viernes. 29.03.2024
MEMORIA DE LAS CIUDADES

Madrid: una visita al Cerro del Tío Pío

En 2018 se publicó el libro Un cerro de ilusiones. Historia del Cerro del Tío Pío, un libro de Juan Jiménez Mancha sobre el que, con motivo de una reciente visita a los vestigios, prácticamente inexistentes, de lo fuera barrio, su autor escribe en las líneas siguientes.

La madre Ángela y niños del cerro, hacia 1960
La madre Ángela y niños del cerro, hacia 1960.

JUAN JIMÉNEZ MANCHA | Hoy es un buen día. Subamos a una de las siete colinas, o tetas, del parque del Cerro del Tío Pío, donde podremos disfrutar de una de las mejores vistas de Madrid. Durante el ascenso conviene clavar la vista en el verde -mal cuidado, pero verde- que pisamos, porque estaremos contemplando el césped que cubre los restos de las casitas bajas, chabolas y cuevas habitadas que formaron parte del lugar desde 1916 hasta los primeros años ochenta, cuando los escombros fueron sepultados por el arquitecto Manuel Paredes Grosso y su equipo para caracterizar el parque de hoy, inaugurado en 1987.

El Cerro fue un barrio siempre marginal de los que soportan el estigma de suburbio

Centrémonos en el suelo para adentrarnos en lo oculto. La historia del Cerro del Tío Pío es tan asombrosa como desconocida, lo segundo es normal, porque sigue predominando en nuestra cultura el protagonismo de los grandes nombres y hechos, y estamos hablando de un barrio que fue siempre marginal, de los que soportan el estigma de suburbio.  

La historia del barrio del Cerro del Tío Pío se inició el 16 de mayo de 1916, según contó Aniceta Budia, mujer de Pío Felipe Fernández, el tío Pío, en el semanario El Caso en julio de 1965. El tío Pío, nacido el 5 de mayo de 1862 en la localidad abulense de Piedralaves, se instaló en los terrenos con Aniceta y sus hijos tras haber residido inmediatamente antes en el barrio vallecano de Doña Carlota. La familia construyó varias casas para alquilarlas. El tío Pío y sus hijos se dedicaban, además, a la recogida de chatarra y material de desecho.

Hasta la guerra civil española el barrio creció poco. Durante los bombardeos los habitantes se refugiaban en el depósito de aguas cercano del Canal de Isabel II, o bajo zanjas que horadaban en sus patios, o en una cueva con escalera que hizo el tío Pío en lo alto del cerro, donde a finales de los años cincuenta se establecería el colegio Tajamar, del Opus Dei, cuya opulencia contrastaría con la miseria del entorno.

Equipo de baloncesto femenino,junio de 1961

Equipo de baloncesto femenino. Junio de 1961.

Como consecuencia de la enorme migración recibida a partir de los años cincuenta, la población del cerro se multiplicó hasta convertirse el sitio, en palabras del poeta Francisco Garfias, “en el símbolo de todos los suburbios de España, de todos los suburbios del mundo”. Llegó a configurarse un poblado enorme, con unos 10.000 habitantes a principios de los sesenta. El vecindario, pese al olvido de las administraciones, que apenas actuaban para mitigar las carencias en materias básicas como aseos, luz, agua, pavimentación o alcantarillado, se unió para lograr espacios para la vida social similares a los de cualquier otro barrio de Madrid. El cerro fue un modelo de convivencia, con campos de deportes (de baloncesto, balonmano y dos de fútbol), clubs culturales (CRI y Proa), iglesia, escuela, decenas de comercios de todo tipo y fiestas propias. Con las mujeres participando en las actividades en igualdad de condiciones que los hombres.

Existía tanto orgullo por lo creado juntos, que cuando los habitantes tenían que abandonar el cerro lo hacían con una mezcla de pena y de ilusión

Los vecinos colaboraban en la construcción de caminos con los que sortear el inmenso barrizal que les rodeaba, de este modo también podían acercarse a las viviendas los médicos con sus vehículos, las furgonetas de reparto o el coche de la funeraria. El barrio recibía la ayuda de seminaristas y curas marianistas etiquetados de rojos; o de una monja, María Ángela López Chillón, la siempre recordada madre Ángela, que aprovechaba cualquier contacto para obtener ropa, medicinas o lo que fuera; o de estudiantes universitarios solidarios que procedían de los colegios mayores madrileños, o de maestros de primera enseñanza que daban clase en otros barrios vallecanos.

Existía tanto orgullo por lo creado juntos, que cuando los habitantes tenían que abandonar el cerro lo hacían con una mezcla de pena y de ilusión. Tres oleadas mermaron la población: en 1963, hubo familias que fueron repartidas, sin contemplar afinidades, por las UVA de Madrid; a mediados de los años setenta, otras formaron una cooperativa e inauguraron, frente al Tajamar, la colonia de Jesús Divino Obrero, y en 1981, las que quedaban, estrenaron realojadas, junto a gente de otras zonas, el barrio de Fontarrón.

Una niña del cerro, hacia 1960

Una niña del cerro, hacia 1960.

El Cerro es el lugar de la capital con más rodajes al año de cine y publicidad, pero nada de lo recaudado queda en Vallecas

El “Vengan a ver” de Luis Pastor, tema compuesto en el cerro, del que el cantante extremeño fue vecino, nos devuelve del césped al presente. Dejamos que los ojos se recreen. Tenemos delante una vista social inabarcable, con Vallecas -la ignorada Vallecas- y sus barrios en primer término, y al fondo Madrid, con sus puntos más emblemáticos. El contraste entre los primeros términos y la ciudad resulta muy cinematográfico, por eso el cerro es usado en audiovisuales como escenario tipo de la clase media española. El Cerro del Tío Pío es el lugar de la capital con más rodajes al año de cine y publicidad; sin embargo, nada de lo recaudado queda en Vallecas.

Los antiguos vecinos del cerro, o sus hijos, se preguntan ahora: ¿es que los alrededores del cerro no pueden acoger a prósperas iniciativas o a flamantes instituciones?, ¿es que Vallecas tiene que conformarse todavía con sobrevivir?, ¿dónde está escrito? Un centro de interpretación en la ladera del cerro es una de las opciones más demandadas.

El Cerro del Tío Pío se ha convertido en un emblema de Vallecas, como acreditan numerosos grupos de redes sociales que publican constantes fotografías de sus vistas y rincones, en uno de los principales iconos de un barrio que parece gritar a Madrid, desde sus colinas, que está harto.


cerro ilusiones autor

Un cerro de ilusiones: la historia del Cerro del tío Pío es un libro compartido por su autor, Juan Jiménez Mancha, con numerosos vecinos del antiguo barrio que han aportado sus testimonios, fotografías (junto a otras, impactantes, del Museo de Historia de Madrid) y que han escrito sus dos prólogos, y ha sido posible gracias al trabajo de Agita Vallecas, hoy por hoy, la única editorial dedicada en exclusiva a recuperar la memoria de un barrio madrileño.


Imágenes tomadas del libro 'Un cerro de ilusiones'

Madrid: una visita al Cerro del Tío Pío