jueves. 28.03.2024
cervantes alcala
Estatua de Cervantes en Alcalá de Henares.

Barrio de las Letras de Madrid. Calle Lope de Vega, el triunfador. Un convento, el de las Trinitarias Descalzas. Una cripta común. Los restos entremezclados e indiferenciados de diecisiete difuntos, entre ellos los de un escritor pobre y su esposa. Un entierro de caridad, con el hábito franciscano y una sencilla cruz de madera en la mano. Nada de eso existe ya. Ni siquiera el final queda ya. La muerte ha hecho bien su trabajo de desintegración. La verdad de la verdad no la reflejan los espejos de la vanidad.

Una madrugada de un día impreciso de 1597 en una celda de la Cárcel Real de Sevilla Cervantes se despertó sobresaltado y con mucha hambre, pero era hambre de horizontes. Empezó a moverse como un loco por el habitáculo. Había tenido un sueño con un campesino analfabeto del Imperio Español, que le había rogado que lo metiera en un libro porque le habían asegurado que allí dentro era más fácil medrar. Otra madrugada imprecisa de cárcel, cuando las horas se vuelven solemnes como siglos, se despertó angustiado y con mucha sed, pero era sed de infinitud. Había soñado con un viejo hidalgo anodino del Imperio Español que le pidió la gloria y un relato, que es el retrato de la gloria. A la mañana siguiente llegó a la conclusión de que en aquel antro se hacinaban los presos junto a los sueños y que la cárcel da un hambre y una sed autóctonas.

Finalmente, otra madrugada más imprecisa aún tuvo una tercera aparición, no se asustó y se sentó en el catre valiente y patético como un quijote, la celda se le había llenado de entes revoloteadores, los cervantistas, espíritus superiores que se apoderarían de su alma y le revelaron la fórmula secreta de los relatos: no son los sueños los que se hacen realidad, es la realidad la que se hace sueño. Y lo empujaron eternamente a escribir un novelón -el primer novelón de la historia-.

Miguel de Cervantes Saavedra fue un español del revés, un autodidacta imbuido de cultura italiana, cuya realidad, la que sólo se puede vivir una vez y hacia delante, fue incontestable, soldado mutilado, prisionero de guerra, recaudador de impuestos, oficio deleznable propio de judíos, rechazado para ir a América a ganarse la vida, poeta fracasado y dramaturgo sin éxito. Fue un inadaptado en busca de la dignidad en una sociedad que no se moldeaba, sino que estaba cerradamente preconcebida y se estructuraba bajo el paradigma de la limpieza de sangre y las apariencias. Y para colmo se le ocurrió practicar una mirada larga, abierta y humanista frente a la miopía castiza. Pero escribió no un libro, sino el libro -la Biblia de España- con el que se ganó en viva paradoja el trono de la hispanidad y el aplauso universal y que no ha parado de crear ni ha dejado de escribir gracias a los cervantistas. Una condena placentera a cambio de la inmortalidad. Los últimos serán los primeros y los primeros abjurarán de la posteridad.

En el corazón de Madrid se halla oculto y confundido lo que queda de Cervantes, unos huesos, un fetiche mitómano, una reliquia de santo literario. El escritor abandonó la muerte con el rostro descubierto y una fe inquebrantable en sí mismo y la palabra libertad como nimbo, dejó atrás una biografía laberíntica y el olor a fatalidad que tiene la terrenidad y traspasó la puerta del reino de las letras y de la fábula y generoso la dejó abierta de par en par para los que vinieran detrás. Tres días antes de morir dejó escrito:

“Ayer me dieron la extremaunción. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir”.

Pensó una vez más que la vida estaba hecha para comenzar de nuevo y recordó que la manquedad fue por la cristiandad y la imaginación por la supervivencia. La mitología hispánica más humana había comenzado.

Mitologías españolas: Cervantes