jueves. 25.04.2024

Miguel Hernández: la emoción arrebatada

ANTONIO MORA PLAZA
Nadie es digno de hablar de Miguel Hernández. Yo no me siento digno, pero en el centenario de su nacimiento (30.10.1910) algo llama al lector de su poesía a hablar, a no dejar pasar la ocasión de hablar del más emocionante de los poetas...
NUEVATRIBUNA.ES - 27.10.2010

...españoles. Yo no digo que sea el más grande, porque lo acabaron pronto, muy pronto, con 31 años; no digo que sea el más perfecto, porque superar a Quevedo en eso es imposible; no digo que fuera la facilidad extrema, porque ya para eso nació Lope; no digo que fuera el rey de la metáfora, porque en español ese título lo merece Federico y Góngora, y el genial bardo en inglés; no digo que tuviera el dominio absoluto del lenguaje, porque ya lo fue su maestro Góngora. Y sin embargo, en emociones, en pasiones, en utilizar la poesía como un arma cargada de futuro, nadie como el gran Miguel, el arcángel laico de la emoción y de las pasiones. Su verso viene de la tierra y de la grama, es un eco que retumba en nuestras sienes, un eco que nos recuerda que sólo somos tierra, polvo, sombras, nada. Sabemos con su poesía que hasta el sufrimiento tiene su altar en la lírica. Alguien dijo que Miguel, Federico y Machado eran los poetas del sacrifico. No, fueron poetas sacrificados, porque todos ellos -y especialmente Miguel y Federico- nacieron para la luz y el amor, para el duende y la grama. Los tres tocaron el drama con desigual fortuna. Hace tiempo que vi El Labrador de más aire en el Muñoz Seca y aquello fue emocionante. No lo fue por el drama rural, que era simple; lo fue por el verbo, sólo por el verbo. El verbo hecho verso ¡Qué miedo le tenían los que acabaron con la libertad en España! Y aún lo tienen los herederos de la dictadura, aquellos que ahora esperan llegar a la Moncloa con un puro en la mano y una flor en el culo. Murió Miguel en una cárcel de los golpistas en Alicante el 28 de marzo de 1942. Hacía ya más de dos años enteros que había acabado la guerra y moría Miguel de tuberculosis. Fue la muerte de la venganza, como de tantos otros que aún están en la cunetas enterrados, esperando que los herederos de la venganza nos dejen desenterrarlos. Quizá todo esto sean sólo palabras. Veamos que decía Miguel de Federico en su elegía:

“Federico García

hasta ayer se llamó: polvo se llama.

Ayer tuvo un espacio bajo el día

que hoy el hoyo le da bajo la grama”.


Son versos muy quevedianos, especialmente el segundo, pero Miguel siempre les da un sello propio, como si nadie hubiera dicho antes nada parecido. Por eso es Miguel tan grande. Miguel es Góngora, Lope, Quevedo surgiendo de las entrañas de la tierra, de la raíces, del pastoreo. Y también de muchas lecturas, porque hasta este Mozart de la poesía necesitaba formarse, empaparse de antepasados y emociones, ser perito en lunas antes que poeta. Parece anterior a todos ellos porque antes que poeta fue un juglar de cabreros y pastores. Otro verso más:

“Vestido de esqueleto,

durmiéndote de plomo

de indiferencia armado y de respeto

te veo entre tus cejas si me asomo”.


Así, asomo de su lado y asombro del nuestro. Miguel asomó desde todos los lados, absorbió a todos y a todos los regurgitó para nuestro asombro. Fue el suyo un parto de la luz y de la sombra. Siempre estarás ahí porque tú mismo dejaste escrito:

“Aunque bajo la tierra

mi amante cuerpo esté,

escríbeme a la tierra

que yo te escribiré”.


Así lo dijo el poeta. Leer su poesía es el mejor homenaje. Y ahora, el silencio.

Antonio Mora Plaza - Economista


Miguel Hernández: la emoción arrebatada