miércoles. 24.04.2024
Féretro de Manuel Azaña, en su traslado al cementerio de Montauban.

El México de Lázaro Cárdenas -al que los españoles debemos gratitud eterna- contó con una pléyade de diplomáticos de una categoría profesional, intelectual y humana pocas veces igualada. Derrotada la República española por el nazi-fascismo y el silencio de las grandes democracias, Cárdenas envió a Europa, sobre todo a Francia, a algunos de sus mejores representantes para que ayudasen a los refugiados republicanos a escapar de la persecución nazi-franquista: Bosques, Bassols, Cosío Villegas, Guzmán y Fabela, entre otros muchos, escribirían a finales de la guerra civil una de las páginas más hermosas de la diplomacia mundial. Una de las labores más notables y admirables en ese cometido correspondió al Licenciado Luis I. Rodríguez quién dedicó más de lo humanamente exigible a salvar vidas de españoles, entre otras aunque con resultado luctuoso, la del Presidente de la República Manuel Azaña.

Un día después de que Francia firmase el armisticio con Alemania por el que se rendía incondicionalmente, el 23 de junio de 1940, el Presidente de la República Méxicana Lázaro Cárdenas ordenó a Rodríguez, embajador en París lo siguiente: “Con carácter urgente manifieste usted al gobierno francés que México está dispuesto a recoger a todos los refugiados españoles de ambos sexos residentes en Francia... Si el gobierno francés acepta el principio de nuestra idea, expresará usted que desde el momento de su aceptación, todos los refugiados españoles quedarán bajo la protección del pabellón mexicano”. Hombre extremadamente culto e inteligente, Rodríguez supo desde el primer momento de las dificultades de la tarea encomendada dado que la llamada Francia liberada estaba en manos de Petain y Laval, dos admiradores del régimen nazi.

Enterado de la situación delicadísima por la que atravesaba la familia Azaña perseguida por nazis y falangistas, dispuestos a capturarlos y llevarlos a Madrid para escarmiento general, Luis I. Rodríguez comenzó a mover contactos para tratar de llegar a un acuerdo con las autoridades francesas que garantizase la protección de Azaña y los suyos. El 30 de julio de 1940 consiguió entrevistarse con Pierre Laval -de quien Hitler había dicho que era uno de sus mejores colaboradores- para plantearle la dramática situación del Presidente de la República española: “-Azaña -dijo Laval- es un refugiado. Nadie le invitó a venir a Francia. En su condición actual no creo que sufra más que nosotros. Las consecuencias de la guerra se reparten en todos por igual. -La familia Rivas Cherif -repuso Rodríguez- se encuentra arrestada... -Tenemos más de un millón de hombres en Alemania y no puedo liberar a uno solo -respondió Laval-. -Han saqueado la casa del ex presidente de España... -¿Usted cree que es la única de la zona ocupada? -El Sr. Azaña está gravemente enfermo. -Todo el mundo lo está ahora en Francia. -Corre peligro de ser secuestrado en Montauban para llevarlo a Madrid. -Quizá le resulte mejor eso. -Ahí lo sacrificarán. -Son gajes de la política. -Se trata de un antiguo Jefe de Estado que disfruta de la hospitalidad de Francia... -Requerida por él exclusivamente. Ningún beneficio nos reporta su asilo. -No se trata de beneficio -inquirió de nuevo Rodríguez-, sino de deberes morales cumplidos. -¿Deberes morales? Por generosos perdimos nuestra guerra ¿Quién se ocupa ahora de resolver nuestra situación? -No lo dirá usted por el general Franco. -Es nuestro amigo y no estamos en plan de perderlo solapando a sus adversarios. -El Gobierno de México se interesa mucho por acogerlos. -Nosotros no y con mucha razón”.

Luis_I._RodríguezMientras Rodríguez (en la imagen) seguía su frenética labor en favor de los refugiados españoles, hablando con todo tipo de personalidades sin ser escuchado, propuso a Azaña trasladarlo a Suiza o Marsella en su propio automóvil, poniendo su nueva residencia bajo la protección de la Legación mexicana. Azaña, muy enfermo, se negó diciendo que no abandonaría Montauban. Cárdenas, al que habían llegado noticias terribles sobre la situación de Azaña, ordenó a Rodríguez que se dirigiese a Montauban y hiciese todo lo posible para embarcar al Presidente español rumbo a México. Rodríguez viajó una vez más a la ciudad francesa y comprobó que la casa en que vivía Azaña estaba rodeada por falangistas y agentes nazis. Fue entonces cuando decidió que se trasladase al Hotel du Midi que puso bajo pabellón mexicano. Allí, el 16 de septiembre, celebraron el “día del grito” o día de la independencia mexicana en medio de un silencio emocionante, respetuoso y sepulcral que Rodríguez no olvidaría nunca: “Como conforta -dijo conmovido Azaña- poder comprobar, en medio del derrumbe moral que presenciamos, la existencia de hombres que saben honrar a su historia, que viven de pie frente a las claudicaciones del mundo y que han hecho de su destino la esperanza de todos los pueblos libres”.

Viendo que la vida de Azaña se deterioraba por momentos, Rodríguez ideó llevarlo a la Embajada mexicana en Vichy para después embarcarlo rumbo a México, planteando a la Francia de Petain una política de hechos consumados. Los acontecimientos se aceleraron. La vida de Azaña de consumía mientras decenas de fascistas merodeaban por Montauban y sus alrededores dispuestos a llevar a cabo su misión. En la noche del 3 de noviembre de 1940 Azaña fallecía rodeado de algunos de sus colaboradores más fieles y del embajador de México: “Despuntaba el alba -escribiría Rodríguez- cuando se quebró su vida. Cuatro horas cincuenta y tres minutos marcaron el punto final de una radiante existencia entregada por entero al servicio de la democracia del mundo... Carlos de Juan eternizó el instante haciendo saltar la cuerda del reloj que había registrado tantas victorias en el puño del combatiente; la viuda recogió el pañuelo donde brillaba su última lágrima; Sarabia cumplió su compromiso cerrando para siempre los párpados del atormentado; Antoñito conformó su desesperación besando sin medida la cabeza ya sin luz. Nosotros, los mexicanos, hieráticos como Cárdenas, no supimos siquiera restallar la angustia. Con la frente hundida recibimos el zarpazo de su muerte y, solos con él, como solo fue nuestro amparo, le dimos mortaja sencilla, viril y austera: Como la merecen los mártires; como la ofrendan los amigos”.

Posteriormente, las autoridades francesas amenazaron a Rodríguez con impedir los funerales del Presidente si en su féretro aparecía la bandera republicana. Ante esa actitud despreciable, Rodríguez desafío al Prefecto francés diciéndole que hiciese lo que le viniese en gana pero que Don Manuel Azaña no iba a ser humillado más y que sería enterrado cubierto por la bandera de la República, advirtiéndole de que sabrían responder de modo proporcional a cualquier provocación. Acompañado de representantes del Gobierno mexicano llegados de toda Francia y de cientos de republicanos españoles, Azaña fue enterrado con todos los honores en el cementerio de Montauban donde hoy siguen venerados por muchos visitantes y por los miembros de la Association Présence de Manuel Azaña que dirige Jean Pierre Amalric. España continúa teniendo una deuda impagable con México y con quien fue Presidente de la II República Española, enterrado en una tierra a la que admiraba pero que no era la suya, la de su alma.

Luis I. Rodríguez, Francia y los últimos días de Azaña