semipúblicas. Como en la esfera semipública, en la esfera privada se pueden reproducir identidades concurrentes con las de la esfera pública, pero también cabe que produzca un proceso de nacionalización contrario al oficial.
Alejandro Quiroga hace una breve descripción económica y demográfica de la villa de Alagón, situada en la Ribera Alta del Ebro, a 25 kilómetros al noroeste de Zaragoza, que contaba con unos 5.000 habitantes en 1925 y aproximadamente 5.200 en 1930. Le parece una cifra manejable para analizar localmente un proceso de nacionalización con cierta profundidad. Pero Alagón, además, supone un caso de estudio especialmente interesante. Por un lado, se trata de una localidad semiurbana, muy cercana a la capital aragonesa y muy bien comunicada con Tudela, Pamplona y Logroño por carretera y tren. Por otra parte, Alagón era un pueblo industrial donde convivía población obrera y campesina. A principios de los años treinta la fábrica azucarera de la localidad empleaba a casi 1.000 personas en temporada alta, mientras que unos 2000 eran trabajadores del campo, la gran mayoría pequeños propietarios y jornaleros. El alto número de obreros, de fábrica y de campo, dio unas connotaciones particularmente combativas a la localidad, que ya en los últimos años de la Restauración era conocida como «La Pequeña Rusia». Y siempre salvo algunas excepciones, ha tenido ayuntamientos de izquierdas hasta el presente.
El Ayuntamiento de Alagón se convirtió desde el inicio de la dictadura en una institución clave del proceso de nacionalización en la esfera pública. El consistorio estuvo controlado por republicanos entre 1912 y 1915 y de 1920 a septiembre de 1923. La dictadura decretó el cese del Ayuntamiento republicano e impuso su personal político. El nuevo alcalde, Modesto Gracia Juste, fue elegido «por unanimidad y como industrial de mayor categoría». Casi de un día para otro, Alagón se convirtió en un consistorio primorriverista de libro. El regidor y sus concejales cumplieron con gran entusiasmo las diversas órdenes que delegados gubernativos, gobernadores civiles y gobernadores militares les fueron dando a lo largo de la dictadura, además de llevar a cabo toda una serie de celebraciones patrióticas motu proprio. Entre 1923 y 1930, el consistorio promovió en la calle una permanente celebración de la nación española primorriverista por medio de homenajes al dictador, a los combatientes en África, a Alfonso XIII, al 13 de septiembre de 1923, a la Raza española y a la Virgen del Pilar. De un modo complementario, las fiestas locales de San Antonio y la Virgen del Castillo, la Fiesta de la Vejez y la Fiesta del Árbol también adquirieron un carácter eminentemente patriótico con la participación de militares, concejales, curas y miembros del Somatén y de la Unión Patriótica alagonesa. Este tipo de celebraciones patrióticas conllevaban una fusión de elementos cívicos, militares y religiosos. El Ayuntamiento solía acudir en pleno a las celebraciones acompañado de los clérigos locales y algunos oficiales del Ejército español. Normalmente estos eventos seguían una pauta parecida, en la que el alcalde pronunciaba un discurso, los curas daban un tedeum y posteriormente hablaban los militares. A menudo, los miembros del Somatén y la Unión Patriótica desfilaban ante el público. En ocasiones, también a los niños se les instaba a marchar por la patria, el rey y el dictador. Y casi todas las celebraciones patrióticas, ya fueran homenajes a Primo de Rivera, al monarca, a alguna virgen o a los árboles aragoneses, acababan con un «baile concierto» en el que las bandas municipales amenizaban. Había un proceso de re-catolización y de militarización de la esfera pública, donde la nación primorriverista aparece permanentemente ligada al Ejército y a la Iglesia. Pero junto a su carácter marcial y religioso, este tipo de ceremonias primorriveristas otorgaron también un carácter festivo a través de los bailes a las experiencias de nación.
