jueves. 28.03.2024
Arsenal_de_Cartagena_1900
Cartagena y su base naval hacia 1900. (Imagen: Wikipedia)

Enrique Vega Fernández | Como quiso darnos a entender nuestro ilustre catedrático D. Miguel de Unamuno, vencer no es lo mismo que convencer. Idea que está en el sustrato de la opción política –y de la vida cotidiana—que llamamos autoritarismo, o si se prefiere, fanatismo. Con el autoritarismo ya no se trata de diferir, de desconfiar, sino de imponer e, incluso, de eliminar. Y, en algunos casos, de eliminar por traidor, porque “hubieras debido ser de los nuestros”.

molins carreraMe vienen a la cabeza estas reflexiones, quizás embarulladamente, leyendo sobre el triste destino de un militar honrado, el contralmirante de la Armada española D. Camilo Molins Carrera, que se vio sucesivamente enfrentado a quien le quito el poder (el mando) porque desconfiaba de su sincera lealtad y con quien le quitó la vida porque “debería haber sido de los nuestros”. Fue simplemente la diferencia entre un régimen democrático y un régimen autoritario.

Hoy día, seguimos viendo cosas parecidas, no digo iguales, pero del mismo sustrato. Hay quien protesta del actual Gobierno y quiere cambiarlo en las próximas elecciones y hay quien protesta del actual Gobierno y quiere que autoridades sin prerrogativas para ello simplemente los echen. Misma ideología política, diferentes actitudes políticas, democrática y constitucionalista la primera, autoritaria y no constitucionalista (aunque apelen a la Constitución como argumento) la segunda.

El contralmirante Molins nace en Vigo (Pontevedra) el 21 de octubre de 1876 e ingresa en la Escuela Naval de San Fernando (Cádiz) en 1894 a los dieciocho años, obteniendo el grado de guardiamarina dos años más tarde y el de alférez de navío en 1900.

A lo largo de sus treinta y cuatro años de oficial de la Armada hasta su ascenso a contralmirante en octubre de 1934, manda, entre otros destinos, el torpedero  n.º 9, el guardacostas Tetuán, el transporte Contramaestre Casado, el crucero Blas de Lezo y la Base Naval de Ríos, apoyando en numerosas ocasiones, desde la mar, las operaciones en Marruecos en 1905, 1912 y entre 1921 y 1923, no solamente embarcado, sino también como jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Navales del Norte de África y desde el Estado Mayor de la Armada.

Ascendido a contralmirante por Diario Oficial la Marina de 31 de octubre de 1934, la sublevación de julio de 1936 le sorprende como segundo jefe de la Base Naval de Cartagena y jefe del Arsenal de esta. Frente a la tentación de unirse a sus compañeros sublevados que tratan de proclamar el estado de guerra, con los que comulga en muchos aspectos, interpreta que su deber es permanecer disciplinadamente fiel a las autoridades legales constituidas.

En el sudeste español, la sublevación está fracasando. El intento de unirse a los sublevados de la Base Aeronaval de San Javier es anulado por sus compañeros de la Base Aérea de Los Alcázares, que permanecen fieles al Gobierno. En la ciudad de Cartagena, el gobernador militar se niega a unirse a la sublevación, contando con el apoyo de la Artillería de Costa emplazada de guarnición en la plaza. En la Base Naval y el Arsenal, de las que en ese momento el contralmirante Molins es la máxima autoridad, jefes y oficiales pugnan por declarar el estado de guerra y adherirse a los sublevados, poniendo la unidades navales dependientes del Departamento Marítimo a su servicio.

Por otra parte, la marinería, ante los rumores de amotinamiento de sus compañeros en la mar frente a la oficialidad que pretende poner los buques al servicio de los sublevados, reclama no quedar confinada en el Arsenal, a lo que el contralmirante accede permitiendo la salida dominical del 19 de julo, facilitando así que la marinería no embarcada confraternice con los milicianos que se han echado a la calle en la ciudad. Al tiempo que confina a los jefes y oficiales partidarios de la sublevación y libera al teniente de navío Ruiz de Ahumada, detenido por éstos por su conocida adscripción republicana.

