Murió el Inca. Ni Cervantes ni Shakespeare murieron ese día
En abril, y en concreto, el próximo domingo, en casi todo el mundo, incluida, como no podía ser de otra manera España, se celebran Ferias del Libro, y ese día en concreto, el Día Internacional del Libro, declarado en 1995 por la UNESCO, en honor de tres grandes autores de los que desgraciadamente en nuestro país solamente recordamos dos, el insigne Cervantes y su contemporáneo, el dramaturgo inglés Shakespeare.
Se argumenta que una de las razones de dedicar ese día a la memoria de ambos, es la coincidencia de su fallecimiento en la misma fecha del 23 de abril de 1616, hace ahora cuatro siglos y un año. Para que vayan emparentados ambos literatos, se ha dado por cierto que ese fue el día de su defunción, y no es verdad. No es cierto que coincidieran sus fallecimientos un 23 de abril. Es imposible que coincidieran, en primer lugar, porque el calendario que entonces guiaba el tiempo era distinto en España que en Inglaterra, entre ellos había una diferencia de unos diez días. Y en segundo lugar, porque ni siquiera Cervantes murió ese día, sino el 22, el anterior, pues entonces se oficiaba como fecha de fallecimiento el día de su sepelio, dándose por supuesto que el día que expirara fuera el anterior. Matización que no tiene la mayor importancia ni varía el sentido del acontecimiento; como dijo el sabio, el tiempo es relativo, y está bien agrupar ambos genios de las letras en una misma festividad para que su recuerdo y su obra permanezcan e iluminen a las generaciones por los siglos.
Pero los españoles, proclives al olvido, si no debemos dar importancia a un día de más o de menos, y fijamos en su significado cultural la esencia de tal conmemoración, debemos fijarnos también en otro personaje tan importante como los nombrados. En Latinoamérica lo tienen muy en cuenta y ocupa el mismo y merecido trono que el mundial Cervantes. Es otro insigne personaje con grandes semejanzas al autor del Quijote, al que hemos echado al olvido y con el que los españoles, en la celebración de esta fecha dedicada al libro, tenemos una deuda. Habría que copiar y mantener este triduo literario de nuestros hermanos en cultura e idioma, los latinoamericanos, que, luego de la colonización, tantos bienes habrían de sumar a nuestro acerbo cultural. Y eso que no les permitimos que nos inocularan parte de su acerbo precolombino, que hubiera enriquecido todavía más nuestra historia. Valga para otro debate que nada tiene que ver con el que trato: el recuerdo de otro gran hombre de armas y de letras, olvidado por esta tierra, a la que siguen llamando “madre patria”, y en la que vivió y trabajó mucho tiempo, hasta acabar enterrado en ella. Personaje olvidado que, a semejanza del novelista alcalaíno, tan significativo papel desempeñó en nuestra lengua. Me refiero a Garcilaso de la Vega (no confundir con el toledano de la “lira”).
Con el Inca, Garcilaso de la Vega, nuestra celebración del Día del Libro tiene una grave deuda, que espero se subsane entre los actos a celebrar en España, en los que a menudo está ausente. Tengo constancia de que en los países hermanos este gran hombre de letras se recuerda y se celebra como merece, al lado de los grandes, porque grande fue. Digno de formar parte, además, por su vida, obra y muerte van a la par, como en un espejo, con nuestro genio, y porque si alguien murió en esa fecha coincidente con la de Cervantes, un 23 de abril de 1616, fue sin duda este ilustre humanista, poeta, escritor y guerrero.
GARCILASO DE LA VEGA, EL INCA
Encuentro con Cervantes
Compaginó su historiografía sobre el Virreinato del Perú, con sus carrera militar, como era costumbre en aquellos años del Renacimiento, la espada y la pluma, unidas, sin saber bien cuál era más peligrosa, al decir de Cervantes, tanto para los gobernantes como para los gobernados, sin escapar tampoco su autor.
