viernes. 29.03.2024

“Nunca un gran filósofo renegaría de la verdad si, por azar, la oyese de labios de su barbero. Pero este es un privilegio de los grandes filósofos. La mayoría de los hombres preferirá siempre, a la verdad degradada por el vulgo –por ejemplo; dos y dos, igual a cuatro-, la mentira ingeniosa o la tontería sutil, puesta hábilmente más allá del alcance de los tontos” (Antonio Machado, Juan de Mairena)

He caído en la cuenta del significado etimológico de la palabra “verdad”, que viene de Aletheia, voz que a su vez proviene de lethos precedido por alfa privativa. Leteo era el río del olvido, el que griegos y romanos atravesaban al morir en la barca de Caronte. Después de todo morir es olvidar.

Las mentiras encubren desde siempre la verdad, camuflándola total o parcialmente. Por eso había que desenmascararlas. La mala noticia es que ya no basta con descubrirlas y exponerlas públicamente para desactivarlas. Ahora los bulos persisten aunque se les denuncie y el negacionista porfía cuando se refuta su credo.

El problema es que los nuevos predicadores telemáticos imparten doctrinas infalibles desde sus púlpitos digitales. No emiten opiniones a cotejar ni argumentos con los que dialogar, sino que sus adeptos esperan consignas para seguirlas ciegamente. Da igual que se trate de combatir un virus bebiendo lejía o asaltar el Capitolio.

La inabarcable cascada de datos que nos remoja cada día nos hace olvidar pronto las noticias anteriores, que se veo sepultadas por ese torrente informacional, del que no retenemos prácticamente nada sumergidos en la vorágine de lo efímero.

Quizá uno de nuestros mayores problemas es que la sinceridad no se cotiza demasiado. La falta de una ejemplaridad institucional o más bien el exceso de un comportamiento contra ejemplar parece alentar que se nieguen las evidencias.

Quien pretenda manipularnos lo tiene muy fácil, porque circulan con mucha más eficacia las trolas impactantes que interpelan a nuestras emociones. Para estar bien informados requerimos formarnos culturalmente para filtrar la información y adiestrar nuestro discernimiento a tener un criterio propio.

Nuestro imaginario colectivo sigue viéndose moldeado por nuestras lecturas, pero también por nuestro consumo de series, películas, vídeos y todo tipo de mensajes. Cuanto más breve sea tanto mayor espacio deja para otros que vayan sustentándolo al margen de su veracidad.

Quizá uno de nuestros mayores problemas es que la sinceridad no se cotiza demasiado. La falta de una ejemplaridad institucional o más bien el exceso de un comportamiento contra ejemplar parece alentar que se nieguen las evidencias.

Toca desescombrar los hechos fidedignos enterrados bajo toneladas de patrañas que se refuerzan unas a otras. Los intermediarios tienen la tarea de promover el acceso directo a las fuentes primarias para remontar el curso de sus contaminadas aguas.

En sus diferentes manifestaciones los negacionismos imponen sus puntos de vista como supersticiones fanáticas que impiden la deliberación y el diálogo. Da igual que se trate de las vacunas, la emergencia climática o el mercado laboral. Nos engatusan con sus patrañas y lo malo es que no cabe combatirles con sus propias armas.

Las aguas infodémicas del nuevo río Leteo