Necesitamos tu ayuda para seguir informando
Colabora con Nuevatribuna
Celín Cebrián | @Celn4
Desde el 12 al 16 de septiembre arranca la Mercedes-Benz Fashion Week de Madrid, el showroom, un gran escaparate donde los vendedores y fabricantes exponen esas novedades que se mecen en una balada con la melodía de las nuevas tendencias y, como letra, el concepto de marca, ese artilugio que tanto ayuda a despegar, aunque sea sólo los pies del suelo y, al final, poder conseguir un sueño. En él estarán desde Dolcezza a Adlib Moda Ibiza. Live Streams, Fashion Talks, Fashion Lessons, Street Style, entrevistas a los diseñadores y a los patrocinadores en el plató oficial… Lo mismo da que necesitemos unos pantalones que un par de zapatos. Con lo que allí se exponga, seguro que saldremos hechos unos figurines… Diría más: saldremos convertidos en unos magníficos arlequines pero sin tanto cubismo como había a principio del siglo XX. Eso sí, seguro que salimos del recinto recubiertos de un cierto halo de frivolidad. Hablamos de todo un salón de tendencias en el que participarán más de 300 marcas y unos dieciocho países.
Y ya digo, igual estamos dando un garbeo o buscando una ganga y, de pronto, nos encontramos a la reina María Antonieta, que, mire usted, como es tan caprichosa, le ha dado por abandonar Versalles unos días, atraída por la gran fiesta de la moda, esa pasión inconfundible que tiene su majestad por las telas, sin contar las otras muchas pasiones, causa por la que los franceses la tachan de derrochadora, como ya vimos en el filme de Sofia Coppola, a cuyo personaje le daba vida la actriz Kristen Dunst.
La moda entendida como el reflejo de todo cambio cultural, un tiempo de transiciones, del Barroco al Rococó, si bien aquí estamos todavía en Pentecostés
Entra la reina francesa y sale Jaime de Marichalar, entre el dandismo y la elegancia, o la invisibilidad de las apariencias, donde la moda se vuelve aristocrática y en cuya figura se consolida el menú diario de las prendas que hay que ponerse para salir a la calle o con la llegada de la noche, porque, en la noche, uno se disfraza de otro modo, evitando llegar al éxtasis de la elegancia. Una que entra y otro que sale. A veces, para vestir bien hay que romper con muchos tabúes. Pensemos en Cary Grant, el actor de la discreción y la sencillez, lejos de excentricidades, que no dejaba nada a la improvisación. Cary Grant representaba perfectamente al galán frente al dandi. Lejos de dejarse tentar por la ropa industrial, él mismo escogía sus trajes y a su sastre para su fondo de armario.
La moda entendida como el reflejo de todo cambio cultural, un tiempo de transiciones, del Barroco al Rococó, si bien aquí estamos todavía en Pentecostés, ya que siempre estamos esperando a alguien o a algo, que, por cierto, nunca llega.
La ropa merodea entre la informalidad y la coquetería, el glamour y la elegancia, incluso hay veces que es el diablo quien la viste y el que desfila, porque el diablo, en ocasiones, se viste de seda, o de Prada, otra película, en la que Miranda Priestly manejaba a su antojo el mundo de la moda.
El hombre no necesita ningún escenario para presentarse ante los demás ni un altar en el que dignificarse. Lo que realmente necesita el hombre es reinventarse a sí mismo
Y así hasta que llegó ese magnífico loco llamado Francis Bacon, que retorcía las formas una y otra vez hasta conseguir el color de la carne, tan humano. Y se atrevió a pintar al hombre desnudo, es decir en su verdadera condición, para darle el sitio que le correspondía. Desnudos que reflejaban la fragilidad, la ansiedad y la violencia del ser humano. Al fin, pudimos mirarnos al espejo detenidamente y quedarnos embelesados con nuestra figura, hasta el punto que, presos de ese hechizo, se nos iba el santo al cielo, y el tiempo también. Y cuando quisimos caer en la cuenta, ya estábamos en septiembre, como ahora, seducidos por la magia de la moda, descolocados con tantas ofertas, con los nuevos trapos, sin importarnos si era un trozo de tela, o una línea plisada..., o tal vez un espectro de colores rallados sobre nuestra piel como se ralla una corteza de limón…
Termina la velada y, tras los flashes, vemos cómo nuestro cuerpo desnudo se va cubriendo de telas, de plásticos, incluso de pieles..., aunque sean sintéticas…, mientras entre bastidores lo van terminando de empaquetar para presentarlo ante el mundo. A continuación, seguramente le pondrán la etiqueta…, siete etiquetas..., requisito imprescindible para poderlo exhibir con garantías de éxito en el zoo de la moda, en el circo de la frivolidad, del deseo, de las luces y el dinero, porque de eso se trata, de ponerle precio a nuestra figura, a ese icono que se mueve entre la historia y la naturaleza. Pero todos sabemos que el hombre no necesita ningún escenario para presentarse ante los demás ni un altar en el que dignificarse. Lo que realmente necesita el hombre es reinventarse a sí mismo.
Suena “La vie en rose”. Al otro lado, Édith Piaf… Y a este otro, Karl Lagerfeld, que decía: "Sé que la vida es de color de rosa, pero, por favor, no se vistan de ese color”. Y añadía: "El color más moderno y elegante es el negro. Es más chic”.
Una silueta de negro, es eterna.