jueves. 25.04.2024

mercader“No dramas” es el lema de moda, repetido cual mantra vía redes sociales y apps de citas e ilustrado por ‘selfies’ en los que el fotografiado aparece en actitud despreocupada, con el pulgar levantado o haciendo una uve con el índice y el anular. Lo ‘cool’ hoy es no complicarse la vida, que nadie te la complique ni te haga pensar más de lo estrictamente necesario. Las cosas fáciles y si no, ‘next’. Cero dramas. Por esta regla de tres Grecia es lo menos ‘cool’ del momento ya que la cuna del pensamiento occidental es protagonista hoy de un drama de altura, eminentemente shakesperiano.

“La propiedad de la clemencia es que no sea forzada; cae como la dulce lluvia del cielo sobre el llano que está por debajo de ella; es dos veces bendita: bendice al que la concede y al que la recibe. Es lo que hay de más poderoso en lo que es todopoderoso; sienta mejor que la corona al monarca sobre su trono"

 

En “El mercader de Venecia” el bardo británico proponía un conflicto que parece sacado de los titulares que esta semana han inundado los periódicos del mundo entero. La obra cuenta la historia de Antonio, un mercader que ha invertido su fortuna en especulaciones de ultramar y pide un préstamo al usurero Shylock para ayudar a su amigo Basanio, un noble venido a menos que necesita dinero urgentemente  para poder casarse con su amada, la rica heredera Porcia. Shylock accede al préstamo con una condición: si Antonio no es capaz de devolver la suma en el plazo acordado, deberá pagar con una libra de su propia carne próxima al corazón. El mercader acepta el contrato pero sus negocios de ultramar fracasan y no puede devolver la suma al usurero, de modo que éste recurre al Dux, máxima autoridad veneciana, para que obligue a Antonio a cumplir el contrato y le entregue su libra de carne. El Dux y Porcia, disfrazada de abogado, se ven ante el dilema de hacer cumplir la rigurosa Ley a fin de preservar uno de los mayores bienes de la República, la seguridad jurídica, o de contravenirla en aras de la vida de Antonio. Acogiéndose a un resquicio legal consiguen cumplir la Ley sin poner en peligro al mercader: establecen que Shylock pueda cobrarse la libra de carne que le corresponde pero sin derramar para ello una sola gota de sangre, pues de lo contrario perdería toda su fortuna. Ante lo imposible del reto Shylock desiste de sus pretensiones, Antonio obtiene clemencia y su deuda le es condonada.

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En el último acto de la obra Porcia pronuncia un discurso que constituye una de los más hermosos pasajes shakesperianos: “La propiedad de la clemencia es que no sea forzada; cae como la dulce lluvia del cielo sobre el llano que está por debajo de ella; es dos veces bendita: bendice al que la concede y al que la recibe. Es lo que hay de más poderoso en lo que es todopoderoso; sienta mejor que la corona al monarca sobre su trono. El cetro puede mostrar bien la fuerza del poder temporal, el atributo de la majestad y del respeto, que hace temblar y temer a los reyes. Pero la clemencia está por encima de esa autoridad del cetro; tiene su trono en los corazones de los reyes; es un atributo de Dios mismo, y el poder terrestre se aproxima tanto como es posible al poder de Dios cuando la clemencia atempera la justicia. Por consiguiente, judío, aunque la justicia sea tu punto de apoyo, considera bien esto; que en estricta justicia ninguno de nosotros encontrará salvación; rogamos para solicitar clemencia, y este mismo ruego, mediante el cual la solicitamos, nos enseña a todos que debemos mostrarnos clementes con nosotros mismos. No he hablado tan largamente más que para instarte a moderar la justicia de tu demanda. Si persistes en ella, este rígido tribunal de Venecia, fiel a la Ley, deberá necesariamente pronunciar sentencia contra el mercader aquí presente." Esperemos que el complejo drama que protagonizan la prestamista Alemania y la deudora Grecia y que mantiene en vilo a Europa, tenga finalmente una resolución que demuestre que quizás lo ‘cool’ no sea la negación del drama, sino la capacidad de hacerle frente con inteligencia, responsabilidad, flexibilidad y, ante todo, humanidad.

El mercader de Grecia