Su viaje a España, donde viviría en Extremadura, Andalucía y Madrid, fue una odisea en la que estuvo a punto de naufragar. Su vida, paralela en tiempo y avatares a la de su contemporáneo Cervantes, con el que coincidió en Montilla, estuvo llena de aventuras y guerras, desde su adolescencia, ensombrecida por las guerras civiles del Perú, en las que él y su padre padecieron la persecución de los rebeldes Gonzalo Pizarro y Francisco de Carvajal, hasta su vida en España, donde El Inca, bajo el mando de don Juan de Austria, participó como capitán, entre otras batallas, en la Rebelión de las Alpujarras de los Moriscos de Granada.
Tampoco estuvo exento, como el Manco de Lepanto, de persecuciones y prohibiciones, como militar, como literato y como mestizo. La diferencia con Cervantes estriba en que por sus herencias, la fortuna le sonrió, en cuanto a riqueza se refiere, a la que renunció, abandonando la carrera militar y optando por el hábito religioso.
Otras obras importantes del Inca Garcilaso son La Florida del Inca (Lisboa, 1605), relato de la conquista española de Florida; y la Segunda parte de los Comentarios Reales, más conocida como Historia General del Perú (Córdoba, 1617), obra póstuma, donde el autor relata la conquista del Perú y el inicio del Virreinato.
Todas ellas significan el inicio de un gran proyecto historiográfico, ambicioso y original, sobre el pasado indígena de los pueblos precolombinos, de lo que luego se denominaría el Virreinato del Perú. Y es que no cabe duda de que el Inca Garcilaso fue un hombre de su tiempo, imbuido de las nuevas corrientes humanísticas tan en boga entonces.
Garcilaso de la Vega compró la Capilla de las Ánimas en la Catedral de Córdoba, ciudad por la que sentía especial veneración y donde su hijo sería sacristán, con la intención de que fuera el lugar de su sepultura. En dicha capilla donde fue enterrado, sus albaceas grabaron esta lápida:
“El Inca Garcilaso de la Vega, varón insigne, digno de perpetua memoria. Ilustre en sangre. Perito en letras. Valiente en armas. Hijo de Garcilaso de la Vega. De las Casas de los duques de Feria e Infantado y de Elisabeth Palla, hermana de Huayna Capac, último emperador de las Indias. Comentó La Florida. Tradujo a León Hebreo y compuso los Comentarios Reales. Vivió en Córdoba con mucha religión. Murió ejemplar: dotó esta capilla. Enterróse en ella. Vinculó sus bienes al sufragio de las ánimas del Purgatorio. Son patronos perpetuos los señores Deán y Cabildo de esta santa iglesia. Falleció a 23 de abril de 1616”.
En noviembre de 1978, tras cortas negociaciones entre ambos países, el rey Juan Carlos I de España, hizo entrega de una arqueta que contenía una parte de sus cenizas; éstas reposan actualmente en la Catedral de Cuzco.
El Día del Idioma
En los países de nuestra lengua, además de celebrar este día como Día del Libro – costumbre que surgió en Cataluña (España) con el regalo de una rosa a las damas y un libro a los caballeros- también se festeja el 23 de abril como Día del Idioma, en homenaje al autor del Quijote acompañado, como no podía ser de otra manera, del padre de las letras hispanoamericanas, el Inca Garcilaso. Tanto uno como otro, en una y otra parte del Atlántico, contribuyeron a elevar nuestro idioma a la categoría de obra de arte, y todavía, cinco siglos después, sigue uniendo ambas orillas. Tal unión no puede echar al olvido a ninguno de estos grandes de nuestras letras. En España debemos hacer un esfuerzo para que el Inca de Cuzco esté al lado del Manco de Lepanto. Compartieron la misma lucha por la vida, de la que insuflaron sus escritos. Por eso ambos, son grandes e inmortales.
Esta conmemoración en fecha tan señalada no sólo debe ayudar a difundir y dar impulso al uso de nuestra lengua, sino promover su correcta utilización. Hay que cuidar nuestro idioma, constituye uno de los mayores patrimonios de nuestra identidad y de la unión entre pueblos tan alejados geográficamente.