La modestia de las encinas
La encina es un árbol fuerte y generoso que guarda un secreto escondido bajo sus anchas ramas. La encina es un árbol que quería ser hierba y que no pudo cumplir su modesta ambición pastueña. La encina quería mecerse con los vientos sin resistirse, peinando sus hojas según viniera el aire y la lluvia. La encina quería ser comida de las mansas ovejas y el altivo ciervo, pero el hombre la hizo árbol y en su modestia, desde entonces, trata siempre de esconderse haciendo de cada tronco un haz de plantas, un pequeño y macizo trozo de hierba crecida que esconde la desnudez del tronco principal.
Las encinas, por donde yo vivo, son numerosas y antiguas; ofreciendo su belleza expuesta al sol, a los fríos y los hielos que se posan en sus gruesas ramas cubiertas de musgo; pero las encinas de por donde yo vivo buscan la oportunidad de esconderse tras los retoños que surgen de sus raíces y de las bellotas caídas todos los años para hacerse maleza y tratar de cubrir todo el terreno para esconderse todas juntas.
La encina no se acostumbra a dominar el terreno desde su soledad de árbol frondoso y recio; quiere el anonimato de la espesura en la que todos los árboles se hacen bosque y monte para acoger jabalíes, corzos y ciervos, a los que alimentar con sus frutos. La encina, domesticada ella, nos mira pasar con pudor a la espera de que alguien le mande un psicólogo argentino que le ayude a exhibirse con la desvergüenza de una cabaretera, que ella no se acostumbra a mostrar sus carnes desnudas.
Las encinas de mi zona se han visto favorecidas por la suerte de asentarse en terrenos con dueño, pues las tierras abiertas de pasto y coto se ven peladas de todo rastro de árbol, bien sea encina, enebro, fresno, álamo o chopo: sólo las retamas, incómodas y persistentes, habitan los pelados yermos ausentes del mimo del amo.
Me ven pasar en mis paseos y saben que yo las miro con cariño y ellas se dejan mirar sabiendo que no deben tener vergüenza, que yo se de su secreto y las veo hermosas en su modestia; que no quiero herir sus sentimientos de desearse pradera, fresca y florida. A mí me gustan tal como son: de troncos negros entreverados de musgos y lagartos que toman el sol de la tarde de verano.