viernes. 29.03.2024

El 19 de septiembre se han cumplido cinco años de la muerte de uno de los políticos más humanos y ciudadanos de la historia de la democracia española

José Antonio Labordeta Subías nació y murió en su tierra, maño hasta la médula, terco, noble y bonachón, como dicen de esos baturros que cuando van en su burro por las vías del tren y una máquina se les viene encima haciendo sonar el silbato, le responden “chufla, chufla, que como no te apartes tú…”

Me fastidia tener que hablar de las buenas personas que se han ido (el 19 de septiembre se cumplieron 5 años de su fallecimiento), pero creo que se merecen un tributo en la memoria colectiva que no podemos dejar que el tiempo borre. Si queremos un mundo mejor tenemos que, como dice Chucho A. Colorado, luchar contra el olvido.

Labordeta lo hizo a lo largo de toda su vida, en lo personal y en lo social. Por eso defendió como pocos la Ley de Memoria Histórica, a la que consideraba un instrumento esencial para superar, de una vez por todas, el que hubiese existido durante años “una diferenciación labordetaofensiva entre los caballeros mutilados del bando vencedor y los putos cojos de los vencidos”.

Así era este cantautor y profesor de instituto que entró en la política para dignificarla y nos regaló algunas de las intervenciones más sinceras y honorables durante sus dos períodos como diputado por la Chunta Aragonesista en las legislaturas VII y VIII.

Es memorable, y constará para siempre en los diarios del archivo de la Cámara Baja, cuando mandó “a la mierda” a la bancada del Partido Popular por no guardar el debido respeto mientras estaba interviniendo en el Congreso de los Diputados desde la tribuna de oradores. Creyeron que le insultaban llamándole “cantautor de las narices”. Fue un cantautor “de narices”.

Su voz profunda, al compás de las notas del Canto a la libertad, nos acompañó en muchos actos solidarios, reivindicativos y revolucionarios: Habrá un día en que todos / al levantar la vista / veremos una tierra / que ponga LIBERTAD.

Tenía en su haber la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo, otorgada en 2009. Un año después fue reconocido con la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio, y la Universidad de Zaragoza distinguió con el doctorado Honoris Causa.

Era como esos viejos árboles a los que les cantó, era un canto a la libertad, un compromiso 45ético con la vida y con sus gentes, era un ser humano en todo el amplio y grande sentido del término. Fue un insigne orador, probablemente el mejor de la joven democracia española, y sobre todo, un buen ciudadano que nos acompañó con su verbo, su mochila y su socarronería.

Cuando falleció le recordé en el número del Tribuna de los Servicios a la Ciudadanía. Ahí rememoraba nuestra conversación cuando le pedí que participara como miembro del jurado en el premio a la defensa de lo público que convocaba por primera vez la extinta Federación de Servicios y Administraciones Públicas de CCOO. Le acababan de extirpar una piedra de un riñón que, como él decía, “no era de oro” y que le mantenía, irónicamente, “más pendiente de no mearse en los calzoncillos” que de otra cosa. Aún así, aceptó encantado, pero su salud no le permitió asistir a la deliberación del premio ni a la entrega de éste.

Poeta, narrador, periodista y cantautor, presentó y escribió los guiones del programa de televisión Un país en la mochila en el que conversaba con las gentes que encontraba recorriendo pueblos de la península española. Recomiendo leer las poesías de su Diario de un náufrago, la prosa de su biografía política en Memorias de un beduino en el Congreso de los Diputados y escucharle en Con la voz a cuestas.

Él decía, por aquella anécdota del Congreso, que cuando muriera en su epitafio inscribirían “a la mierda”. Yo siempre he dicho que debería tener esos versos que él compuso y cantó:

Vamos / a hacer con el futuro / un canto a la esperanza / y poder encontrar

Tiempos / cubiertos con las manos / los rostros y los labios / que sueñan libertad

Creo que la política en España necesita más Labordetas.

“A la mierda”