jueves. 18.04.2024
muje

Rubén Darío manifestó en su día con agudeza y humildad que el artista siempre está por encima del hombre. Probablemente lo hizo durante una ingesta temeraria de alcohol o después de ella porque antes estaría estrangulándose el ego a la busca y captura de metáforas brillantes, las mariposas del lenguaje. No pocas eminencias han cimentado su pensamiento con lepidópteros lingüísticos de vuelo estético.

Y es totalmente cierto lo que dijo el afamado poeta en el caso masculino porque la mujer artista por tradición siempre ha tenido que estar a la altura de ser madre y ama de casa y a la altura de la moralidad social que impone sus reglas y códigos. O los casos extremos, mujeres creadoras talentosas ninguneadas y humilladas por sus parejas, varones creadores también. Mujeres poderosas anuladas por el egocentrismo y la vanidad del macho artista, a la sombra insigne y vejatoria del varón. Son múltiples los ejemplos de ninguneo o humillación: Auguste Rodin con Camille Claudel, Diego Rivera con Frida Kahlo, el dramaturgo Gregorio Martínez Sierra y Clara Campoamor. O relaciones tormentosas y tóxicas como la del poeta Ted Hughes con su mujer Sylvia Plath. “Mi gran tragedia es haber nacido mujer”, dejó escrito la poetisa suicida.


Mujeres de Película


Las crisálidas son un proyecto, un proceso, un hueco ocupado, a medio camino entre el objeto y la criatura. Hay crisálidas doradas y hay crisálidas plomizas. Las crisálidas se escriben, se dibujan, se esbozan. Quienes viven y vuelan cromáticas son las mariposas. Son las mariposas quienes degustan el aire limpio y aletean artísticas como almas diminutas. La crisálida es la muerte que llama a la vida con el reclamo del arte. La mariposa es el derecho al riesgo, a la belleza, a morir a la intemperie; a tocar la libertad que puede espachurrarte las alas. El derecho a tener y tomar aliento. El derecho a elegir las flores para las que se trabaja. El derecho sólo a posarse y no a postrarse y a oscuras. Aun así, la división no es absoluta, en toda crisálida habita el sueño de una mariposa y en toda mariposa habita el fantasma de una crisálida. Y esto, sin lugar a dudas, donde más se pone de manifiesto y se puede apreciar, a modo de metáfora, es en la mujer. El binomio proceso-logro, crisálida-mariposa, alcanza mayor relieve y diferentes matices en la figura femenina de todos los tiempos en cualquier ámbito de su vida (público y privado). Los modernos dicen resiliencia, que no es otra cosa que la resistencia, el aguante y el coraje de la mujer para demostrar su valor antropológico dentro de contextos sociales y morales encorsetados y hasta asfixiantes. Existen muchas mujeres en nuestra sociedad que siguen buscando su alegría y su persona, como la Soledad Montoya del romance de Lorca. Y así lo gritan. Así lo demandan. Así lo exponen. Es la diferencia entre la seguridad inmóvil de la larva y romper la cápsula. Es la diferencia entre el silencio recluido y asumir el riesgo de la metamorfosis en mariposa. Es el libre albedrío entre crearse y respirar paralizada. El arte es un conducto de escape y un respiradero profundo.

La Historia se para a fotografiarse con las mayúsculas pero cabalga desesperada a lomos de las minúsculas, dicho de otro modo, la Historia no carbura con la oficialidad de los datos y las fechas y protagonistas rimbombantes, sino con las vidas de la gente común y corriente. Cualquier gran suceso encierra un sinfín de respiraciones y suspiros intrahistóricos. La intrahistoria de las mujeres da para escribir otra vez nuestras historias. Y si aunamos Historia y metáfora nos sale Borges sentenciando con suma perspicacia que quizá la historia universal es la historia de unas cuantas metáforas. Y habría que añadir que una de las más certeras posiblemente sea la metáfora bella y pugnaz de lo femenino, que no debe ser solapada por la espectacularización y por la banalización política y mediática del feminismo.

Vengo a buscar lo que busco,
mi alegría y mi persona.

Mujer crisálida