Pero son momentos de confusión y rumores y uno de los que empiezan a correr es que el Arsenal se ha sublevado y los marineros adictos al Gobierno han sido detenidos. Para desmentirlo de forma fehaciente, el contralmirante Molins permite la entrada en la Base de autoridades civiles para que puedan comprobar que no hay personal de marinería retenido y que solamente lo están los jefes y oficiales que están proponiendo sumarse a la sublevación, que, aunque con libertad de movimientos dentro de la Base, tienen prohibida e impedida la salida de ella.

De las sentencias de los catorce Consejos de Guerra Sumarísimos contra oficiales del Cuerpo General de la Armada celebrados en Cartagena entre 1939 y 1941, solo dos fueron condenas de muerte

A pesar de ello y quizás por la forma exquisitamente pacífica con la que está gestionando la situación, las autoridades civiles, ante la exaltación de los ánimos del momento, desconfían y deponen del mando al contralmirante, deteniéndolo y nombrando jefe del Departamento Marítimo al teniente de navío Ruiz de Ahumada y jefe del Arsenal al maquinista Manuel Gutiérrez.

El contralmirante, que ya no lo es por dictamen popular, permanece detenido hasta que, en agosto de 1936, tras haberse organizado los tribunales populares, es llevado ante un consejo de guerra, en el que serán precisamente los testimonios de la propia marinería del Arsenal, que conoce bien a su antiguo jefe, los que conseguirán su absolución, aunque no que no sea apartado del servicio y anulada su categoría militar.

El contralmirante y su familia (siete hijos), desprovistos de medios de subsistencia, tendrá que vivir, en tanto dura la guerra, primero en la propia Cartagena y más tarde en Los Velones, junto al Mar Menor, de la solidaridad de amigos y vecinos y del esporádico y escasamente remunerado trabajo de hojalatero al que el contralmirante se ve abocado.

Ganada la guerra en la primavera de 1939 por los sublevados y tras el refugio de lo que quedaba de la flota gubernamental en la Base Naval francesa de Bicerta (Túnez), que sería entregada por los franceses  al bando vencedor el 30 de marzo de dicho año de 1939, justo un día antes de que  de que el generalísimo Franco diese su célebre último parte de guerra anunciando que “la guerra ha terminado”, se iniciarían los Consejos de Guerra Sumarísimos contra los considerados “traidores” por los vencedores por no haber querido unirse a la sublevación tres años antes o no haber querido hacer nada para intentarlo durante los tres años de guerra.

De las sentencias de los catorce Consejos de Guerra Sumarísimos contra oficiales del Cuerpo General de la Armada celebrados en Cartagena entre 1939 y 1941, solo dos fueron condenas de muerte: la del contralmirante Camilo Molins Cabrera y la del capitán de corbeta Horacio Pérez y Pérez, siendo el primero ejecutado en fecha tan temprana como el 23 de junio de 1939.

Una historia, la del contralmirante Camilo Molins Cabrera, de la que pueden extraerse algunas lecciones para los tiempos que corren. En primer lugar, hace referencia a la ética y la honradez profesional, en este caso militar. Compartiendo, al menos en parte, las inquietudes de sus compañeros en los convulsos y agitados meses finales de la Segunda República, entiende que ha recibido su formación y experiencia profesional para ponerlas al servicio de sus conciudadanos, legítimamente representados por unas autoridades legalmente elegidas mayoritariamente por ellos, y no para ponerlas al servicio de sus propias ideas y convicciones o a las de una corporación que se considera a sí misma casta privilegiada con derecho a saber donde está la verdad y con derecho a imponérsela a todos sus conciudadanos, estén de acuerdo con ellas o no.

Y, en segundo lugar, nos permite observar la diferencia, a la que aludía al inicio de estos párrafos, entre el autoritarismo, precursor del fanatismo, que fusiló, eliminó, al contralmirante porque “hubiera debido ser de los nuestros”, y el respeto al que difiere, con el que se puede eludir que colabore con nosotros, que apartó (injustamente, dicho sea también de paso) al contralmirante porque “no se fiaba” (injustamente, dicho sea también de paso).    

Enrique Vega Fernández, coronel de Infantería (retirado) | Asociación por la Memoria Militar Democrática

El doble castigo de un hombre honrado: Contralmirante Camilo Molins Carrera