Junto a las ceremonias y los bailes, el Ayuntamiento hizo un esfuerzo por ‘nacionalizar’ el espacio público. Puso una «placa de porcelana luminosa [de] alto relieve, conmemorativa de la fecha del 13 de septiembre de 1923», dedicó calles a Miguel Primo de Rivera, al general Antonio Mayandía (miembro del Directorio Militar y natural del pueblo vecino de Torres de Berrellén) y al general alagonés Julio Suso. La inauguración de unas nuevas escuelas públicas en Alagón en 1929 también fue motivo para la nacionalización de la esfera pública. El colegio fue bautizado Primo de Rivera y dotado de una bandera española y un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús, en una ceremonia en la que participaron el general Mayandía, el Somatén, la Unión Patriótica, el delegado gubernativo, el párroco local, los niños y, por supuesto, el Ayuntamiento en pleno. El celo patriótico del consistorio puede también observarse en sus continuas donaciones económicas y organización de colectas entre la población local para los soldados mutilados de África, para estatuas de Primo de Rivera por toda España, para la construcción del Sagrado Corazón del Tibidabo, para homenajes al general Severiano Martínez Anido, número dos del régimen, al líder tradicionalista Juan Vázquez de Mella y a Miguel de Cervantes en Madrid. Se trató de una movilización nacionalista constante que fue completada con la promoción de una identidad regional aragonesa. En diciembre de 1923, el Ayuntamiento se subscribió «a un ejemplar del Diccionario Aragonés, editado por la Excelentísima Diputación Provincial», en febrero de 1926, se adhirió al Sindicato de Iniciativas de Aragón «para celebrar el proyectado Día de Aragón» y, dos años más tarde, concedió una subvención de 50 pesetas al Centro Aragonés de Valencia, por «la labor cultural y humanitaria que vienen realizando en beneficio de la región aragonesa». En este aragonesismo, perfectamente compatible con el nacionalismo español, la reivindicación de la figura de Francisco de Goya vino a desempeñar un papel central. En junio de 1926, el Ayuntamiento acordó cambiar el nombre de la calle Tajada por el «del inmortal pintor Goya, gloria de Aragón» y montar un acto homenaje. Ese mismo mes, el rector de la Universidad de Zaragoza, Ricardo Royo Villanova, fue a Alagón a dar una conferencia sobre Goya y en julio de ese mismo año el Ayuntamiento organizó un Festival de Goya. También ese verano, se creó en Alagón la Junta del Centenario de Goya, para desarrollar durante dos años una serie de actividades en la localidad y en Zaragoza capital en conmemoración de los doscientos años de la muerte del pintor de Fuendetodos.
La principal institución nacionalizadora en la esfera semipública fue, sin duda, la Iglesia católica. La Iglesia tenía su propio colegio de primaria y recibía grandes subvenciones del Estado y del Ayuntamiento para diversas obras educativas, de caridad y de reparación de edificios eclesiásticos. En muchos casos la Iglesia actuó a caballo entre la esfera pública y la semipública. Los curas alagoneses jugaron un papel muy activo en las ceremonias patrióticas organizadas por el Ayuntamiento. Por su parte, los miembros del consistorio acudieron siempre en corporación a las misas y procesiones organizadas durante las fiestas patronales, Semana Santa, Navidad, el Corpus Christi y conmemoraciones religiosas. En líneas generales se dio un entendimiento bastante bueno entre la Iglesia y el Ayuntamiento en su doble labor de nacionalización y cristianización de la sociedad, si bien hubo algunos límites al proceso de catolización del espacio público. Por ejemplo, en junio de 1929, el párroco local pidió que se cambiara el nombre de la calle Mayor por el de Sagrado Corazón de Jesús, pero el Ayuntamiento se negó aduciendo que «no es sitio a propósito una vía pública, para colocar tan Augusto y Sagrado nombre, sin contar con la garantía de que aun inconscientemente, había de ser respetado y reverenciado cual se merece».
