viernes. 29.03.2024
LECTURAS SUMERGIDAS | REVISTA LITERARIA

La mirada a los subsuelos de Ricardo Piglia

Por Emma Rodríguez | “El camino de Ida”, del escritor argentino Ricardo Piglia, es una historia extraña, profunda, de atmósferas cerradas y escalas subterráneas.

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Ricardo Piglia © Alejandra López.

lecturassumergidas.com | @lecturass | Por Emma Rodríguez | Las corrientes, los afectos, las relaciones que se establecen en torno a la literatura tienen mucho de mágico. El azar, pero también los deseos, las preocupaciones, los conflictos que vivimos, nos conducen en un momento dado hacia un libro determinado. No es la primera vez que me refiero a esta sensación; de hecho puedo asegurar que es consustancial a mi experiencia de lectora. Muchas veces me encuentro reflexionando sobre la casualidad que me lleva a abrir un libro, ya sea un ensayo, una novela, un poemario, que trata de un asunto que me está afectando o sobre el que he leído alguna noticia que ha despertado mi conciencia. No exagero cuando digo que incluso puedo llegar a abrir el volumen por la página exacta que contiene una cita esclarecedora, un pensamiento que me induce a seguir absorta en mis particulares pesquisas e interiorizaciones.

He hablado con personas que me han contado vivencias similares, lo cual me ha conducido a establecer esa teoría sobre la magia y sobre el poder de la curiosidad, de la búsqueda, de la necesidad de comprender. Hay ocasiones en las que todo se pone de acuerdo para dirigirnos allí donde queremos ir, para aclararnos esas partes neblinosas de la realidad que nos cuesta descifrar. Todo este preámbulo viene a cuento de la última obra que he leído del escritor argentino Ricardo Piglia, “El camino de Ida”. Hasta el tiempo atmosférico se confabuló para propiciar mi adentramiento en los espacios de una historia extraña, profunda, de atmósferas cerradas y escalas subterráneas. Llovía intensamente el fin de semana de finales de septiembre en el que yo ya estaba totalmente involucrada en sus latidos. La cortina de la lluvia que veía descender tras la ventana intensificaba el sentimiento de aislamiento, de mundo aparte, de refugio, que me provocaba la lectura.

Me encanta sumergirme en un libro mientras llueve, no es nada nuevo, pero en este caso, todo se acoplaba: la imagen vertical de los pequeños alfileres de agua al caer, su murmullo, era una especie de banda sonora, la melodía perfecta para acompañar lo que iba aconteciendo en ese universo recién descubierto, para potenciar el efecto de las imágenes que me iba forjando de las situaciones y de los personajes, las preguntas que se iban abriendo a medida que me adentraba en el espesor de un bosque intrigante. “El camino de Ida” me esperaba en la mesa en la que suelo ir poniendo los libros que me apetece leer, pero no estaba previsto que fuese el primero. Cambié los planes al enterarme de que Ricardo Piglia sería el protagonista de un ciclo sobre el proceso creativo en Casa de América, donde mantendría un diálogo con el joven autor peruano José Ignacio Padilla. Me apetecía escucharlo y acudí con apenas cincuenta páginas de la novela leídas.

Sabía que Piglia acostumbraba a utilizar retazos de su biografía para armar sus ficciones, sabía que gran parte de las cosas que le suceden a su protagonista habitual, Emilio Renzi, tenían que ver con él, pero oírle  contar anécdotas, vivencias propias y de amigos en paralelo a su narración en la novela fue una especie de regalo inesperado. Comprobar el modo en el que los hilos de la propia vida van entretejiendo el complejo entramado de la ficción: mezcla de materias, metáforas, guijarros diversos que van naufragando en la orilla, me ofreció un estimulante ángulo desde el que proseguir la lectura.

Ese día Piglia habló, por ejemplo, de su experiencia en los campus universitarios de Estados Unidos, etapa que inició cuando la dictadura en su país le obligó a marchar en busca de otras salidas y que se prolongó durante 15 años. Confesó la impresión que tuvo desde un primer momento de la distancia existente entre los medios académicos y la realidad. Ese es el punto de partida de “Camino de Ida”, un itinerario de vidas paralelas, de cauces escondidos, de perversiones privadas, de metáforas tan potentes como la del acuario que uno de los catedráticos, especialista en Melville y “Moby Dick”, tiene en el sótano de su casa y que está habitado nada menos que por un tiburón blanco.

“Los “basements” son construcciones subterráneas que tienen una gran tradición en la cultura norteamericana”, constata Renzi, el protagonista, quien lo va narrando todo y quien percibe enseguida que la universidad a la que ha llegado es una especie de fortificación, de muralla, de cárcel de lujo, sin apenas conexión con el mundo exterior. “Los campus son pacíficos y elegantes, están pensados para dejar afuera la experiencia y las pasiones pero corren por debajo altas olas de cólera subterránea: la terrible violencia entre los hombres educados”, reflexiona. “En EEUU hay una especie de desfase entre la cultura y la sociedad. Hay un micromundo académico y ese aislamiento genera muchas tensiones. En la superficie hay una cordialidad obligada, pero por debajo fluye una violencia muy soterrada y eléctrica”, aseguró Ricardo Piglia ante un público atento, descorriendo, con la complicidad de quien sabe de su capacidad para cautivar con la palabra, la cortina de las observaciones y experiencias que están en el germen de la novela y que como tal se expresan en la misma...

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