jueves. 28.03.2024
NUEVATRIBUNA.ES | ANTONIO SANTO 24.05.10

45 años ha tardado el Inter de Milan en recuperar la corona de campones de Europa. Y al igual que el logro conseguido por Helenio Herrera para el equipo neoazzurro, ha tenido que ser otro genio del banquillo, del orden defensivo y de la táctica quien lo consiga: José Mourinho, entrenador del equipo italiano, que empezó el año con los descartes de otros grandes (como Eto´o del Barcelona, Sneijder del Real Madrid...) y lo ha terminado con un triplete (Liga, Copa de Italia y Champions), emulando la hazaña del año pasado del Barça de Guardiola.

El partido fue todo un ejemplo paradigmático de lo que es el fútbol italiano sin italianos (el único jugador nacional, Materazzi, no entró hasta el 92´): 67% de posesión para el Bayern, 33% para el Inter; y en dos zarpazos, dos goles de Diego Milito que valen una final. Los dos goles se dieron en acciones de contragolpe; el primero, tras un saque rápido de Julio César (de largo el portero más en forma del momento en el mundo), una galopada monumental del argentino, que entre tres defensas no dudó un instante en rematar directo al fondo de las mallas. El segundo vino de un balón perdido en ataque por el Bayern, que el equipo italiano peleó en tierra de nadie como si les fuera la vida en ello para enviarle un pase a Milito, que en una internada espectacular por el pico izquierdo del área alemana dejó sentado a Van Buyten y clavó el cuero en la portería.



Aparte de estos dos fogonazos de fútbol, y de un par de movimientos de Robben (minuto 9, carrera hasta la línea de córner del Inter y centro al área) y de Sneijder (que casi clava un gol con la ayuda de la cabeza de Altintop), el resto del partido tuvo más fútbol en la sala de máquinas que en el escaparate. Ambos son equipos rocosos, duros, construidos desde el orden defensivo más estricto como una falange espartana; a Eto´o le volvió a tocar esa extraña posición de delantero-lateral. El goleador camerunés culmina este año en galeras con un kilometraje en sus piernas brutal, pero con tres títulos más para el palmarés. El partido iba transcurriendo en ese fútbol que juega más sin balón que con él: juntando líneas, realizando movimientos tácticos casi invisibles y ganando metros como en un partido de rugby. Pero una vez entró el primer gol de Milito se acabó la película: todo el mundo sabía que el partido era ya del Inter. Si supieron defender un resultado ante el Barça, ¿cómo no iban a poder ante el Bayern? Van Gaal no tuvo nada más que hacer.

Mourinho es como es: el niño en el bautizo, la novia en la boda, el muerto en el funeral. Terminado el partido, levantó la copa, se hizo la foto y se llevó la medalla; mientras los jugadores celebraban su título y volvían a Milán a asistir a la mayor celebración futbolística de la ciudad en 50 años, él se quedaba en Madrid para, sin el más mínimo disimulo, negociar su contrato con el Real Madrid con Pellegrini aún de cuerpo presente. "No estoy a gusto en Italia; me voy" afirmó sin tapujos. "¿Mourinho? No tengo ni idea", decía Moratti entre ofendido y despectivo. Los jugadores lamentaron la ausencia de su técnico en la celebración, y la afición no supo si adorar a Mou o crucificarlo. Que vayan tomando nota los madridistas.

Mourinho, rey de Europa