Vinculadas a la Iglesia estaban las populares cofradías alagonesas. Subvencionadas por los católicos locales, las cofradías supusieron un espacio importante de sociabilización en valores católicos, españoles y conservadores. Otras agencias, como las sociedades musicales Arte Divino y la Filarmónica, también vinieron a desempeñar una labor significativa en los procesos de nacionalización popular, ya que se dedicaron a tocar música considerada típicamente ‘española’ y ‘aragonesa’ en todo tipo de ceremonias. Asimismo, la asociación de «Joteros de Alagón», con sus participaciones en fiestas locales y celebraciones patrióticas diversas, también contribuyó al proceso de nacionalización en la esfera semipública, potenciando la idea de que la jota era un elemento nuclear de la identidad aragonesa y española. En todas estas sociedades musicales, las subvenciones recibidas por parte del Ayuntamiento nos muestran un solapamiento entre la esfera pública y la semipública en el proceso de nacionalización de masas. El mismo proceso lo encontramos en las subvenciones municipales al equipo de fútbol local, el Sporting F. C. de Alagón, a las corridas de toros en las fiestas y al Circuito Ciclista de la Ribera del Jalón, una carrera organizada anualmente por el Heraldo de Aragón. En estos casos, se promovieron identidades locales, regionales y, en menor medida, nacionales, a través de espectáculos mediados por el dinero proveniente de la esfera pública. En otras ocasiones, lo que los primorriveristas hicieron fue utilizar las instalaciones de la esfera semipública para promocionar directamente su idea de España. Así, por ejemplo, en junio de 1924, el Teatro Cubano, la sala de teatro y cine de la localidad, fue el lugar elegido para que el delegado gubernativo de la comarca diera una conferencia a los profesores, a los curas, al Ayuntamiento en pleno y a aquellos lugareños que tuvieron a bien asistir.
Junto a la publicidad y los productos de consumo cotidiano, la nación y la región encontraron en las páginas de los periódicos una reproducción diaria en la esfera privada. La caracterización de los aragoneses como baturros en las viñetas de humor de los periódicos y los dibujos que acompañaban a la serie de «Cuentos baturros» ilustrada por el dibujante Gascón en el Heraldo de Aragón nos dan buena cuenta de la popularidad del estereotipo a la altura de 1923. Como en los discursos de las esferas públicas y semipúblicas, lo aragonés siempre se presentaba como compatible con lo español en unos periódicos que, por lo general, se leían en casa o en los cafés con amigos y conocidos, esto es, en el marco de la esfera privada. Así, para las fiestas de la Virgen del Pilar, el Heraldo de Aragón incluía artículos dedicados al «Traje aragonés» y reproducía «Cantares aragoneses», a la vez que publicaba poemas sobre las «Glorias de España» y textos sobre «La raza inmortal» para celebrar el 12 de Octubre. La idea de fondo era siempre ensalzar el maridaje de lo regional con lo nacional, como claramente indicaba el título de una larga serie de artículos sobre personajes históricos que el periódico zaragozano publicó en 1923: «El genio de la raza. Figuras Aragonesas».
También tuvieron una serie de ‘experiencias de nación’ a través de objetos domésticos. Las colecciones de correspondencia y objetos privados a las que pudo acceder muestran una gran cantidad de material con connotaciones nacionales, regionales y religiosas en el ámbito privado. Por un lado, llama la atención la profusa presencia de objetos religiosos en los hogares, tanto en familias conservadoras como en aquellas de izquierda. Entre estos encontramos estampas para pedir oraciones por recién fallecidos o misas en el aniversario de sus muertes, tarjetas de primera comunión, rosarios, vírgenes de Murillo, sagrados corazones, cristos varios, y celebraciones de personajes como el arzobispo Antonio María Claret y «La Sierva de Dios R. M. María Rafols. Fundadora de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana y Heroína de los Sitios de Zaragoza». En algunas de estas estampas se ofrecen indulgencias a cambio de rezar o se incluyen mandatos de oraciones diarias, lo que vincula al objeto en sí a una acción que permite al individuo experimentar una identidad católica a través de la plegaria.